Echando en saco roto que la tiranía no se edifica sobre las virtudes de los totalitarios, sino sobre la dejación de los demócratas, la oposición transige con dotar de un poder inusitado a un ególatra
ULISES CULEBRO
Anticipándose en unas fechas, el Congreso adelantó el jueves la conmemoración de los difuntos escenificando sus exequias fúnebres sin que los diputados parecieran atisbar la gravedad del deceso. Si Larra en el Día de Difuntos de 1836 acusa de necios a quienes se encaminan al camposanto a visitar a sus deudos sin advertid que ellos son los auténticos muertos, otro tanto toca a unos próceres a los que cabe dirigirse en similares términos a los de Fígaro: "¡Miraos, insensatos, a vosotros mismos, y en vuestra frente veréis vuestro propio epitafio!". Es más, en el frontispicio del caserón de la Carrera de San Jerónimo, debiera figurar esta esquela a raíz del ominoso pleno: "Aquí yace la Constitución. Vivió 42 años y murió en un minuto".
Todo se desarrolló en una lúgubre sesión en la que el presidente Sánchez hizo público desprecio de los procuradores de la soberanía nacional sin distingos de colores en una breve representación en dos actos. En el primero, un silente Sánchez delegó la petición de poderes excepcionales al poder legislativo, por medio de una anómala Declaración de Estado de Alarma para los próximos seis meses, en un subalterno como el ministro Illa, quien sacó la faena adelante a base de mantazos sin ton ni son. Consumada la afrenta sin tener que fajarse, marchose sin el menor miramiento hacia unos portavoces a los que dejó con la palabra en la boca.
Claro que estos, con falta de respeto a sí mismos y a quienes representan, en vez de dedicarle una pañolada de reprobación por la bofetada sin manos propinada, se hicieron merecedores del próximo desplante. Debieron plantarse y reclamar la suspensión del pleno hasta que el prófugo retornara al banco azul para merecer el puesto que desempeña. Por el contrario, prosiguieron como si tal cosa la comparsa con alguna muestra de desagravio vertiendo algún pildorazo hacia el asiento vacío del Ausente.
Pocas veces se ha humillado la soberanía nacional de modo tan oprobioso y eso que Rajoy, con su sonada fuga de la moción de censura que le costó el cargo por no querer aguardar de cuerpo presente la proclamación de Sánchez, con el bolso de su vicepresidenta haciendo bulto, había dejado el nivel a ras de tierra. Si toda mala situación es susceptible de empeorar, atendiendo a la ley de Murphy, ahora el suelo en que cayó su antecesor lo hunde Sánchez con profundidad como para sepultar un ataúd con la amortajada soberanía nacional dentro.
No es para menos tras el desenlace trágico de un pleno en el que la Cámara le otorga prerrogativas excepcionales a su costa a quien ni siquiera oyeron pedírselo de sus labios. Es más, algunos menospreciados transigieron con un trágala que desborda a aquel otro que tres meses atrás les hizo no seguir apoyando prórrogas a tutiplén al negarse Sánchez a adecuar las leyes sanitarias para que éstas, sin recurrir a esta variante del estado de excepción, dotaran a las autonomías de un paraguas jurídico que les permitiera librar la batalla contra la covid-19 pertrechados en Derecho. Pese a lo prometido, nada hizo Sánchez.
Su prioridad no es sofocar la pandemia, sino valerse de esa situación inusitada para mandar como un zar al que le hacen la corte los partidos de la oposición que cuanto más los apalea más obsequiosos se muestran con quienes les aporrea. Eso sí, tanto Casado como Arrimadas lo adoban con brillantes alocuciones parlamentarias -volvieron a hacerlo el jueves- que evocan la perspicacia de aquel columnista que, al glosar el discurso contemporizador del presidente Kennedy cuando la extinta URSS levantó una alambrada de separación de Berlín, anotó: "Ha hablado como Churchill y ha actuado como Chamberlain".
Echando en saco roto que la tiranía no se edifica sobre las virtudes de los totalitarios, sino sobre la dejación de los demócratas, la oposición transige con dotar de un poder inusitado a un ególatra que, en su soberbia, no cree tener par ni igual. Con la armadura legal que le han dotado, evoca una anécdota del gran cantaor Porrina de Badajoz. Expresión misma de la elegancia flamenca, mostró la distinción, a veces un tanto extravagante, de gitano fino a la hora de vestir. Sin duda, "un dandi en el país del tocino y de la envidia", con sus gafas oscuras para ver sólo lo que le traía cuenta y su clavel en la solapa, que siempre cantó de pie para no arrugarse el terno y con la mano apoyada en el respaldo de la silla de anea del guitarrista.
Cuando empezó a ganarse sus primeros duros, se hizo un traje negro de raya diplomática. Tanto estilo destellaba que su madre, al verlo, no pudo por menos que exclamar, sin dejar de persignarse: "Hijo, pareces un caballero". Ante el gesto emocionado de aquella madre, el gran Porrina no tuvo otra ocurrencia que encargar una docena de trajes exactamente iguales.
Teniendo en cuenta que su jefe de gabinete, Iván Redondo, hizo milicias políticas en tierras extremeñas sirviendo al ex presidente Monago, ha debido explicarle a Sánchez que él también imite a Porrina de Badajoz. Enfundado de nuevo en el traje del estado de alarma, trata de salir tan bien librado como la primera vez. Pese a su estrepitoso fracaso en la gestión de la pandemia en la que colocó a España en el disparadero de ser uno de los países cimeros del mundo en cuanto a muertos e infectados en proporción a su población.
Así, para quitarse de en medio en esta segunda ola en la que España descuella como en la primera, decreta otro estado de alarma de seis meses y sin someterse cada dos semanas a la venia del Congreso. Lo hace equipado con el traje de lana esquilada a las ovejas merinas del Congreso.
Contraviniendo la Carta Magna, Sánchez se arroga poderes plenipotenciarios a expensas de un Tribunal Constitucional que ronca el sueño de los justos tras dejar sin resolver el recurso de Vox al estado de alarma de marzo. Reviviendo la caminata figurada que Larra se pegó por aquel Madrid del Día de Difuntos de 1836, al pasar ante la sede del TC, habría que refrendar su apreciación de que el pensamiento reposa donde, en su vida, hizo otra cosa. Más ahora que andan pendientes de renovación y de cómo se reubican los salientes para, como ironizaba el cachazudo Jesús Posada, ex presidente de las Cortes, "no apearse del tío vivo" del Presupuesto.
Después de proclamar en julio su victoria sobre la virulenta plaga que se había cobrado 50.000 muertos e invitar a los españoles a echarse a la calle para festejar la victoria, Sánchez trampea ahora con otro estado de alarma con el que lavarse las manos cual Poncio Pilatos. De modo que cede los trastos a las autonomías para que asuman una función indelegable y corran con los perjuicios. Entre tanto, él se reserva el resto de las atribuciones para perpetuarse en La Moncloa como si estuviera por encima del bien y del mal.
En este sentido, su apelación a la cogobernanza es una invitación al caos mediante una insensata fórmula que diluye la responsabilidad y sirve de coartada a gobiernos que siempre podrán descargar sus culpas en las espaldas ajenas, al tiempo que arguyen que hicieron lo que estuvo en sus manos. Ni que decir tiene que ello obrará el consabido "entre todos la mataron y ella sola se murió".
No extrañará que Felipe González, verbalizando el hastío ciudadano, pegue un bufido contra esa "puñetera locura" que hace que ni leyendo el BOE con un catedrático de Derecho al lado se sepa del todo cómo moverse por una España en la que los virreyes autonómicos establecen derechos de paso y se normaliza el concepto de frontera, como si fueran Estados diferentes. En ningún lugar, existe un dislate semejante en la que diecisiete autonomías se enredan para que ninguna pueda hacer nada sin la otra y el Gobierno se desentiende hipotecado parlamentariamente por las fuerzas soberanistas que le sostienen. Dándole la vuelta a las quintillas de Jorge Manrique, por los particulares egoísmos, se dejan los comunes provechos.
Ello movería el lunes a la perplejidad a la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, tras invitarla Sánchez a un encuentro que derivó en un mercado persa con los presidentes autonómicos y en el que, para remate, el presidente de una comunidad con el coronavirus desbocado como Cataluña aprovechaba la cita para reivindicar la independencia. Lo hacía a la ex ministra de Defensa de una Alemania que despachó una reivindicación de ese tenor con una contundente respuesta de cuatro líneas a vuelta de correo de su Tribunal Constitucional.
Pero, si el presidente interino que ha relevado al inhabilitado valido del prófugo Puigdemont antepone el proceso independentista a la salud, otro tanto acaece con un Sánchez más interesado en demoler la separación de poderes devaluando el Parlamento a la condición de escribanía de un Ejecutivo que, a su vez, gubernamentaliza los órganos judiciales. Sigue los postulados de Podemos de que los nombramientos de la Abogacía del Estado, Fiscalía General, Consejo del Poder Judicial y Tribunal Constitucional deben atenerse al "compromiso ideológico con el programa del Gobierno". Después de criticarse la propuesta como propia de dictaduras como la venezolana o la cubana, el plan se abre paso con la certeza de los hechos consumados.
Ante una situación tan descaecida como la presente, Sánchez afianza su poder autocrático sobe la pretensión de que un presidente dispone de autoridad suficiente para incumplir la ley. Esa confesión acabó enterrando en vida a Nixon cuando, en 1977, en un intento por resarcirse tras su dimisión por el escándalo Watergate, concedió una entrevista a David Frost espetándole: "Cuando lo hace un presidente, significa que no es ilegal". Empero, si las instituciones renuncian a defenderse y sus ciudadanos declinan salvaguardarlas, la tiranía avanzará haciendo que el Gobierno, en vez de temer al pueblo, sea éste quien lo tema sucumbiendo su libertad y bienestar.
Ante tal evidencia de hechos, diera la impresión de que la oposición prefiriera ignorar la realidad para no tenerla que afrontar en toda su crudeza. Ello le hace asistir impávida a cómo Sánchez aniquila los contrapesos al Gobierno. Con el pretexto de eliminar un virus sanitario, en el que ha naufragado y del que se desentiende, inocula un virus totalitario en cuya aplicación está resultando mucho más eficaz. Así, mientras fracasa en lograr esa inmunidad de rebaño contra la covid-19 de la que hablan los epidemiólogos, obtiene avances en la impunidad de rebaño al pervertir el Estado de derecho.
Se une a ello, en un tiempo en el que cualquier cosa puede pasar, el egoísmo de cierto establishment económico que no desea darse por enterado para ver si escampa y mantiene su posición de privilegio. Contemplando tan suicida desentendimiento, quizá Larra diría aquello de "¡santo cielo, otro cementerio!". Al preguntarse quién ha muerto en él, exclamaría: "¡Aquí yace la esperanza! ¡Silencio, silencio!".
FRANCISCO ROSELL Vía EL MUNDO
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