Diez años después de la aparición de Bitcoin, los banqueros centrales empiezan a replantearse el orden monetario global para adaptarse al nuevo escenario tecnológico
Foto: Reuters
Hace diez años nació Bitcoin: el primer activo monetario real, intangible, descentralizado y privado de la historia de la humanidad. Permítanme cualificar estos adjetivos para ser conscientes de su importancia. Primero, Bitcoin es un activo monetario: es decir, un activo que puede usarse (y que se usa) para reducir los costes de transacción de los intercambios comerciales. Segundo, Bitcoin es un activo real, entendiendo por ello que no es el pasivo financiero de ningún otro agente. Tercero, Bitcoin no es un activo real tangible, sino intangible (o digital), en el sentido de que su funcionalidad no depende del soporte material en el que se halle corporeizado, sino de la realidad subyacente que representan. Cuarto, Bitcoin es un activo monetario de carácter descentralizado y lo es en un doble sentido: tanto en su emisión (no hay un emisor único de Bitcoins) como en la gestión de los pagos (dos partes pueden intercambiar Bitcoins sin autorización o plácet de un tercero). Y quinto, Bitcoin es un activo monetario privado, esto es, un activo que ha emergido desde la institución del mercado y no del Estado.
Los seres humanos hemos utilizado a lo largo de la historia activos monetarios muy diversos, algunos de los cuales comparten muchas (aunque no todas) de las características de Bitcoin y otros que guardan un escaso parecido. El oro, por ejemplo, es un activo real, privado y descentralizado, pero de carácter tangible (además, en aquellos casos en los que se ha limitado la circulación del oro a las monedas acuñadas monopolísticamente por la ceca estatal, su carácter descentralizado también se ha visto trastocado). Los depósitos bancarios son activos financieros (deudas de los bancos) privados pero semicentralizados(las leyes estatales suelen limitar la competencia bancaria y, en todo caso, la transferencia de un depósito bancario sí ha de ser autorizada centralizadamente por el propio banco emisor). Las monedas fiat son igualmente activos financieros pero de carácter estatal y emisión centralizada (puesto que sólo puede emitirlas el banco central, aunque su endoso sí es enteramente descentralizado salvo en la presencia de controles cambiarios).
Así pues, Bitcoin —y todas las otras criptodivisas que han ido surgiendo tras ella— supuso la creación de un nuevo tipo de activo monetario que, además, reúne muchas de las características necesarias para devenir buen dinero (inelasticidad de la oferta, homogeneidad y divisibilidad entre sus unidades, y bajos costes de transporte, transferencia y almacenamiento). Es decir, se trataba de un nuevo activo monetario con un enorme potencial para revolucionar nuestras relaciones de intercambio y, en última instancia, nuestra entera organización económica y social (puesto que toda economía compleja se fundamenta en la división del trabajo y ésta, a su vez, en la institución del intercambio). Con todo, que su potencial transformador sea enorme no implica necesariamente que se vaya a terminar materializando: los medios de intercambio son tanto más útiles cuantas más personas los utilicen (efecto red) y, por eso, aquellos medios que estén siendo generalmente empleados en una determinada época histórica suelen exhibir una fuerte resistencia a ser desmonetizados y reemplazados por otros activos monetarios incipientes (efecto de dependencia del camino). Solo cuando los medios de intercambio existentes son lo suficientemente malos como para compensar los altos costes de transición, es verosímil que se produzcan alteraciones en el patrón monetario predominante dentro de nuestras economías.
O dicho de otro modo, si los bancos centrales son lo suficientemente responsables en la gestión de sus monedas fiat como para mantener estable su valor (interna y externamente) sin necesidad de recurrir a la represión financiera, entonces habrá pocos incentivos a que los ciudadanos salten en masa desde el dólar o el euro hacia el Bitcoin (u otra criptodivisa). Sin embargo, si los bancos centrales se muestran inflacionistamente incompetentes o si pretenden convertir a sus acreedores en conejillos de Indias para experimentos monetarios(como la prohibición del efectivo como paso previo a los tipos de interés negativos), entonces Bitcoin (u otras criptodivisas) sí podrán aspirar a devenir medios de intercambio predominantes dentro de nuestras economías dado que probablemente muchos ciudadanos pasen a utilizarlos como activos monetarios defensivos.
No cabe duda de que hace diez años este tipo de escenarios eran reputados como completamente surrealistas. Las criptodivisas parecían constituir tan solo un área de especulación burbujística como los famosos tulipanes holandeses sin mayores implicaciones monetarias de cara al futuro. Pero tal percepción está comenzando a cambiar. Sin ir demasiado lejos, el mismísimo gobernador del Banco de Inglaterra, Mark Carney, advirtió este pasado viernes en Jackson Hole(la cumbre anual de banqueros centrales) que “las nuevas tecnologías tienen el potencial de socavar los efectos red que impiden el desplazamiento de la moneda global de reserva”. O expresado con otras palabras, que las criptomonedas podrían terminar tumbando al dólar como patrón monetario internacional.
Carney considera que, hasta el momento, la divisa mejor posicionada para reemplazar al dólar es la Libra promovida por Facebook. A la postre, y como ya tuvimos ocasión de explicar, Libra no es más que un pasivo financiero con una cotización estable en relación a una cesta de monedas fiat internacionales (dólar, euro o libra esterlina): por tanto, el cambio no sería tan radical como podría parecer en un principio (de usar el dólar como reserva a emplear una cesta de divisas estatales como reserva). Pero lo cierto es que la amenaza está muy presente para Carney: tanto que incluso aconsejó analizar la posibilidad de que un sindicato de Estados cree su propia Libra (una “divisa sintética hegemónica”, tal como lo denominó) y que esta reemplace al dólar como reserva global.
Diez años después de la aparición de la primera criptodivisa, Bitcoin, los banqueros centrales empiezan a replantearse el orden monetario global para adaptarse al nuevo escenario tecnológico. Por ahora sus miedos se concentran en Libra, al tratarse de su sustituto monetario mucho más cercano a las monedas fiat existentes y, por tanto, de su competidor mucho más directo e inmediato. Pero conforme nos adentremos en la 'terra incognita' de los tipos de interés negativos (de las quitas institucionalizadas sobre activos financieros denominados en moneda fiat) acaso empiecen a temer también el refugio que constituirá Bitcoin a sus intentos de jibarizar el ahorro de los ciudadanos.
JUAN RAMÓN RALLO Vía EL CONFIDENCIAL
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