Nuestro problema es la ausencia del panorama político del liberalismo, del centro y de la centralidad. Cs, teóricamente ubicado en el centro, compite abiertamente por el liderazgo de la derecha
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"Ser liberal es, precisamente, estas dos cosas: primero, estar dispuesto a entenderse con el que piensa de otro modo; y segundo, no admitir jamás que el fin justifica los medios sino que, por el contrario, son los medios los que justifican el fin. El liberalismo es, pues, una conducta y, por lo tanto, es mucho más que una política. Y, como tal conducta, no requiere profesiones de fe sino ejercerla, de un modo natural, sin exhibirla ni ostentarla. Se debe ser liberal sin darse cuenta, como se es limpio, o como, por instinto, nos resistimos a mentir".
Esta famosa cita de Gregorio Marañón, escrita en 1946, en el prólogo de su libro 'Ensayos liberales', merece no solo ser recordada sino leída y releída en este verano español de 2019. Esta definición del liberalismo como conducta, como actitud, merece ser completada con una aproximación al liberalismo como doctrina política. De las muchas existentes, por cercanía en el tiempo y por sus precisiones en materia económica, he escogido la efectuada por Antonio Garrigues Walker en una Tercera de 'ABC' titulada 'El liberalismo cumple 175 años' y publicada en noviembre del año pasado.
“No es, desde luego, liberal la persona que confiesa y defiende sentimientos xenófobos o racistas como hace en estos momentos un alto porcentaje de la ciudadanía del mundo occidental; no es liberal la persona que pretende poseer, nada más y nada menos, que la verdad absoluta; no es liberal, en concreto, quien afirma que su religión además de ser verdadera, es la única verdadera y que, por ende, las demás son falsas o como poco, menos salvíficas; no es liberal el que defiende tradiciones o privilegios aunque sean causa importante de desigualdades; ni tampoco el que acepta esas desigualdades como inevitables, e incluso naturales a la condición humana; no es liberal el que coloca a la sociedad como un valor superior al individuo y a la igualdad como un principio que prevalece sobre el de libertad.
"Ser liberal es, precisamente, estas dos cosas: primero, estar dispuesto a entenderse con el que piensa de otro modo; y segundo, no admitir jamás que el fin justifica los medios sino que, por el contrario, son los medios los que justifican el fin. El liberalismo es, pues, una conducta y, por lo tanto, es mucho más que una política. Y, como tal conducta, no requiere profesiones de fe sino ejercerla, de un modo natural, sin exhibirla ni ostentarla. Se debe ser liberal sin darse cuenta, como se es limpio, o como, por instinto, nos resistimos a mentir".
Esta famosa cita de Gregorio Marañón, escrita en 1946, en el prólogo de su libro 'Ensayos liberales', merece no solo ser recordada sino leída y releída en este verano español de 2019. Esta definición del liberalismo como conducta, como actitud, merece ser completada con una aproximación al liberalismo como doctrina política. De las muchas existentes, por cercanía en el tiempo y por sus precisiones en materia económica, he escogido la efectuada por Antonio Garrigues Walker en una Tercera de 'ABC' titulada 'El liberalismo cumple 175 años' y publicada en noviembre del año pasado.
“No es, desde luego, liberal la persona que confiesa y defiende sentimientos xenófobos o racistas como hace en estos momentos un alto porcentaje de la ciudadanía del mundo occidental; no es liberal la persona que pretende poseer, nada más y nada menos, que la verdad absoluta; no es liberal, en concreto, quien afirma que su religión además de ser verdadera, es la única verdadera y que, por ende, las demás son falsas o como poco, menos salvíficas; no es liberal el que defiende tradiciones o privilegios aunque sean causa importante de desigualdades; ni tampoco el que acepta esas desigualdades como inevitables, e incluso naturales a la condición humana; no es liberal el que coloca a la sociedad como un valor superior al individuo y a la igualdad como un principio que prevalece sobre el de libertad.
No es liberal —y merece la pena aclarar bien este tema— el que mitifica y sacraliza el mercado como la panacea universal. El liberalismo entiende que, por regla general, el mercado es el sistema que permite una asignación más eficiente de los recursos y por ende el que mejor facilita no solo la creación sino también la distribución de la riqueza. Pero si por cualquier razón ello no fuera así, el liberalismo ha defendido y defenderá inequívocamente la actuación del sector público y su intervención directa, con tal de que no tenga carácter permanente y el proceso pueda ser controlado en todo momento por la sociedad civil. El liberalismo se opone, sin la menor reserva, a toda forma de concentración de poder económico, sea público o privado, y por ello reclama una aplicación estricta de las leyes antimonopolio y de las normas que defienden una competencia leal.
El liberalismo no es simplemente ni fundamentalmente una teoría económica. Al liberalismo le importa mucho más el ser que el tener y aunque respeta profundamente el deseo de tener, la propiedad privada y el interés particular de cada ser humano, concede un valor decisivo a los planteamientos morales sin los cuales el sistema se encanalla y se derrumba”.
Pese a la identificación más extendida del liberalismo económico con la defensa a ultranza del mercado sin atender a otras consideraciones, la aproximación económica de Garrigues no constituye una originalidad. Su punto de vista encaja con los de el 'ordoliberalismo alemán', cuyo representante teórico más destacado —Walter Eucken— y su representante político más notorio, el ministro de Economía Ludwig Erhard, responsable del despegue económico alemán tras la Segunda Guerra Mundial, siempre hicieron énfasis en el papel del Estado en el diseño y salvaguarda del marco institucional, imprescindible para facilitar la competencia y la libertad.
El liberalismo, como actitud y como doctrina, ocupa el centro político. Los partidos liberales se ubican en ese espacio, bien por su capacidad de negociar y acordar con fuerzas políticas situadas a su derecha e izquierda, bien por su equidistancia con las mismas. La historia democrática española reciente está trufada de fracasos del liberalismo como centro político. Unión de Centro Democrático (UCD), Centro Democrático y Social (CDS) o Partido Reformista Democrático (PRD) son partidos ya extintos que, con sus matices, trataron de ocupar el centro político a partir de una aproximación liberal a la acción política. Este fracaso del liberalismo como opción política concreta tiene que ver con su éxito como aproximación política genérica. Cuando por convicción o conveniencia, conceptos siempre difíciles de distinguir en política, PSOE o PP tendieron a aplicar políticas de corte liberal, cosecharon éxitos notables. Los primeros gobiernos de Felipe González o el primer Gobierno de José María Aznar pueden citarse como ejemplos.
El liberalismo como opción política concreta fracasa en la medida en que las fuerzas conservadoras o socialdemócratas, en su acción de gobierno, adoptan posiciones liberales en la búsqueda de un consenso social más amplio que propicie el crecimiento de su base electoral. Esa adopción de posiciones liberales es la centralidad que hace días reclamaban González y Aznar. El liberalismo como opción triunfa cuando derecha e izquierda abandonan la centralidad. Empezamos a verlo con UPyD y hemos visto confirmada la tendencia con Ciudadanos.
Nuestro problema hoy es la ausencia del panorama político del liberalismo, del centro y de la centralidad. Ciudadanos, el partido que asume la bandera liberal, teóricamente ubicado en el centro político, compite abiertamente por el liderazgo de la derecha. Ambos bloques, derecha e izquierda, recurren a sus extremos para alcanzar el poder, porque la realidad es, para ambos, que el fin justifica los medios. La afirmación de Marañón de que son los medios los que justifican el fin, no pasa de ser un aserto tan ingenuo como liberal. Ninguno de los partidos llamados constitucionalistas deja de reclamar a los otros la centralidad que ellos no practican.
Es posible que acabemos teniendo que volver a votar en noviembre, pero nuestros votos de la pasada primavera ya dibujaron una mayoría absoluta de centro izquierda. Los 178 escaños de PSOE y Ciudadanos describen con claridad un deseo social de centralidad y liberalismo que debería ser atendido. A fin de cuentas, un deseo social refrendado en unas elecciones es lo que los políticos y medios de comunicación definen como “el mandato de las urnas”.
NEMESIO FERNÁNDEZ-CUESTA Vía EL CONFIDENCIAL
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