El ex ministro de Cultura, César Antonio Molina.
Ex ministro de Cultura con Zapatero y poeta de reconocido prestigio, César Antonio Molina (Coruña, 1952) ha publicado Las democracias suicidas (Forcola), un compendio de textos en los que alerta contra los nacionalismos y los populismos. En la charla que sigue, Molina advierte de que el “separatismo no es una cuestión meramente catalana, sino que atenta contra los derechos de todos los españoles”.
Usted es un intelectual de izquierdas que, sin embargo, no teme mostrarse crítico con los nacionalismos.
Yo sigo siendo una persona de izquierdas, un socialdemócrata. Y alguien de izquierdas tiene que ser crítico. Lo mismo que un intelectual. Si no, no tendría sentido. No es fácil porque, en un país de intereses creados como el nuestro, la mayor parte de la gente es muy cínica y muy cauta. Pero, por lo que respecta a Cataluña, hemos llegado a un punto al que yo pensé que nunca llegaríamos.
Por lo tanto, aquí se aplica aquello de María Zambrano de que en los momentos difíciles —y creo que éste es uno de lo más difíciles de nuestra historia, porque nos estamos jugando nuestro país— el intelectual deja de serlo para ser hombre.
¿Y de dónde nace el complejo de parte de la izquierda ante el nacionalismo?
Uno de los problemas históricos de la política española es pensar que el nacionalismo catalán o vasco es progresista. El nacionalismo vasco es absolutamente tradicionalista en lo moral, en lo religioso y en lo étnico. Y el catalán lo mismo. Ambos son movimientos reaccionarios que pretenden inmovilizar el país y controlarlo de manera totalitaria. La izquierda, por cuestiones históricas, siempre ha sido muy permisiva. Pero esa permisividad nos ha conducido a situaciones como la actual. Yo creo que gran parte del Partido Socialista no participa de la idea de que se puede gobernar con los nacionalistas. Es la parte del partido de la que me he sentido más cercano, próximo y partícipe. Y es que no se puede gobernar con quienes reciben a los asesinos como héroes. Ni con quienes tratan de romper la Constitución. Porque el separatismo no es una cuestión meramente catalana, sino que atenta contra los derechos de todos los españoles.
De la misma manera, el Partido Socialista no debe pactar con los populismos de extrema izquierda. Porque, como diría Trotski, son entristas: una vez en el poder, tratarían de destruirles. Y el Partido Socialista no se puede permitir ser destruido por el trotskismo de izquierdas.
Ada Colau se ha situado junto al secesionismo al cuestionar la versión oficial sobre los atentados de las Ramblas y solicitar una comisión de investigación en el Congreso. ¿Le parece una petición razonable?
Colau y los comunes viven de echar la culpa de los demás. Su falta de educación y de cultura es notable. ¿Qué formación intelectual tiene Ada Colau y los suyos? Son capaces de decir una cosa y mañana otra para sobrevivir. Carecen de vergüenza y principios morales. Solo hace falta ver en qué ha convertido Barcelona esta alcaldesa. Los robos y asesinatos se han disparado en la ciudad. De hecho, a quien habría que investigar es a su gobierno por no haber hecho lo suficiente para evitar los atentados.
La secretaria de Estado de España Global ha enviado un documento de 70 páginas a representantes y periodistas extranjeros rebatiendo las fake news del separatismo. En su opinión, ¿qué importancia cabe atribuir a la visión en el extranjero del procés?
Es fundamental porque, en el exterior, los separatistas han contado las cosas a su manera, difundiendo insultos, mentiras y patrañas con el dinero de todos nosotros, que somos los que pagamos eso que llaman “embajadas”. Es de todo punto necesario que el gobierno español contrarreste ese relato. A tal fin, debe movilizar a las instituciones y al cuerpo diplomático. Y demostrarle a la prensa extranjera que el mensaje separatista no es más que una patraña inventada por unos cuantos en razón de sus propios intereses. Y que éste es un país democrático, que forma parte de todas las instituciones democráticas, que su ejercito participa en numerosas misiones de paz en todo el mundo y, sobre todo, que aquí no hay presos políticos. Que aquí lo que hay son políticos presos a la espera de que los tribunales decidan sobre sus malas acciones.
El nuevo partido la Lliga Democrática defiende un “catalanismo desacomplejado pero respetuoso con la ley.” ¿Es un proyecto necesario?
Siempre que ese proyecto se desarrolle dentro de la Constitución, me parece bien. Un país democrático defiende la libertad de pensamiento, una libertad por la que lucharon y murieron muchas personas. Precisamente, para que cada uno diga lo que piensa respetando las normas por las que nos regimos todos. Por lo tanto, el proyecto que cita es legítimo.
Lo que no se puede admitir son proyectos que conculquen la ley. En ningún país del mundo se permitiría. Cuando en California me preguntaron qué estaba ocurriendo en Cataluña, pregunté a su vez: “¿Qué pasaría aquí si el Gobernador del Estado de California se declarara independiente?” A lo que mi interlocutor me respondió: “En menos de una hora intervendría la Guardia Nacional”. ¿Y qué pasaría en Baviera, que fue un reino durante décadas y décadas, si su presidente se declarara independiente de Alemania? ¿O si lo hiciera Córcega? Con las respuestas a estas preguntas, ya tiene usted el mapa hecho. Comparativamente, aquí les ha pasado muy poca factura saltarse la ley.
La ministra de Educación Isabel Celaá ha defendido en diversas ocasiones la inmersión lingüística en las escuelas catalanas, un sistema que vulnera el derecho fundamental a recibir la educación también en la lengua materna. ¿Cómo se explica?
Es ridículo y estúpido que, en el mundo avanzado del siglo XXI, alguien piense que sus hijos van a tener más posibilidades de trabajo y desarrollo personal sin conocer varias lenguas. Ya no hay futuro para los jóvenes sin idiomas. Y es absurdo que teniendo una lengua en común con el resto de los españoles —que además hablan casi 700 millones de personas— se renuncie a ella. Rechazar ese patrimonio lingüístico no solo implica un daño intelectual y moral, sino también económico. Evidentemente, la burguesía catalana que ostenta el poder no sufrirá ese perjuicio, porque sus hijos hablarán español, inglés y las lenguas que sean necesarias. El que se verá perjudicado, como siempre, será el proletariado catalán, con lo que la diferencia de clases se acentuará.
Por su parte, el Gobierno solo defiende el sistema de inmersión por intereses políticos inmediatos. La política española solo está pendiente del día y día y no ve más allá. Ese es el problema. De todas formas, la cuestión lingüística no debería ser un imposición del Gobierno central, sino una reflexión de la Generalitat. Ésta debería reflexionar sobre el mal que les causa a sus ciudadanos. Y pensar que el español, que abre tantas puertas en el mundo entero, también es su lengua. ¡Es una herencia gratuita que pueden recibir sin ningún esfuerzo! ¿Qué problema hay en ello? En este sentido, el único conflicto lo crean los que entienden las lenguas como armas arrojadizas.
¿Qué opinión le merecen los medios públicos catalanes? ¿Podría entenderse el procés sin su existencia?
En mi opinión, el papel de TV3 ha sido nefasto, ignominioso, terrible. Goebbels les hubiera dado el visto bueno. ¿Cómo se entiende que periodistas profesionales —y probablemente buenos— hayan sido capaces de ser cómplices de este atropello? ¿Han olvidado los que estudiaron en esa asignatura llamada Deontología? Sin duda, sus nombres pasarán a la historia de la infamia, como en el libro de Borges. Su labor es comparable a la de los periodistas que fueron cómplices de los Estados totalitarios. Lo peor es que todo esto ha sido pagado con dinero público. El Estado no debería permitirlo.
Quim Torra volvió a negar recientemente que exista fractura social alguna en Cataluña. ¿Debemos creerle?
Desde luego que no. Solo piense una cosa: en una región de siete millones de habitantes, donde solo hay dos millones partidarios de la independencia, ¿dónde están los otros cinco millones? Sabíamos que los conocimientos de este señor —que merece todos los desprecios del mundo— eran nulos, pero a contar sí debería aprender. Se trata de una persona situada fuera del mundo y de la existencia. Vive en un mundo creado a su medida por el fanatismo y el sectarismo. Así, todo lo que salga de su boca —además de que carece del más mínimo interés— no debería ser tenido en cuenta. Juzgar lo que dice Torra sería como juzgar lo que dice alguien ingresado en un psiquiátrico. No tiene sentido.
Óscar Benítez Vía el.Catalán.es
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