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viernes, 13 de noviembre de 2020

LA GRAN REGRESIÓN

 Los años de la libertad han caducado. Podremos contar cómo vimos borrarse nuestro mundo en una noche.

 

 
"Podrás contar cómo viste desaparecer el Sur en una noche»: Gable alecciona a Leigh, bajo el fulgor rojo del incendio de Atlanta. Puede que no volvamos a ver eso. 


Una anécdota estúpida puede trocarse en síntoma: tan sólo se requieren tiempo y lugar justos. Que HBO censure «Lo que el viento se llevó» es una sencilla majadería. Pero los majaderos han hallado su tiempo: el de la gran involución reaccionaria que a sí misma se dio nombre de «corrección política». Y su lugar: un mundo de cansadas democracias que -como la Sibila del Satiricón- anhelan sólo morir. Mejor aún: no haber sido nunca.

Dice San Agustín que ni siquiera a Dios le es dado hacer que lo que fue no

haya sido. A HBO, sí. En la consolidación de ese poder para reinventar lo sido, la destrucción de una película que yo no aprecio especialmente, pero que es la más popular en la historia del cine, juega como un experimento de laboratorio. Si el espectáculo más visto de la historia puede ser borrado, ¿qué en la memoria humana podrá saberse a salvo de reinvención «correcta»? De reinventar, por ejemplo, a Churchill como fascista.

Dos vectores se cruzan aquí. El primero habla de un prodigioso analfabetismo. Cuando un descerebrado pinta «fascista» sobre una estatua de Churchill, dice dos cosas:

a) que nadie le enseñó en la escuela qué sea esa variedad nacional del socialismo para la cual Mussolini acuña la denominación «fascista» y a la que luego Hitler llamará «socialista nacional», en apócope, «nazi»;

b) que nadie le enseñó que, sin la testarudez del conservador Churchill, en 1940 Europa hubiera sido, de Polonia al Atlántico, «fascista»; y soviética el resto. Hay una bella novela de Ishiguro que les valdrá la pena leer: Los restos del día. Para ver hasta qué punto estuvo cerca eso. Ivory hizo de ella una película que tal vez haya que prohibir también: su protagonista es -¡qué horror clasista!- un mayordomo.

El segundo vector es más grave. Más grave, porque conocemos sus efectos hace ahora un siglo: la reducción de la estética a la ética y de la ética a la política. En su forma más atrozmente manualista, la estaliniana, se llamó a eso «realismo socialista». Su postulado: la exigencia de que toda obra -literaria, pictórica, musical como cinematográfica- sea portadora de valores edificantes y luche contra los valores decadentes. Su escaparate fue la exposición de los «artistas degenerados» en el Múnich nazi de 1937. Stalin exterminaba artistas con menos ruido.

Ahora no se mata. ¿Pero es que es menos cruel que matar al autor matar su obra? Woody Allen ha sido borrado. Se exige a las filmotecas que no proyecten películas de Polanski. Doy por supuesto que todas las copias del Nacimiento de una nación de Griffith serán quemadas… La regresión está aquí. Y nada va a pararla. Los años de la libertad han caducado. Sí, ha llegado para nosotros el día en que podremos contar cómo vimos borrarse nuestro mundo en una noche.
 
 
                                                 GABRIEL ALBIAC   Vía ABC


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