El clima de incertidumbre y de volatilidad en los mercados podría estar fraguando un nuevo episodio en el que el 'shock' se originaría de nuevo por el canal financiero
El primer ministro de Inglaterra, Boris Johnson, en la cumbre del G-7. (EFE)
El momento económico actual comienza a tener matices preocupantes, con indicios claros de una desaceleración generalizada, especialmente derivada del sector manufacturero, que se ve puntualmente exacerbada hasta hacer muy posible una recesión en cuatro de los siete países del G-7 y en casi de la mitad de los países del G-20. Se trata de una situación de cuya génesis parece existir un claro consenso: los efectos de la dislocación comercial global, la incertidumbre económica y de gobernanza global, y los problemas estructurales que pesan sobre el crecimiento, la inflación y la solvencia —soberana o corporativa— de algunas economías.
En este marco, la incertidumbre y la aversión al riesgo global tienen ya efectos nominales palpables sobre flujos y precio de activos, así como en las expectativas que pesan sobre la inversión, con incrementos en el precio de determinados activos refugio, tipos de interés soberanos en terreno negativo y salidas de flujos de cartera que encuentran crecientes dificultades para su relocalización.
En este contexto, una recesión de alcance global ya no es un escenario imposible, no solamente porque determinados indicadores dan una probabilidad no despreciable a tal situación en economías sistémicas, sino porque el clima de incertidumbre y de volatilidad en los mercados podría estar fraguando un nuevo episodio en el que el 'shock' se originaría —y muy probablemente transmitiría— de nuevo por el canal financiero.
En los albores de una posible recesión global, se experimenta un nuevo sesgo acomodaticio en la política monetaria global, liderado por la renovación o revalidación de las medidas excepcionales en el G-7, que han sido seguidas por más del 40% de los bancos centrales emergentes y desarrollados. No obstante, persisten las dudas sobre el margen y alcance del estímulo monetario sobre la actividad, más allá del alivio de la carga de la deuda y del efecto que pueda tener sobre los tipos de cambio.
Algunos países, antes escépticos, comienzan a contemplar tímidamente la posibilidad de actuar por el lado de la política fiscal
Hay, sin embargo, cierto consenso sobre el efecto que las medidas heterodoxas están teniendo sobre el sistema financiero y su posición de solvencia futura y, por lo tanto, sobre la posibilidad de que acabe siendo un remedio que provoque un mal mayor. Ante esto, algunos países antes escépticos comienzan a contemplar tímidamente la posibilidad de actuar por el lado de la política fiscal. El problema, sin embargo, es que no existe espacio fiscal en todos los países que lo precisan, y mutualizar el esfuerzo requiere —al menos en la Eurozona— un ejercicio de solidaridad y coordinación que aún está por construirse.
Estos son algunos de los temas que —junto a la búsqueda de un consenso que ayude a paliar las fuentes de inestabilidad e incertidumbre geopolítica— podrían hallarse en la agenda económica del G-7. No obstante, dada la nueva complejidad para mantener una conversación multilateral —por las posiciones encontradas en temas de índole global y dado el emergente reequilibrio de protagonismos en el G-7—, la reunión podría arrojar, en el mejor de los casos, un comunicado con recomendaciones y consensos que, de nuevo, podrían no ser suscritas por Estados Unidos, limitando su viabilidad de facto y obligando a esperar a una próxima reunión del G6+1, aunque quizás, para entonces, ya sea demasiado tarde.
GONZALO DE CADENAS* Vía EL CONFIDENCIAL
*Gonzalo de Cadenas: Director de Análisis Macroeconómico y Financiero del Servicio de Estudios MAPFRE
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