El Ejecutivo está obligado a liderar una estrategia que permita minimizar el riesgo y, de esta forma, facilitar la reactivación económica.
Fotografía de archivo de Pedro Sánchez, Salvador Illa y Fernando Simón. EFE
SERÍA imperdonable que en un país tan golpeado por la pandemia como España, la situación volviera a descontrolarse hasta el punto de desembocar en una segunda oleada. Sería imperdonable, pero no imposible en un país hundido en la parálisis por la inhibición del Gobierno -que ha pasado de aferrarse al estado de alarma a lavarse las manos- y la inoperancia de algunas comunidades autónomas, como Cataluña, a la hora de mitigar los contagios. Resulta descorazonador que ni el elevado número de víctimas -camino de las 50.000-, ni la presión hospitalaria ni el daño enorme infligido a la economía hayan disuadido a las administraciones, empezando por el Gobierno, de una conducta negligente que conduce inexorablemente, de nuevo, al desastre.
Por un lado, el Gobierno de Sánchez da la impresión de haberse desentendido de la gestión de una pandemia que amenaza con llevarse por delante la ya de por sí castigada economía española. La cuarentena impuesta por Reino Unido a los viajeros desde España, que viene precedido de una dejación de funciones de Exteriores tanto a escala diplomática como en materia de comunicación, puede dar la puntilla para las aerolíneas y el turismo. Este sector, que aglutina el 12,5% del PIB, se arriesga a sufrir pérdidas superiores al rescate financiero en la anterior crisis. A ello se une la erosión en los mercados -como quedó en evidencia con las pérdidas de ayer del Ibex: Iberia se dejó un 9% y Meliá, un 7%- y el golpe a la reputación internacional de España. El fracaso gubernamental en lo que Moncloa bautizó como nueva normalidad resulta especialmente lesivo teniendo en cuenta la experiencia traumática de la primera ola del coronavirus, que se saldó con una emergencia sanitaria sin precedentes y un frenazo en seco de la producción y del consumo. La vuelta a este escenario constituiría un mazazo letal para una sociedad hastiada y exhausta.
Al margen de la pésima labor de mandatarios como Torra, quien ayer anunció otro confinamiento en Cataluña si los brotes persisten, el Ejecutivo está abandonando a su suerte a las CCAA, desoyendo a presidentes como Ayuso o el presidente socialista de Canarias, que exigen PCR en origen, y despreciando la mano tendida por el PP para articular una legislación alternativa al estado de alarma. Casado se ha ofrecido a apoyar modificaciones normativas en leyes como la orgánica de Sanidad de 1986, la de Medidas Especiales en materia de Salud Pública y la que regula la jurisdicción contencioso-administrativa. Urge que Sánchez abandone el tancredismo. El dilema entre economía y salud es falso. El Gobierno está obligado a liderar una estrategia que permita minimizar el riesgo y, de esta forma, facilitar la reactivación económica.
EDITORIAL de EL MUNDO
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