Nos advertía Chesterton
que el mundo moderno está invadido por las viejas virtudes cristianas
que se han vuelto locas. ¿Y cómo se vuelven locas las virtudes? Se
vuelven locas cuando son aisladas unas de otras.
Así, por ejemplo, la
caridad cristiana se convierte en una virtud loca cuando se separa de la
verdad; o, dicho más gráficamente, cuando las obras de misericordia
corporales se anteponen a las obras de misericordia espirituales.
Sobre este peligro ya
nos alertaba Donoso Cortés, quien profetizó que una Iglesia que se
conformarse con atender las necesidades corporales de los pobres
acabaría siendo un instrumento al servicio del mundo, que a la vez que
presume de procurar bienestar a sus súbditos se preocupa
fundamentalmente de destruir sus almas.
Una Iglesia que se
desviviera por las necesidades materiales de los hombres (dándoles
alimento o asilo, por ejemplo) y se despreocupara de asegurar la
salvación de sus almas inmortales habría dejado de ser Iglesia, para
convertirse en instrumento del mundo, que por supuesto aplaudiría a
rabiar este activismo desnortado.
Para entender
gráficamente los efectos de esta caridad loca que aplaude el mundo
conviene recurrir, antes que a ciertos teólogos meapilas (que nos
ofrecerán una versión almibarada de la caridad por completo ajena al
sentido último de esta virtud teologal), a la película Viridiana, del comecuras Luis Buñuel, pues los comecuras son siempre mejores teólogos que los meapilas.
En la película de
Buñuel, la protagonista –sintiéndose culpable de la muerte de su tío-
renuncia a ser monja de clausura y, en su lugar, decide acoger en su
casa a un grupo de mendigos y vagabundos, a quienes brinda refugio y
alimento (obras de misericordia corporales), descuidando la salvación de
sus almas (obras de misericordia espirituales, que tal vez hubiese
asegurado mucho más eficazmente con su oración, en el convento de
clausura).
Inevitablemente, los
mendigos y vagabundos fingirán farisaicamente que la caridad loca y
activista de la mentecata Viridiana los ha hecho buenecitos, pero en
cuanto se les ofrezca la oportunidad, agredirán y robarán a su
benefactora; y, a la vez que perpetran diversos vandalismos, se
encargarán también de burlarse sacrílegamente de su fe, improvisando una
cena orgiástica en la que parodian la Última Cena. Que es lo mínimo que
se merece quien hace de la caridad un activismo desnortado, metiendo al
enemigo en casa.
Y eso que Viridiana, en
su cultivo de una caridad loca, ni siquiera llega el pecado del
exhibicionismo, que hoy es el aderezo preferido de la caridad loca.
Exhibicionismo que se realiza ante las cámaras, en estremecedora y
sacrílega burla de lo que Cristo predicó en el Sermón de la Montaña: “Estad
atentos a no hacer vuestra justicia delante de los hombres para que os
vean”; “Cuando des limosna, no sepa tu mano izquierda lo que hace la
derecha”, etcétera.
Y es que toda la
predicación de Jesús es un combate sin tregua contra la ostentación de
las virtudes (que, cuando se ostentan, dejan de ser tales) y contra
aquellos que han hecho de su ostentación farisaica un modus vivendi.
La auténtica caridad
cristiana mira primero por la salvación del alma del necesitado; y una
vez asegurada ésta, atiende sus necesidades corporales. Es lo que hace
San Pablo con Onésimo, el esclavo pagano al que primero se encarga de
convertir al cristianismo y bautizar; y al que, una vez asegurada la
salvación de su alma, envía a Filemón, para que lo acoja en su casa.
Invertir este proceso (o postergar sine die
lo que San Pablo se preocupó de hacer en primer lugar y sin dilación)
es caridad loca que, por supuesto, el mundo aplaudirá a rabiar.
JUAN MANUEL DE PRADA Vía Religión en Libertad
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