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jueves, 12 de mayo de 2016

LAS CAUSAS DE NUESTROS MALES

La historia es un proceso lento, aunque en ocasiones aparezcan fogonazos cegadores, y la razón principal radica en el hecho de que las ideas tienen consecuencias. Lo que sucede es que aquellas, en sus ramificaciones, conducen a lugares no inicialmente previstos, a menos que partan de una base sólida y un desarrollo coherente.
A partir de esta perspectiva, situémonos en la Europa de finales de los sesenta y la década de los setenta del siglo pasado. Es un periodo de auge económico. Estamos en medio de la gran expansión que se produce después de la trágica destrucción de la II Guerra Mundial; está surgiendo el estado del bienestar, que será la aportación específica de Europa al mundo. Los antiguos y enconados enemigos se han transformado en pocos años en decididos colaboradores; ha surgido el Mercado Común, y otras instituciones basadas en la cooperación. Está naciendo la unión y con ella el periodo interrumpido de paz que hemos vivido durante siglos.
Las instituciones sociales parecen sólidas, prima la estabilidad en el matrimonio, y los hijos, el divorcio es escaso, y el aborto apenas está introducido en las legislaciones y en la práctica. Ninguna de las grandes cuestiones morales actuales sobre la naturaleza del ser humano y su manipulación están presentes. La barbarie nazi, con su eutanasia hacia los dependientes, ha inmunizado a la sociedad, donde impera el respeto a la vida, aunque esta aparezca con defectos. Políticamente es la gran época de la democracia cristiana, incluso en Francia, y también de los sindicatos de este perfil.
Y lo más importante: la visión de futuro. Todo el mundo cree que el mañana será muy superior, y la clase media, vituperada por la izquierda porque rompe la dicotomía marxista, crece y se expande. Los padres saben que sus hijos vivirán mejor y se esfuerzan en ellos, y los hijos lo tienen asumido, incluso, en demasiados casos como una obligación más que como un empeño. Es, quizá por esta visión optimista, la época de oro de un género literario que llega a las multitudes, la ciencia ficción, que actúa no tanto como escapatoria fantástica, como en nuestros días, sino como reflexión científica y moral sobre el presente, y como ensayo de nuevas utopías y también de amenazas concretas
Porque sí que existe una amenaza, y grande: la de la URSS y sus dictaduras. El mundo parece un juego bipolar donde rusos y americanos compiten en todos los lugares, mientras que en Europa se intenta mantener el tablero congelado, a caballo del diálogo y la política militar de disuasión.  La dependencia de Estados Unidos es total, porque en su ejército radica la protección de Europa, que no está para conflictos bélicos y todo su esfuerzo se centra en construir la pujanza económica y el bienestar.
Y en ese entorno más bien conservador, con un trasfondo de aire cristiano, ma non tropo, de gran dinamismo económico y técnico, surge una ruptura generacional y cultural.
Los padres son hijos del desastre de la guerra europea, muerte, sufrimientos inimaginables, persecuciones, injusticias masivas y brutales, destrucción a una escala nunca vista. Quieren paz, trabajo y que esto se traduzca en prosperidad. Y saben lo que ha costado lo que tienen.  Pero sus hijos no han vivido nada de esto, pueden ir a la universidad y saben que al terminar encontraran un trabajo adecuado que les permitirá, salvo error u omisión, prosperar. Todo su futuro parece convertido en una obligación de la sociedad hacia ellos. Y claro, su mirada no puede ser la misma que la de sus padres.
Y esta mirada distinta de algunos encuentra una nueva perspectiva, que dará lugar a la Gran Ruptura del siglo XX cuyas consecuencias estamos empezando a vivir en plenitud casi medio siglo después. Es una ruptura que no viene de la mano de la clase trabajadora, de los sindicatos, ni de los potentes partidos comunistas francés e italiano, que más bien la contemplan con reservas, cuando no con abierto antagonismo. Surge de la universidad y de los hijos de la burguesía, que nacen, y me permito una licencia menos demagógica de lo que parece, con una moneda de plata en la lengua. No temen que nada desmonte el futuro y por ello van a destruir –o al menos este es su propósito- un presente burgués, conservador.
Para ello se valen de un conglomerado ideológico nuevo, híbrido del marxismo en sus diversas variantes no ortodoxas, y una visión Neo freudiana que sitúa al sexo en el centro de la política por primera vez en la historia humana. Nace el “sesenta y ochismo” la revuelta política transformada en revolución cultural, que simbólicamente se sitúa en el mayo de 1968 en París, aunque su alcance es muy superior y sus efectos, variables, se extienden por buena parte de Europa, y se enlazan con otra revolución generacional en Estados Unidos.
La revuelta es, primero, un fracaso político, después, un éxito cultural, para alcanzar, en eso estamos, la hegemonía política.
Se persigue inicialmente trasformar las relaciones de producción -la propiedad y sus instituciones- de acuerdo con la lógica marxista, pero con una novedad de una enorme fuerza transformadora: la del poder del sexo; para conceptualizarlo mejor, el del imperio del deseo; la realización humana solo es posible satisfaciéndolo, lo que desarrolla unos híper subjetividad, que da lugar a un individualismo radical. La contradicción entre esta dimensión moral y humana tan individualista, y la cosmogonía económica marxista basada en el colectivismo, es demasiado grande para  que el equilibrio pueda mantenerse. El resultado estaba cantado: el deseo se come a la transformación económica marxista. La consecuencia es la desregulación moral. La que gira en torno a todo lo relacionado de manera inmediata o mediata con el sexo, con el deseo de cada momento, y su sustitución por la casuística de lo políticamente correcto, y la confusión entre autenticidad e impulso. El “mayo sesenta y ocho” se transforma en revolución socio liberal y progre.
En la década siguiente hay una respuesta potente que viene de los Estados Unidos y se hace fuerte en el Reino Unido, Reagan y Tacher, la revolución liberal-conservadora, que gana en el terreno económico y pierde en el cultural y moral. Porque el deseo de la mano del mercado y la ganancia se muestra imbatible. Y este es el inicio de lo que hoy vivimos.


                                                                        JOSEP MIRÓ i ARDÈVOL  Vía FORUM LIBERTAS


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