Como tantos españoles de toda laya, yo también aposté una cena conFederico Castaño, responsable en este diario de seguir las vicisitudes del PSOE, a que Pedro Sánchez lograría, incluso en el último minuto, formar Gobierno con Podemos y con el lucero del alba si preciso fuere, haciendo innecesaria la convocatoria de nuevas elecciones. Perdí la apuesta y estoy encantado con pagar esa cena en cualquier decente casa de comidas madrileña, en tanto en cuanto mi fracaso significa que el modelo de país y de sociedad que defiendo se han librado de una experiencia tan traumática como la que supondría ese Gobierno de Frente Popular o sucedáneo al que el propio Comité Federal del PSOE se opone rotundamente, al menos en teoría. Ya he dicho aquí lo que pienso del personaje Pedro Sánchez, una bomba de relojería adosada a la obra viva del PSOE y un peligro cierto para la estabilidad y prosperidad de los españoles. Este chico no ha entendido nada. No ha comprendido que el de España es un problema de calidad democrática que se resuelve con reformas en profundidad destinadas a vigorizar las instituciones y acabar con la corrupción, a rescatar el país del cenagal en que se encuentra, no con virajes hacia la izquierda radical, no con izquierdismos rampantes capaces de poner en riesgo las libertades, la prosperidad económica alcanzada y hasta la propia unidad de España.
Por fortuna los Dioses nos ofrecen la posibilidad de enmendar el error del 20 de diciembre. Una nueva oportunidad para rectificar el sudoku que las urnas arrojaron hace cuatro meses. Los ciudadanos votan a quien consideran que va a defender mejor sus intereses y algunos incluso lo hacen pensando en los intereses generales del país. Pero en determinadas ocasiones de crisis aguda, las urnas arrojan combinaciones imposibles, inmanejables desde todos los puntos de vista. A veces los países se equivocan. Basta recordar lo que ocurrió en la cultísima Alemania un 5 de marzo de 1933, por poner un ejemplo. Luego vienen los exegetas de la cosa a contarnos, con explicaciones inverosímiles, lo que los votantes han querido o no decir al votar lo que han votado, y hablan de “mandatos” cuya revelación solo a ellos alcanza, y de “cambio” que, por supuesto, tiene que ser el que al líder en cuestión conviene. Zarandajas. No es el momento de enzarzarse en el who’s to blame a estas alturas. Descartada la gran coalición por la negativa radical del PSOE a sentarse a hablar con el PP, con o sin Rajoy al frente, la España urbana medianamente culta, aseadamente establecida y razonablemente liberal tiene cien millones de razones para felicitarse porque no haya salido ese Gobierno de izquierda radical que el botarate de Sánchez pretendía.
La España urbana medianamente culta tiene cien millones de razones para felicitarse porque no haya salido ese Gobierno de izquierda radical que el botarate de Sánchez pretendía
Y alegrarse de contar con una nueva oportunidad para reflexionar sobre lo ocurrido el 20D y corregir el tiro. Que España está viviendo una situación excepcional no es revelar ningún secreto. Este es un país sin cuadernas, ese costillar de madera o de acero que, partiendo de la quilla y de proa a popa, da forma a la estructura del casco de una nave. País desencajado, casi roto, que ha perdido sus referentes, que ha bajado de escalón en la consideración que tiene de sí mismo y de la que tienen de él los demás, con un alarmante vacío de poder, porque hoy no se sabe muy bien dónde está el poder ni quién lo ejerce, si la UDEF, la UCO, los jueces, Soraya, el CNI… Sensación de desconcierto que, obviamente, alcanza a los ciudadanos. Pocos españoles habrá que no se estén preguntando estos días a quién votar el 26J. En esta circunstancia cercana a la angustia, resulta imprescindible dejar a un lado por inservible la hojarasca verbal secretada por la vieja política y la nueva durante los últimos meses, para echar mano de los “fundamentales”, para refugiarse en lo esencial y olvidarse de lo accesorio.
Meter al enfermo en el quirófano
Y esos “fundamentales” nos obligan a volver al punto de partida de la gran crisis española: la necesidad de acometer reformas profundas en lo que se ha dado en llamar la Transición, para lograr esa calidad democrática imprescindible capaz de permitir a las nuevas generaciones alcanzar el 2050 en un entorno de paz y prosperidad colectivas. Esa es la meta y no otra. Y eso implica reformas políticas severas, que empiezan por la propia Constitución del 78 y cuyo detalle pormenorizado está, más menos, en la mente de todos, y también reformas económicas de no menor intensidad, reformas que el Gobierno Rajoy y su mayoría absoluta apenas esbozaron la pasada legislatura por cobardía, pereza mental y flojera ideológica. Reformar y liberalizar a fondo la economía, acabar con las situaciones de monopolio y combatir a sangre y fuego la corrupción, para poder crecer con fuerza y crear empleo, de forma que sea posible abordar aquellas reformas con el menor coste social posible. ¿Novedad? Ninguna. El diagnóstico es claro y certero desde hace tiempo. Falta que el cirujano, cobarde hasta la náusea, se atreva a meter al enfermo en el quirófano.
¿Quién puede hacerse cargo de esta tarea? ¿Qué tipo de Gobierno podría razonablemente alcanzar tales metas? Desde luego no cualquier fórmula de Gobierno de izquierda integrada por partidos que reniegan de la iniciativa privada y del libre mercado, y cuya visión de la economía queda constreñida en los rígidos parámetros de un Estado Leviatán con capacidad para intervenir en vidas y haciendas de todo hijo de vecino, ello por no hablar de las libertades individuales y colectivas. Sería dramático que las generaciones que conocieron la dictadura franquista tuvieran que pasar en la etapa final de su vida por la experiencia de otra suerte de dictadura marcada por aquellos cuyo ideal de país queda retratado en una estantería de supermercado donde falta hasta papel higiénico. Es sorprendente la cantidad de gente importante, con titulación académica bastante, que sigue hoy insistiendo en la necesidad de más gasto público y más deuda, al tiempo que reclama más crecimiento y creación de empleo. La cuadratura del círculo de un país del que ha desaparecido el más leve rastro de debate liberal.
Es sorprendente la cantidad de gente importante que sigue hoy insistiendo en la necesidad de más gasto público
Alcanzar aquellos objetivos tampoco sería posible, en mi modesta opinión, mediante la tan cacareada gran coalición entre PP y PSOE, una fórmula agotada en Alemania que no ha logrado transformar el país, porque Alemania sigue viviendo de las reformas acometidas en su día por el canciller Schröder, socialdemócrata por cierto. Implantar esa fórmula en el teatrillo ibérico, imaginar la pulsión socialdemócrata que domina el núcleo duro del PP actual, espoleada por la genuina socialdemocracia vintage del PSOE podría ser todo un espectáculo que dejaría al país empantanado sine die en sus problemas. Esa alianza in articulo mortis tendría, con todo, algo peor: dejaría a la izquierda marxista de Podemos como única oposición real, al privar al sistema de una oposición democrática con capacidad para ser alternativa de poder, de modo que tras el fracaso de la gran coalición solo quedaría, quizá, la revolución de los coletas moradas.
El pacto PP-Ciudadanos
Cabría pensar, entonces, en un pacto entre PP y Ciudadanos, que, en el fondo, fue la operación que muchos imaginaron antes del 20D y que frustró el gatillazo de Albert Rivera en el tramo final de la campaña. El cabestro de un PP asediado por la corrupción, y el novillo de un Ciudadanos que en estos últimos cuatro meses ha generado más de una duda y mostrado no pocas contradicciones, algunas flagrantes. No veo otros bueyes capaces de arar en esta finca. Primando el voto a Ciudadanos, siempre y cuando el partido naranja sea capaz de renovar con fuerza su mensaje de regeneración radical del sistema, para obligar al PP, bien cogido del ronzal, a acometer esas reformas en las que España se juega su futuro. Rivera ha condicionado esta semana cualquier arreglo con el PP a la firma de un programa de reformas y a la retirada de Mariano. “Ni Rajoy, ni el equipo, ni el Gobierno. La mayoría de votantes del PP también quiere regeneración”. Más claro, agua. La respuesta del PP ha venido a ser la esperada: “Rajoy considera innegociable la continuidad de Rajoy…” Lo de España no puede esperar, pero el gallego se encuentra muy a gusto en su dolce far niente. Tarde del martes 26. Palacio de La Moncloa. Comparece don Mariano ante los medios para dar cuenta del bajonazo de la legislatura. Palabras de censura contra Sánchez por haberse negado “siquiera a hablar con el PP”. Pero el presidente en funciones tiene prisa. A Rajoy le apetece ver el partido entre el Real Madrid y el Manchester City, de modo que urge a sus edecanes a levantar cuanto antes el tenderete: “Venga, es que a menos cuarto empieza el futbol y ya son más de las ocho”.
JESÚS CACHO Vía VOZ PÓPULI
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