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viernes, 10 de julio de 2020

EL CLAMOR DE LA SOCIEDAD CIVIL

El manifiesto que impulsa la Fundación Juan Boscà en aras de la concordia es muestra de un profundo malestar con la clase política.

  

Para medir bien el grado de decadencia que empoza un sistema político, hay que prestar atención a cómo se va exteriorizando el desafecto de la sociedad civil.

 Antes de llegar a la fase terminal, que está marcada por los tumultos y la insurrección que fuerzan el cambio de régimen, hay un periodo en el cual proliferan las declaraciones, las tomas de posición, los manifiestos y las recogidas de firmas que involucran a gente normal y corriente que en principio es ajena a la política. Son señales inequívocas de que el sistema, llamémoslo una democracia representativa, pierde credibilidad a borbotones. 

La democracia representativa fue un invento anglosajón que consistió en ir ensanchando el derecho al voto para dar voz a los descontentos con el fin de satisfacerlos y callarlos. Una bancada de las élites parlamentarias haría suyas las demandas cívicas y si no conseguía solucionarlas otro grupo, o partido, de cargos electos estaba a la espera para solventar el asunto. El problema empieza cuando estas sencillas reglas de juego dejan de funcionar. Su disfunción espolea el desafecto.

El acelerado descenso hacia la decadencia en fase terminal comienza cuando los protestones evalúan que ambas bancadas están polarizadas, sumamente debilitadas y a merced de intrusos insurgentes que cuestionan el sistema. Por eso, los descontentos se declaran transversales y descartan cualquier recurso a la alternancia en el poder que ofrece y define la democracia representativa. El cómodo arreglo bipartidista ha dejado de ser eficaz y no les sirve.

Así de mal están las cosas según la Fundación Joan Boscà, que es la promotora de un manifiesto titulado 'Por un acuerdo de convivencia y de relanzamiento económico y social'. La Fundación, que honra la figura de un poeta y traductor renacentista, era hasta ahora más bien desconocida, pero en días ha logrado la adhesión de un sinfín de entidades en diversos puntos que no lo son.

El aluvión de firmantes que ha acopiado la declaración fundacional es la penúltima expresión del desafecto en la sociedad civil que ha provocado el grado de decadencia que padece la democracia representativa en España. Presentan una enmienda a la totalidad al bipartidismo que hasta hace tan poco estabilizaba la monarquía parlamentaria. 

En lugar de optar por una fuerza política para encauzar sus reivindicaciones, los desafectos conminan a todos los partidos que compiten dentro del sistema a que abandonen sus rivalidades y que se unan para defender el campo de juego constitucional que en teoría les es común.

El esquema argumental de este manifiesto es lineal. Sus promotores afirman que las tensiones separatistas y la crisis de la organización territorial del Estado convierten el acuerdo entre fuerzas políticas constitucionalistas en una necesidad imperiosa. Y, a renglón seguido, declaran que la coincidencia de las crisis sanitaria, económica, social y territorial lo hace ahora inexcusable.

El manifiesto no nombra las "fuerzas políticas constitucionalistas" ni falta hace que lo haga. Lo que les pide, de hecho, lo que les exige, es una tregua por tiempo indefinido; una suspensión del toma y daca entre Gobierno y oposición que caracteriza una democracia representativa. Sentencia que sin el acuerdo que propone, la política española continuará reducida a un enfrentamiento estéril, provocando la crispación y el rechazo de un número cada vez mayor de ciudadanos. Una sociedad en crisis y alejada de sus instituciones es un peligroso caldo de cultivo para populistas y extremistas de todo signo. 

La Fundación Joan Boscà ha reunido en un pispás a un amplio elenco de "abajo firmantes". En él están fuerzas vivas pero generalmente silenciosas: innumerables cámaras de comercio, agrupaciones profesionales, asociaciones de empresas familiares y colectivos biempensantes. La mecha que ha encendido la Fundación Joan Boscà es una fehaciente prueba de ese profundo malestar con la clase política que delata una encuesta de opinión tras otra.

Ha habido muchas otras declaraciones y listados de adhesiones similares a la de este reciente manifiesto. No es novedoso reclamar la unidad, la concordia y el "espíritu de la Transición" ni apelar a la España de los balcones, a la que madruga, trabaja y ahorra, a la de la moderación y el sentido común. Tales iniciativas aparecen y desaparecen como los ojos del Guadiana. Lo que puede que dé mayor visibilidad y permanencia a esta última es el contexto, lo que los expertos en márketing llaman el timing. 

El aldabonazo de la Fundación Joan Boscà coincide con el final de un prolongado estado de alarma que ha expuesto una ostentosa miseria institucional y revelado la decencia innata de la sociedad civil. A la vez, el clamor por la convivencia y el relanzamiento resuena a las puertas de un rescate europeo que bendecirá la iniciativa.

La democracia representativa en España necesita pasar por el taller.


                                       TOM BURNS MARAÑÓN  Vía EXPANSIÓN

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