Las consideraciones sobre las fuentes de
la Revolución Francesa y su Ilustración, tan estrechamente conectadas
con el cristianismo, que presentábamos en la primera parte de este
editorial, nos conducen a dos reflexiones necesarias en relación a la
Iglesia, fruto de la experiencia histórica.
Uno es cómo la propia disidencia interna prepara el camino para la demolición eclesial. Esta evidencia conduciría
a considerar que toda acción de mejora eclesial debe estar firmemente
enmarcada por un elevado sentido de prudencia y el amor sincero a lo que
se quiere reformar, testimoniado no solo en el discurso, sino
en la manera de actuar. Un criterio que en la práctica se verifica
anteponiendo los derechos de la Iglesia, entendida como institución, a
los que persiguen su mejora, reforma o renovación. Considerar nuestros
deberes como miembros de la Iglesia por delante de nuestros derechos no
es más que asumir el mensaje evangélico: ganar por la abundancia del
amor.
La otra reflexión iría en línea a considerar que prácticamente todo el
cuerpo de pensamiento antirreligioso y antieclesial que se forja
durante el siglo XVIII en Francia es el que alimenta nuestro tiempo.
Las líneas de solución, y sobre todo las fuentes de alimentación,
surgen entonces y perduran hasta hoy, a pesar de los cambios tan
sustanciales experimentados por la realidad institucional de la Iglesia.
¿Cómo se puede explicar la persistencia del sistema crítico sobre una
realidad tan diferente? Pues porque en realidad lo que se quiere
destruir no son unas formas institucionales históricas, ni un
alineamiento político determinado, que es lo que ha cambiado, sino el
mensaje esencial que transmite, que es precisamente lo que se
mantiene inalterado: el sentido de lo trascendente expresado en el Nueva
Alianza, la Encarnación y la Resurrección de Jesucristo, y el anuncio
de la Buena Nueva y la vía que este anuncio señala, y que el propio
Jesús anuncia al final del evangelio de Mateo (28, 16-20). Esa es la cuestión final que se combate, y todo lo demás, que es utilizado, solo munición histórica.
Bajo la perspectiva de la actual y grave crisis de Europa es necesario recordar que desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, la Iglesia ha estado animando y promoviendo la Unión, pero
hoy parece como replegada, sin fuerza para reanimarla, y en todo caso
más atenta a algunas consecuencias de la crisis que a las causas de ella.
La pretensión occidental de la existencia de categorías políticas con la voluntad de que tengan un valor universal,
como en el caso de la Declaración Universal de Derechos Humanos,
requieren un implícito universal al que puedan acogerse, el de la
fraternidad humana surgida del Dios Padre cristiano. De ahí la
dificultad de asumirlos por parte de otras culturas surgidas de otras
fuentes religiosas. El sentido de la justicia, la primacía de la
redención material del pobre, del excluido, que el cristianismo recibe
del judaísmo y su sentido de la dinámica histórica también es propio de
la matriz judeocristiana.
De las grandes culturas que nacen de las
concepciones religiosas o de filosofías protoreligiosas (hinduismo,
judaísmo, islamismo y confucionismo, budismo y taoísmo), no hay ninguna
que haya construido lo que hoy se consideran los parámetros de la
civilización considerada universal: sentido dinámico de la historia, el
pensamiento científico, el principio de libertad basado en la
interioridad personal, la separación Iglesia-Estado, la aconfesionalidad
con reconocimiento positivo del hecho religioso y el principio
universal de justicia.
Decir que esta civilización universal es
fruto de la Ilustración no es decir nada, porque esta no es nada sin el
cristianismo, del que nace, sirve (en la Ilustración religiosa, sobre
todo americana, pero también en parte de la europea), o se enfrenta
dialécticamente, siendo la tesis el cristianismo y por consiguiente,
construyendo la tesis a partir de él. La Ilustración, necesita de la
religión cristiana para mantenerse, al igual que el ateísmo necesita
inexorablemente de Dios para poder negarlo, y esto explica que la
liquidación del pensamiento ilustrado haya precedido a la debilidad
cristiana en Europa. En definitiva, el último en reivindicar la razón en
nuestro tiempo, ha sido un Papa, Juan Pablo II.
EDITORIAL de FORUM LIBERTAS
Muchas veces nos dejamos llevar de información que trata de dejar de lado al cristianismo, pero hay que tener en cuenta que existen muchas cosas hermosas, como ayudar al prójimo o rezar diariamente para poder dar las gracias por las cosas buenas que tenemos.
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