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viernes, 6 de mayo de 2016

LIBERTAD, ¿PARA QUÉ?

Imagino que la mayoría de los españoles ignora a día de hoy que la pregunta con la que titulo esta columna es la chulesca respuesta que le dio Lenin a Fernando de los Ríos al preguntarle éste, en 1920, cuándo iban a devolver los bolcheviques la libertad a los ciudadanos. Y seguramente no la conocen porque, aparte de ser víctimas de una educación notablemente insuficiente, lo son también de una sensación muy extendida según la cual gozamos de un altísimo y muy envidiable grado de libertad, que nada ni nadie nos impide hacer lo que se nos viene en gana.
Podemos hacer lo que nos dé la gana, con tal de que no nos metamos en política, que para eso ya están otros
No es el caso, sin embargo
Una buena mayoría de los españoles de ahora mismo no sienten preocupación, ni pequeña ni grande, por la libertad, están persuadidos de que gozamos de ella en plenitud, sensación que les corroborará con rápido entusiasmo cualquier adulto que haya nacido hace más de cuatro décadas, cuando en España padecíamos las mil censuras de un régimen nítidamente antiliberal y rotundamente dispuesto a que nadie hiciese nada que el Gobierno de Franco no autorizase y pudiese controlar. Pero se trata de una sensación engañosa, de una idea de la libertad muy limitada, pobre y que, de no mediar remedio, podría tender a la completa desaparición de las libertades políticas y personales en medio de un ambiente de lo que podríamos llamar tolerancia represiva, por tomar el término del viejo Marcuse: podemos hacer lo que nos dé la gana, con tal de que no nos metamos en política, que para eso ya están otros.
Nuestro voto vale muy poco
Que tengamos que repetir unas elecciones porque los diputados así lo han decidido, por su realísima gana, es una buena muestra de lo que digo. Ha bastado que cuatro tipos, no más, hayan decidido que el resultado no les convenía para que todos tengamos que volver a las urnas, a ver si ahora sale algo que les venga bien. Naturalmente que en este chasco monumental unos han tenido más responsabilidades que otros, pero lo esencial es que el instrumento que nos concede la actual Constitución para formar un Gobierno representativo ha sido inutilizado porque a Rajoy no le venía bien, y se daba la coincidencia de que a Iglesias también pudiere venirle mejor repetir los comicios. Si la democracia consiste, como nos enseñó Popper, en la capacidad de destituir pacíficamente a un Gobierno que no lo haga bien, parece que, de momento, tendremos que conformarnos y seguir soportando.
Las mentiras públicas gozan de excelente salud
Es muy fácil entender que cualquier decisión tomada con datos falseados tiene grandes posibilidades de ser equivocada, pero nosotros padecemos ahora mismo un nivel de intoxicación informativa descomunal y, si hacemos caso de Pablo Iglesias, pronto podríamos gozar de un nivel enteramente deletéreo, de esa férrea unanimidad informativa que es un síntoma evidente de dictadura. Las encuestas no dicen que esto preocupe, ni poco ni mucho, a los españoles.
Tenemos un sistema de debate público enormemente deficiente, y las cosas que realmente interesan tienen pocas posibilidades de llegar a ser conocidas por una amplia mayoría. Tres perlas de la última semana, para que no nos despistemos:
  1. La prensa catalana ha ocultado pudorosamente el hecho de que el señor Puigdemont ha obtenido cinco sonoros rechazos al pretender sendas entrevistas bruselenses, de forma que los catalanes puedan seguir gozando cómodamente de la creencia de que la pretensión de independencia enloquece de entusiasmo a las autoridades de la UE.
  2. Rajoy ha atribuido en una entrevista en la SER, la radio amiga, el exceso en el déficit a la creación de empleo. Claro es que la lógica tampoco parece ser nuestro fuerte, porque de ser verdad lo que dice don Mariano habría que pedir a Zapatero que vuelva urgentemente a gobernarnos. Tal vez eso sea lo que pretendan los votantes de Podemos, seguir el consejo marianil y atizar el empleo a costa de más deuda, en plan Marx, versión Groucho.
  3. El Gobierno ha decidido que no se conozcan los resultados de las reválidas y que cada autonomía haga la suya, no vaya a ser que salgan cosas que nos inspiren malos pensamientos. Están en todo, sin duda.
Desde que Zapatero decidió que había que desmantelar la obra de la transición, el centro político español se ha desplazado nítidamente hacia la izquierda
El eje político está desplazado
Los muy liberales suelen repetir la expresión de Hayek, “socialistas de todos los partidos”, y eso que el buen don Friedrich debió de abandonar este pícaro mundo sin conocer a Montoro. Desde que Zapatero decidió que había que desmantelar la obra de la transición, el centro político español se ha desplazado nítidamente hacia la izquierda. La genialidad de Rajoy, por decirlo de algún modo, está en haberse adaptado a ese cambio climático y ocupar por completo el lugar que le correspondería a un partido socialdemócrata europeo. Una segunda decisión, no menos genial que la primera, ha consistido en apretar a los restos del socialismo por su izquierda, y de ahí el invento podemita que hay que reconocer que les ha salido realmente bien. El CIS ha revelado la enorme coincidencia entre los forofos de la Sexta y los votantes de Podemos, y la Sexta no es una cadena enemiga, sino astuta, en la que siempre se puede escuchar el salvífico mensaje de Marhuenda, que libera a don Mariano de cualquier responsabilidad, al tiempo que aporta su granito de arena a la mayor gloria de los podemitas y al vilipendio del pérfido Sánchez.
La estrategia de Rajoy, y la de un inerme PP que le ha seguido al matadero, puede ser casi perfecta para que el presidente logre sus ansiados objetivos y siga estando algunos meses en Moncloa, nadeando, que es lo que mejor sabe hacer, pero es mortal de necesidad para cualquiera que crea en los ideales políticos de la derecha, en los valores conservadores y/o en los principios liberales. Efectivamente, en pocos días podremos volver a votar a cualquier partido, con tal de que sea socialdemócrata. Y si no estamos contentos con unas abundantes gotas de intervencionismo, corrupción e ineficiencia, en Hacienda, en Educación, en la carretera, en lo que haga falta, podemos escoger la borrachera, y pedir la dosis extrema, que el justicialismo se ocupe de nosotros desde la cuna hasta la sepultura y alcancemos por fin el cielo prometido a los vagos.
Epítome de confusiones
Con un partido de derechas que avergüenza a sus votantes pero, al tiempo, les amenaza y acongoja con los suplicios del infierno de pacotilla que han hecho aparecer por la izquierda, es posible que la continuidad de don Mariano, o de cosas aún peores, tenga ciertas posibilidades, pero la derecha política, un partido que defienda la libertad individual, la iniciativa económica, la propiedad privada, la competencia, la excelencia educativa, la Justicia independiente, la unidad de España, y un Estado limitado, continuará desparecida del panorama. En consecuencia, el PSOE seguirá quedándose sin papel y tendrá que volverse más radical, de forma que, esté obligado a denostar a quienes han ejecutado las políticas que debieran ser suyas, y habrá de apostar por políticas que bien debieran desechar, como cuando Pedro Sánchez votó contra el presidente socialista del parlamento europeo para distinguirse de Rajoy, lo que supone una muestra grave de desconcierto.
Siniestra trampa mortal en la que el socialismo ha acabado por caer en su pretensión, tan española, de ser demasiado
La astucia marianil hará que cuando el azacaneado socialista mire hacia la izquierda se tenga que enfrentar con una caricatura surrealista de sí mismo, con el populismo bien entrenado en la cultura de las teleseries, con una pesadilla que les amenaza con la expulsión del soñado paraíso de la izquierda de bella e inmaculada conciencia. Siniestra trampa mortal en la que el socialismo ha acabado por caer en su pretensión, tan española, de ser demasiado: al pretender que la derecha muriese asfixiada en su rincón ha conseguido que una derecha sin principios ni límites le expropie la casa.
Las víctimas de este desaguisado somos los españoles de a pie, privados de libertad política, condenados a elegir entre un disparate disfrazado y un disfraz disparatado. ¿Tiene solución este laberinto de confusiones? La tiene, pero para ponerla en pie seguramente hará falta una energía política que puede que no tengamos. Desde Pericles se sabe que la libertad está reservada a los valientes, y aquí sólo tenemos unos líderes que aspiran a conservar la silla con la esperanza de que la silla les lleve, por si sola, al cielo, como le pasó a Rajoy, al fin y al cabo.


                                                                                   J. L. GONZÁLEZ QUIRÓS  Vía VOZ PÓPULI

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