Envalentonada por la inanidad del Partido Popular y de Ciudadanos y el acobardamiento de las elites económicas y culturales, la izquierda se ha lanzado impetuosa a la demolición de España
Pedro Sánchez y Pablo Iglesias.
Se van acumulando las señales de que el Gobierno está convencido de que puede desmontar el sistema político, institucional y jurídico surgido de la Transición sin encontrar demasiada resistencia por parte de los partidos de la oposición con la posible excepción de Vox, pero como cree tener a esta fuerza bien neutralizada por sus campañas de demonización y caricaturización, tampoco le preocupa mucho. La nueva ley de Educación es un ejemplo palpable de que Pedro Sánchez, Podemos, los separatistas y Bildu les han perdido el respeto a los representantes del centro-derecha. La norma es tal cúmulo de aberraciones, disparates y contrasentidos al servicio de una ideología totalitaria que solamente con la seguridad de que no se tiene enfrente nada que temer, se puede llevar adelante semejante engendro. Esta ley contraviene todos y cada uno de los principios de un sistema educativo de calidad, equitativo y socialmente útil. Una vez se ponga en marcha será una fábrica de ignorantes fácilmente manipulables y una herramienta eficaz de destrucción de la escalera social, por no mencionar el deterioro imparable de la unidad nacional gracias a la eliminación de la lengua común de las aulas en determinadas Comunidades y el debilitamiento de la competitividad, que es lo mismo que decir de la creación de riqueza, al bajar sensiblemente el nivel y la capacidad de nuestros recursos humanos.
El plan de amordazar a los medios y a las redes gracias a la facultad del Gobierno de decidir qué es verdad y qué es mentira es otro paso notable hacia el control de las mentes y, en consecuencia, de las voluntades. Uno de los elementos definitorios del Leviatán opresor es la obsesión por eliminar la crítica y la posibilidad de que los ciudadanos tengan criterio propio. La combinación de grandes cadenas de televisión amansadas con dádivas, amedrentadas con amenazas y abundantes en programas de entretenimiento idiotizante, una prensa escrita carente de efectividad por falta de lectores y unas redes patrulladas por censores blandiendo sanciones, resultará en un espacio de debate público transformado en un erial cosido a consignas en el que la discrepancia será un ejercicio de alto riesgo.
La transferencia de la instrucción penal de los jueces a los fiscales no debería ser un problema, de hecho, así funciona la justicia en muchas democracias, salvo el detalle de que la Fiscalía General en España no es independiente, sino una palanca en manos del Ejecutivo que podrá con esta reforma interferir a placer en los procedimientos, seleccionar a sus víctimas y favorecer a sus amigos. El espectro de Montesquieu sigue sufriendo terribles agresiones en nuestro país y el pobre ya no es sino una vaga sombra apenas perceptible.
El disparo del gasto público de carácter “político”, con multiplicación de asesores, indexación de las pensiones al IPC, subida de sueldo a funcionarios, despilfarro en subvenciones clientelares o sectarias, incremento de la presión fiscal, déficit mareante, endeudamiento gigantesco y utilización inmisericorde de la pandemia para la proletarización de autónomos, pequeños empresarios y profesionales, revela un diseño perfectamente urdido para borrar del mapa a la clase media y convertir España en un remedo de la Venezuela chavista, pero deshecha en retales mal hilvanados.
Mutilar la reconciliación nacional
Y como colofón de todas estas agresiones a nuestro orden constitucional y social, una ley de memoria democrática que consagra una visión obligatoria de la Historia carente de objetividad y sin asomo de ecuanimidad, en la que los acontecimientos pretéritos sucedidos durante la Segunda República y la Guerra Civil son mutilados, inventados o deformados hasta liquidar sin escrúpulo alguno la meritoria labor de reconciliación nacional que hace cuatro décadas alumbró la que ha sido hasta la irrupción de la horda cainita que ahora nos desgobierna una larga etapa de paz civil, modernización, estabilidad y prosperidad.
Sin embargo, la alianza de supuestos socialistas, comunistas chavistas, golpistas secesionistas y amigos del terrorismo incurre en un exceso de optimismo al infravalorar las energías saludables todavía latentes en las capas profundas de la sociedad española. Envalentonados por la inanidad del Partido Popular y de Ciudadanos y el acobardamiento de las elites económicas y culturales, se han lanzado impetuosos a la demolición de una gran Nación multisecular, a su despedazamiento, su ruina y su disolución moral. No están teniendo en cuenta que bajo la superficie multicolor y vocinglera del hedonismo bobo, del relativismo ético y del 'desnortamiento' generalizado que muestra nuestro panorama público, alienta una España fuerte, callada, sólida en sus creencias, dispuesta a pervivir, que se está tensando como un muelle poderoso que, llegado el momento, saltará con ímpetu imparable. El proyecto de devastación del Gobierno y sus tóxicos adláteres ha tomado rumbo de colisión con esta España que todavía se mantiene quieta, pero que acumula motivos de indignación para aparecer incontenible y en la inevitable colisión que se aproxima más de uno que se pavonea pisoteando todo lo que millones de españoles consideramos valioso y sagrado, recibirá un puntapié que le enviará volando por encima del Atlántico a disfrutar de las delicias del socialismo del siglo XXI.
ALEJO VIDAL-QUADRAS Vía VOZ PÓPULI
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