Combinar el placer y los negocios era una de sus debilidades, casi siempre amparadas en los silencios del poder político y económico de este país
Los técnicos de Hacienda estiman que Juan Carlos I debería haber pagado 52 millones de euros a Hacienda por la donación
Seis años después de su abdicación, el Rey Juan Carlos ya conoce lo que es caer desde el cielo al infierno. Se marchó “antes de tiempo” por culpa de un elefante, al que quiso matar. Lo consiguió pero la venganza del paquidermo llegó apenas unas horas más tarde: una caída, otra rotura de huesos, y una mujer que pasaba a inundar con su imagen las portadas de los periódicos y los programas de televisión de todo el mundo.Si en 1981 un 'elefante blanco' desaparecido en la madrugada del 23 de febrero de 1981 salvó a la Monarquía de la herencia que había recibido del franquismo, y convirtió a Juan Carlos I en el salvador de la naciente Democracia; otro elefante, más real que el que ocultaba el intento de golpe de estado de Milans del Bosch y Antonio Tejero, abrió una gran puerta a la vida privada del Monarca; una puerta por la que salieron y se mostraron las tres grandes obsesiones que le han acompañado a lo largo de su vida.
1.- La primera y más importante de las obsesiones del hoy Rey emérito fue asentar la Monarquía en España tras 45 años de República y Dictadura. Tuvo que pasar por encima del heredero designado por Alfonso XIII, que era su padre, Juan de Borbón, Juan III, tal y como aparece en la sepultura del Panteón de los Reyes en El Escorial. El, al que familiarmente llamaban Juanito, hubiera sido Juan IV. Para establecer la diferencia como “nueva Monarquía” utilizó desde su condición de Príncipe heredero el nombre de Juan Carlos I. La dinastía se reinventaba para alejarse de su pasado más reciente.
Una obsesión que Juan Carlos heredaba de su padre y que le llevó a “educarse” en España bajo la tutela del Dictador y con el permiso a regañadientes de un padre que soñaba con sentarase en el trono cuando el general, que había ganado la guerra y no le había aceptado en sus filas, decidiera dejar el poder y entregarlo a los herederos de un Alfonso XIII que había sido padrino de la boda de Francisco Franco con la asturiana Carmen Polo.
Todo ese camino lo hizo, bien apoyado desde Estados Unidos y por la Europa socialdemócrata, con la paciencia del cazador que llevaba dentro, con la astucia que se necesita para abatir a la pieza más codiciada, al rival más peligroso. Juan Carlos tenía enfrente a una parte del Régimen franquista, los falangistas, que no quería que a España regresara la Monarquía; y a otro miembro de la Casa Borbón, su primo Alfonso, que se creía con más derechos que él a la Corona de España.
Esa rama de la familia siempre reprochó a Juan de Borbón el haber convencido al moribundo Alfonso XIII que cambiara el orden en la sucesión del primogénito. Unas aspiraciones que el propio Franco cerró, pese al matrimonio de Alfonso con su nieta María del Carmen Martínez Bordiú Franco. Si el Generalísimo demostró durante 40 años su especial olfato para superar crisis, hizo lo mismo con su sentido más personal: la familia, por un lado; el Estado, por otro.
Solucionado el doble problema de la legitimidad dinástica ( de su padre y de su primo ) al Rey Juan Carlos, recién llegado al poder, le quedaba la parte más difícil: conseguir cambiar sin violencia y a través de las leyes una Dictadura en una Democracia. Lo consiguió con la ayuda de muchos y el protagonismo de dos hombres: Torcuato Fernández Miranda, presidente de las Cortes, y Adolfo Suárez, presidente del Gobierno. Lo que parecía imposible tras la ceremonia de proclamación en las todavía Cortes franquistas, con las palabras de Rodríguez Valcárcel resonando en los oídos de los españoles, se convertía en realidad 572 días más tarde: el 15 de junio de 1977 se celebraban elecciones generales con la presencia en las urnas de las listas del Partido Comunista, un hecho que parecía una quimera incluso para los dirigentes del PCE que regresaron a España como Santiago Carrillo y Dolores Ibarruri.
En ese primero y más importante de los caminos tuvo siempre a su lado a Sofia de Grecia, la Princesa convertida en Reina cuando en su país la Monarquía del Rey Pablo dejaba paso a la República y su familia tenía que marcharse al exilio. Años de sacrificio y desplantes que aceptó en defensa del trono y de su hijo.
Corte de intereses
2.- La segunda de las obsesiones de Juan Carlos I fue conseguir que la Casa Borbón dejara de ser la Casa Real más pobre del mundo, tanto si se comparaba con las monarquías europeas como si lo hacia con las del mundo árabe o del Continente asiático, especialmente el 'trono del Crisantemo' japonés. Para ello aceptó que la 'Corte de intereses' que se formó de inmediato en Madrid, pagara sus intervenciones de relaciones públicas internacional y de Estado en la consecución de los grandes contratos fuera de nuestro país, con especial incidencia en el mundo del petróleo y las grandes obras de construcción.
Los paraísos fiscales como destino de las ganancias terminarían por salir a la luz, desde los europeos a los latinoamericanos. Suiza, Panamá, Bahamas pasaron a ser destinos de enormes cantidades de dinero ajenas al control del Estado. Se convirtió en un secreto a voces entre la élite política, financiera y empresarial del país. Juan Carlos I ayudaba y mucho a las empresas españolas en sus proyectos internacionales. Siempre con sentido de Estado y la mayor parte de las veces con beneficios personales para él mismo hasta conseguir una fortuna que hoy es muy difícil de calcular, pero con indicios como los del 'regalo' de 65 millones de euros a la que durante años le ayudó en varios de sus negocios y se convirtió en la más íntima de las amigas de Su Majestad, Corinna Larsen.
3.- En su tercera obsesión, Juan Carlos mantuvo y hasta acrecentó la tradición borbónica que hicieron patente sus antepasados: las mujeres, como amantes y amigas bien tratadas económicamente, al margen del matrimonio. Desde su adolescencia como cadete en la Academia de Zaragoza hasta el estallido del escándalo con Corinna Larsen a consecuencia de la caída en Botswana y la posterior operación de cadera, incluida su declaración a la salida de la clínica: “me he equivocada, no volverá a pasar”, unas palabras que al margen de su acierto o desacierto, reconocían una culpa y abrían la gran puerta de salida a su reinado, justo cuando acariciaba el récord de permanencia del primer Borbón. Muchos nombres de cantantes, actrices, aristócratas...
Combinar el placer y los negocios era una de sus debilidades, casi siempre amparadas en los silencios del poder político y económico de este país, que veían en el comportamiento del Monarca el mejor y más grande de los paraguas para sus propias ambiciones y debilidades. Con excepciones como las que “destapó” el que fuera jefe de la Casa de su Majestad, Sabino Fernández Campo -que terminó costándole el puesto- sobre la 'corte de Mallorca' y el papel crucial de Martá Gayá como anfitriona de las fiestas que organizaba junto a Marieta Salas, la esposa del por entonces gran amigo personal, el príncipe georgiano Zourab Tchokotua, a quien conoció en Lausana en una de sus visitas a las reina Victoria Eugenia. “Zou” como le llamaban sus amigos abandonó Mallorca envuelto en escándalos financieros y se estableció en Marruecos, bajo la protección de la monarquía, y donde murió a finales de julio de 2019.
Tres obsesiones que no ha heredado su hijo, Felipe VI, y que han obligado al actual monarca a distanciarse de su padre lo más posible y de la forma más rápida posible. Servicio al Estado dentro de las más estrictas normativas constitucionales. No a los dineros de difícil o imposible justificación. No a las aventuras amorosas fuera del matrimonio. Reglas esenciales para que España no desemboque en una III República, justo en otra transición política, económica y financiera que está poniendo en cuestión los criterios y valores que sirvieron durante los últimos 50 años.
Felipe Juan Pablo Alfonso de Todos los Santos de Borbón y de Grecia, Rey de España desde el 19 de junio de 2014 tras la abdicación de su padre, cumplidos el 30 de enero los 52 años, es consciente de que tiene en sus manos la delicada tarea de impedir que la “herencia maldita” de los comportamientos de su antecesor en el trono acabe por tercera vez con la Monarquía Borbón. Si lo logra, y en esa batalla personal y dinástica es clave la presencia y eficacia de la Reina Letizia, nuestro país tendrá por primera vez una Reina democrática, muy diferente de las que ha tenido en los últimos 300 años.
RAÚL HERAS Vía VOZ PÓPULI
No hay comentarios:
Publicar un comentario