El autor explica que el fracaso de Nadia Calviño en el Eurogrupo es consecuencia de que España no tiene un Gobierno creíble en la UE y los ministros de Pablo Iglesias no generan confianza en Bruselas.
SEAN MACKAOUI
Que la vicepresidenta económica del Gobierno de España, Nadia Calviño, perdiera el jueves la presidencia del Eurogrupo ha supuesto un mazazo político y moral para España. La reacción al golpe ha sido tan dura en gran parte porque el Gobierno daba por hecho el triunfo en la elección entre los 19 países que componen el Eurogrupo. Lo que ocurrió es que desencadenó expectativas que no fue capaz ni de negociar adecuadamente ni de, en consecuencia, cumplir.
Pedro Sánchez debería hacer autocrítica. El presidente del Gobierno tendría que preguntarse qué es lo que pasa, por qué no logra colocar a candidatas tan solventes como Nadia Calviño -van dos fracasos ya, para dirigir el Fondo Monetario Internacional y para presidir el Eurogrupo- y Arancha González Laya, para liderar la Organización Mundial del Comercio. Por currículo, claramente, no será, porque a ambas ministras les sobra.
Debería preguntárselo. Y debería contárnoslo después. Para ayudarle a encontrar las razones de estos fracasos, primero una sugerencia: presidente, no se refugie en lo fácil, en el argumentario que le han preparado. No busque traidores en países europeos, no mire en la dirección equivocada. La respuesta la tiene mucho más cerca.
Presidente, el problema es su debilidad. En España y en Europa.
Este momento, si nos lo tomamos en serio, debe servirnos para reflexionar sobre por qué el Gobierno de España tiene la misma debilidad fuera que dentro de nuestro país. Tenemos que preguntarnos dónde está España y dónde queremos que esté.
En un escenario en el que nuestro país va a sufrir uno de los mayores costes económicos y sanitarios del mundo a causa del coronavirus, necesitamos contar con un Gobierno creíble y fiable: un instrumento eficaz para poder navegar esta dificilísima crisis. Un Gobierno creíble y fiable para los españoles, y para los europeos.
Pues bien, no lo tenemos. No existe un Gobierno similar al español en ningún país europeo, un Gobierno con ministros que comparecen ante los medios atacando a la prensa y pidiendo que «normalicemos el insulto» (el insulto a los demás, claro) y atacando a la prensa; un Gobierno con ministros que digan que están orgullosos de ser comunistas, y que aseguren que el comunismo tiene vigencia.
Es preocupante que hayamos banalizado lo que conocemos de las distintas experiencias históricas de regímenes comunistas; es asombroso que lleguemos a quitar importancia a los testimonios o a frivolizar sobre la gravedad que tiene el hecho de que miembros de nuestro Gobierno se enorgullezcan tanto de esta ideología, que ha conseguido las cotas más elevadas de sufrimiento, hambre y muerte en las sociedades en las que se impuso.
Para entender cómo suena en Europa, les cuento una escena del debate del Parlamento Europeo en el que participé el miércoles pasado con la canciller Angela Merkel. Tanto el líder de los liberales europeos (mi grupo), el rumano Dacian Çiolos como el vicepresidente de la Comisión Maros Sefcovic, socialdemócrata eslovaco, le recordaron en sus discursos a la canciller Merkel que compartían con ella la experiencia de crecer y vivir bajo el yugo de una dictadura comunista, y se refirieron a sus dramáticos pasados comunes. Dacian Ciolos, el líder de Renew Europe, lo resumió así: "Señora Merkel los dos hemos crecido en otra Europa, una Europa destrozada por decenios de dictadura comunista".
No estoy hablando sólo de un problema filosófico, ético y moral en los representantes políticos del Ejecutivo de una democracia. Estoy hablando de que tener un Gobierno no alineado con los de nuestro entorno, un Ejecutivo mal encajado en el sistema y los criterios mayoritarios de los gobiernos europeos, tiene costes. Sobre todo, a la hora de conseguir el respaldo de los socios y aliados para desempeñar responsabilidades supranacionales. Si Sánchez aseguró que él no podría dormir con tales socios (presidente, ya nos contará qué remedio ha encontrado para conciliar el sueño, que a los demás nos hace falta), no es extraño que nuestros socios tampoco puedan.
Esta semana escuché en Bruselas que Pedro Sánchez era un equilibrista, porque iba a tener en un mismo Gobierno al líder del Partido Comunista español y a la presidenta del Eurogrupo. La realidad ha sido más terca y ha demostrado que estos equilibrios no funcionan en la política internacional y, en especial, que no funcionan en nuestro ecosistema político, en la Unión Europea. Sánchez ha sentado en el Consejo de Ministros a personas que inspiran confianza, como Nadia Calviño, Arancha González Laya y José Luis Escrivá. Pero la realidad es que en el Consejo de Ministros se sienta también Podemos, y que eso no tiene equivalente en ningún otro Gobierno de nuestro entorno.
En circunstancias normales, la composición del Gobierno no importaría tanto. Podemos y sus socios se enfrascarían en las guerras culturales y las consecuencias serían políticas y de convivencia, pero, dado lo limitado de su mayoría, seguramente no existenciales.
El problema se complica en los momentos difíciles como el que vivimos. En los momentos en los que tenemos que negociar, justo cuando necesitamos inspirar confianza a los ciudadanos, a otros países y a los mercados. Y la realidad es que España, ahora mismo, aunque tiene buenas razones para inspirar esa confianza -como el perfil de la propia ministra Calviño-, no lo consigue. La falta de confianza, que es falta de credibilidad, que nos ha costado la presidencia del Eurogrupo es la misma que erosiona nuestras instituciones; es la misma que nos puede meter en otra gran crisis de deuda si los mercados no nos responden en los próximos meses.
Me temo que no hay suficiente conciencia de lo delicado que es este momento para España. La semana que viene, en el Consejo Europeo de los días 17 y 18, tenemos una de las negociaciones más importantes que haya habido en la historia de Europa en los últimos 30 años. Y en esa negociación es imprescindible que nos llevemos bien con los demás, que nos relacionemos con nuestros socios desde la confianza mutua. Debemos entenderles para que nos entiendan.
EL PEOR desenlace de este fracaso del Eurogrupo y de la presidencia frustrada de Nadia Calviño sería quemar puentes con otros países por buscar traidores o excusas donde no hay ni los unos ni las otras. No tenemos más remedio que mirar hacia delante. Nuestro deber histórico es construir y no quedarnos en el pasado, y nunca va a ser tan importante como ahora el que España tenga una relación de confianza con los países europeos.
Presidente Sánchez, permítame que se lo diga desde Bruselas: para mejorar estas relaciones exteriores, para ganarse a los europeos, de verdad tiene que hacerse las preguntas que importan. Olvídese de las trincheras, de las banalidades de ida y vuelta, de las frases hechas para contentar a algunos o provocar a otros. No busque traidores en países que son nuestros amigos, aunque sean rivales en muchas ocasiones; no mire en la dirección opuesta a la realidad. España, su Gobierno, está ahora mismo en una fórmula política que contemplan con desconfianza buena parte de los europeos y cada vez más españoles.
Para salir de su debilidad, necesita salir de ese experimento. Necesita un pacto constitucional, una fórmula política como la que está al frente de las instituciones europeas y de la mayor parte de los países miembros, porque lo que le viene encima a esta sociedad es lo suficientemente grave, lo suficientemente importante como para que no lo aborde con las artimañas de la polarización y del enfrentamiento, sino con las políticas de la moderación, el pragmatismo y las reformas. Ahí es donde se encuentran la inmensa mayoría del pueblo español y de sus representantes políticos.
LUIS GARICANO* Vía EL MUNDO
- *Luis Garicano es jefe de la delegación de Ciudadanos en el Parlamento Europeo. Y vicepresidente y portavoz económico de Renew Europe.
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