Si existiera un manual de cómo acabar con la reputación de una ciudad que fue referente del civismo y de la seguridad en el mundo, probablemente se basaría punto por punto en la gestión de Ada Colau al frente del Ayuntamiento de Barcelona. Cada día que pasa, la inseguridad y la violencia se adueñan de unas calles en las que la autoridad brilla por su ausencia.
Y lo es porque en la Ciudad Condal se da la tormenta perfecta: a una alcaldesa que entiende que la labor policial es una labor de represión, se une la ineficacia de la policía autonómica, más preocupada de su papel político que de la tarea que deben prestar a la ciudadanía.
Caos
Si Colau ha quitado a la Guardia Urbana las competencias en materia de seguridad y si las dotaciones de los Mossos son mucho más que ineficientes, era cuestión de tiempo que una Barcelona sumida en el caos ocupara las principales portadas de los diarios europeos. Y es que en esto, además, ya llueve sobre mojado: durante la celebración del pasado Mobile World Congress, sindicatos de los Mossos alertaron a los visitantes de que no eran capaces de garantizar su seguridad.
En una ciudad que depende del turismo es un drama que los medios de comunicación internacionales redunden en la inseguridad y en el odio al turista que ha sido alentado de una manera u otra por el consistorio de Colau. La situación de inseguridad que vive la segunda ciudad del país es tan peliaguda que las principales empresas de mensajería, tal y como cuenta hoy Crónica Global, han optado por eliminar de su ruta el reparto por los barrios más conflictivos de Barcelona.
Inoperancia
Si bien el nuevo responsable de seguridad en el consistorio barcelonés admitió la semana pasada que la ciudad vivía una auténtica "crisis de seguridad", es evidente que desde el Ayuntamiento se ha hecho poco o nada tras un verano especialmente sangriento en muertes, trifulcas y vandalismos varios. Las imágenes que han trascendido de la alcaldesa Colau, relajada en las fiestas del barrio de Gracia, no son las más indicadas para una ciudad que ha asistido, entre otros despropósitos, a que el propio embajador de Afganistán sufriera un atraco en el Raval.
Costó mucho tiempo y esfuerzo llevar a Barcelona al lugar que le correspondía, y se hizo abriendo la ciudad al mar con los Juegos del 92, combatiendo la marginalidad y transmitiendo al mundo la imagen de una urbe segura y limpia para sus visitantes. Sin embargo, por la irresponsabilidad de algunos, todo este capital que atesoraba se ha venido dilapidando. Y puede que de forma irremediable.
EDITORIAL de EL ESPAÑOL
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