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domingo, 26 de julio de 2020

Berlanga, en La Moncloa: '¡Bienvenido, Mister Sánchez!'

El acuerdo europeo es un rescate de España por las contraprestaciones que se derivan de la percepción de 140.000 millones, tanto en el control de esos créditos y transferencias como en las reformas a las que obliga

  

ULISES CULEBRO

Cuando aún esta semana se siguen abonando las letras de cambio giradas en los años bobos de Zapatero, con unos independentistas a los que su política de apaciguamiento armó la tentativa de golpe de Estado de 2017 de quienes ahora pretenden volver a las andadas, con su sosias en la Alianza de Civilizaciones, el turco Erdogan, reconquistando como mezquita, tras ocho décadas como museo, la catedral de Haghia Sofía, iglesia madre de la cristiandad oriental construida por Justiniano, y con el ministro principal gibraltareño, Fabián Picardo, elevado a la categoría de interlocutor válido por parte de la jefa de la diplomacia española, tras la venia que le otorgara el ex ministro Moratinos en abierta dejación de la histórica reivindicación española sobre la colonia inglesa, el presidente Sánchez despliega estos días la dicha del entrampado tras el acuerdo alcanzado por la UE para dotarse de un fondo de reconstrucción que haga frente a los daños del coronavirus.
Así, de forma ridícula e impropia en cualquier democracia, la factoría televisiva de La Moncloa divulgaba la recepción teatralizado del retorno de Sánchez de Bruselas como si hubiera protagonizado el desembarco de Normandía. Con sus ministros haciendo el pasillo de campeón entre aplausos a quien se tiene tan alta consideración. No hay presidente europeo -ni sus opiniones públicas transigirían con ello- que difunda esas imágenes tan tercermundistas por estrafalarias.
Sólo faltó que algún agradaor le regalara los oídos con aquello de qué grande, sos con el que Héctor Cámpora, ayudante de cámara de Perón, halagaba al general hasta convertirse en estribillo de una popular marcha peronista. Cuando el caudillo argentino le inquiría Camporita, che. ¿Qué hora tenés?, ése respondía obsecuente: La que vos querés, mi general. Como la vanidad de Narciso Sánchez no conoce límites, al día siguiente exigió igual tributo de sus diputados y es de sospechar que el triduo de adoración lo complete con otro homenaje de la dirección del PSOE. Si se decía del dramaturgo Benavente que disimulaba el favor del público cojeando en sus estrenos, de Sánchez se puede colegir que saca pecho para esconder la chepa de ser el gobernante europeo que más negligentemente ha gestionado la Covid con sus casi 50.000 fallecidos reales y con mayores secuelas económicas.
Aparentemente sin advertirlo, el equipo de propaganda de La Moncloa estaba recreando -sin su discernimiento, claro- la mordaz sátira que el gran Luis García Berlanga proyecta en ¡Bienvenido, míster Marshall! sobre la ayuda norteamericana a Europa tras la II Guerra Mundial y de cómo ésta pasa de largo de Villar del Río. Como metáfora de aquella España, el pueblo es transformado para la ocasión en un gran decorado con sus habitantes ataviados de andaluces para ver si la delegación americana vertía sus dólares en aquel secarral castellano. Sin llegar al extremo esperpéntico de vestirse con trajes típicos meridionales y sin cantarle las coplillas de las divisas que entona Lolita Sevilla en la cinta, los ministros del PSOE y de Podemos sí exteriorizaron al compás su particular ¡Bienvenido, míster Sánchez! en parangón con aquellos campesinos que jaleaban a quienes podrían sacarle de pobres con su Plan Marshall.
Este histórico acuerdo europeo no es, desde luego, «un auténtico Plan Marshall». Como Sánchez se empeña en repetir y verbalizó la madrugada de autos en Bruselas al resolverse el desenlace de la cumbre. Aquellos 17.000 millones de dólares de 1945 -unos 1,3 billones de hoy- fueron financiados a fondo perdido por la Administración Truman para reconstruir, de la mano de su secretario de Estado, la Europa devastada tras la II Guerra Mundial y sentar las bases económicas de la victoria política de la democracia sobre el totalitarismo comunista alcanzando su cenit en 1989 al echarse abajo el muro de Berlín. Ahora, por contra, serán los europeos quienes, con sus impuestos y su endeudamiento, sufraguen este otro plan que pondrá a prueba la capacidad de los gobiernos europeos de sacarlo adelante con el mejor rédito para sus países.
Este compromiso comunitario entraña, en la práctica, un rescate financiero de España por las contraprestaciones que se derivan de la percepción de esos 140.000 millones. Tanto en lo que hace al control de esos créditos y transferencias como a las reformas a las que obliga. No en vano, el punto A.19 estipula que las inversiones y reformas serán revisadas por los mismos técnicos -los apodados como hombres de negro- de la crisis de 2008, además de fijar un freno de emergencia para gobiernos poco fiables que han tratado de engañar a la Comisión con datos trufados como España con las cifras de déficit del pasado año. En consecuencia, Sánchez evita la quiebra efectiva del Tesoro a cambio de la tutela efectiva de la UE por parte de esos burócratas comunitarios que desdeñaron PSOE y Podemos en la anterior recesión.
De esta guisa, si desde la moción Frankenstein que desalojó al PP de La Moncloa el 1 de junio de 2018, Sánchez ha debido gobernar prorrogando las cuentas públicas del ex ministro Montoro, ahora no sólo habrá de consolidar las pocas reformas de Rajoy -laboral y rebaja del gasto en pensiones-, sino consolidarlas y ampliarlas en una dirección bien distinta de los derroteros económicos y laborales por los que se encaminaba su gobierno de cohabitación con Podemos junto a sus aliados parlamentarios con la excepción en este terreno del PNV.
Para sacar buen partido a estos fondos comunitarios con los que no se contó hace una década, pero atenidos a férreos controles por la abierta desconfianza con un Gobierno dado a los incumplimientos ya antes de la Covid-19 y hecho al gasto electoral, lo lógico sería que el presidente virara para entenderse con las dos otras fuerzas conservadoras (PP) y liberales (Cs) que, junto a los socialdemócratas, han fraguado esta entente europea. Sin embargo, no parece estar por la labor o, sencillamente, no quiere moverse para que no se oiga el ruido de las cadenas que no quiere romper con las cizallas que tiene al alcance de la mano. La gravedad de la coyuntura no está, empero, para perder el tiempo ni para birlibirloques jugando logorréicamente con las palabras.
Por si acaso, su socio Podemos despliega una defensa preventiva destinada a torpedear esa posibilidad. Para ello, un líder, Pablo Iglesias, en sus horas más bajas tras verse envuelto en escándalos de todo tipo, y una fuerza que acaba de naufragar en las elecciones vascas y desaparecer en las gallegas, y que perdería todo su poder institucional saliendo del Gobierno, trata de compensar su debilidad subrayando su condición de eslabón clave del Gobierno con los socios secesionistas de la alianza parlamentaria Frankenstein.
De momento, se planta ante un eventual acuerdo entre Sánchez y Cs sobre la base de que un Ejecutivo en el que esté Podemos es «incompatible» con acordar los Presupuestos con PP y Cs. A la vez, busca reforzar el bloque de comunistas y soberanistas en pos de una república plurinacional que sería la translación del régimen boliviano y bolivariano que trató de forjar Evo Morales con reminiscencias de la extinta URSS.
Aunque Bruselas bien puede valer una misa para Sánchez y su vicepresidente, como le sirvió al hugonote Enrique de Navarra convertirse al catolicismo para entronizarse rey de Francia, no parece que ambos timoneles puedan ir de la mano en esta hora decisiva en la que, apremiada por la Covid-19, la UE post-Brexit se ha dado una oportunidad poniendo masilla dineraria a una velada fractura. De un lado, una Europa del norte, al margen de que sus países lo gobiernen liberales o socialdemócratas, que ha puesto las cartas boca arriba y que se cobra cheques que aminoran su contribución neta secundando la iniciativa que tanto se le reprochó a Margaret Thatcher; de otro, un sur al que no se ha dejado caer esta vez por intermediación de la canciller Merkel. A diferencia de su inflexibilidad en la crisis de 2008 en la que puso a pan y agua a Rajoy, ha querido preservar esa frágil unidad para sostener este gran mercado de consumidores en medio de un desplome de la demanda.
Contraponiendo la falta de ambición de esta España y el papel de doméstico asumido por Sánchez en comparación al esfuerzo y al protagonismo que adquirieron González y Aznar en negociaciones más claves incluso que ésta última para su porvenir, se puede afirmar, releyendo a Ortega y Gasset, que los españoles han pasado «de querer ser demasiado a demasiado no querer ser».
Aunque España disponga de este gran caudal, nada invita al optimismo teniendo en cuenta lo acontecido en ese conciliábulo de arbitristas congregado en esa ampulosa Comisión para la Reconstrucción Social y Económica de España y que ha resultado una mayúscula escombrera. Incapaz de parir ni un minúsculo ratón tras concluir sus porfías bizantinas como el rosario de la aurora, esto es, a farolazos y sin aprobar resolución alguna. Justo epitafio a ese ardid publicitario de los cabezas de huevo del Gobierno.
Bajo la añagaza de otros Pactos de la Moncloa, como los que paliaron que la crisis económica de inicios de los 70 complicara el ya de por sí dificultoso tránsito de la dictadura de Franco a la democracia, ha supuesto una nueva malversación de la historia por parte de un presidente como Sánchez al que, a diferencia de un Suárez que propició un gran acuerdo de Estado, sólo le mueve el egoísmo ciego para perdurar en el machito a cualquier precio.
Es verdad que, cuando se supo que se colocaba al frente de la comisión de marras a un apparatchik socialista como Patxi López y a un notorio partidario de la planificación comunista como el secretario general del PCE, Enrique Santiago, era la crónica de una muerte anunciada y se daba por descontado el barquinazo. Con todo, lo peor es la amarga constatación de que lo que toca el Gobierno Sánchezstein lo pudre.
Ello aventura que España puede malograr estos 140.000 millones de euros comunitarios fiados a tales cabezas y manos, a diferencia de otros países que se han encomendado a sus mejores caletres. Siguiendo con Ortega, la desventura de España no es tanto la escasez de hombres de talento, sino la facilidad con la que los encumbra un pueblo que ve el mundo con los ojos abiertos al televisor y cerrados a la realidad.
Así las cosas, es de maliciar que, con relación al viático comunitario, Sánchez tenga que subirse al ambón de las Cortes y, remedando al gran actor Pepe Isbert en el papel de alcalde de la imaginaria aldea de ¡Bienvenido, míster Marshall!, manifestar ante la incredulidad general: «Como presidente que soy os debo una explicación. Y esa explicación que os debo, os la voy a pagar».
Fue lo que le sucedió a Zapatero en 2010 tras hacer humo con el fuego que avivó con aquellos billetes del Presupuesto que quemó con locura y desprecio al contribuyente, y que fue, a la postre, su pira funeraria de la que ahora trata de resucitar cual ave Fénix. Como subraya el célebre doctor Johnson, el gran intelectual inglés, «sin sobriedad ningún país puede hacerse rico, y con ella muy pocos serán pobres». Claro que Sánchez es de esos que, cuando se le acaba la leche a la vaca como a Zapatero en su día, se empeñan en ordeñar al toro.

                                                        FRANCISCO ROSELL      Vía EL MUNDO

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