La historia es un proceso lento, aunque en
ocasiones aparezcan fogonazos cegadores, y la razón principal radica en
el hecho de que las ideas tienen consecuencias. Lo que
sucede es que aquellas, en sus ramificaciones, conducen a lugares no
inicialmente previstos, a menos que partan de una base sólida y un
desarrollo coherente.
A partir de esta perspectiva, situémonos
en la Europa de finales de los sesenta y la década de los setenta del
siglo pasado. Es un periodo de auge económico. Estamos en medio
de la gran expansión que se produce después de la trágica destrucción de
la II Guerra Mundial; está surgiendo el estado del bienestar,
que será la aportación específica de Europa al mundo. Los antiguos y
enconados enemigos se han transformado en pocos años en decididos
colaboradores; ha surgido el Mercado Común, y otras instituciones
basadas en la cooperación. Está naciendo la unión y con ella el periodo
interrumpido de paz que hemos vivido durante siglos.
Las instituciones sociales parecen sólidas,
prima la estabilidad en el matrimonio, y los hijos, el divorcio es
escaso, y el aborto apenas está introducido en las legislaciones y en la
práctica. Ninguna de las grandes cuestiones morales actuales sobre la
naturaleza del ser humano y su manipulación están presentes. La barbarie
nazi, con su eutanasia hacia los dependientes, ha inmunizado a la
sociedad, donde impera el respeto a la vida, aunque esta aparezca con
defectos. Políticamente es la gran época de la democracia cristiana, incluso en Francia, y también de los sindicatos de este perfil.
Y lo más importante: la visión de futuro. Todo el mundo cree que el mañana será muy superior,
y la clase media, vituperada por la izquierda porque rompe la dicotomía
marxista, crece y se expande. Los padres saben que sus hijos vivirán
mejor y se esfuerzan en ellos, y los hijos lo tienen asumido,
incluso, en demasiados casos como una obligación más que como un
empeño. Es, quizá por esta visión optimista, la época de oro de un
género literario que llega a las multitudes, la ciencia ficción, que
actúa no tanto como escapatoria fantástica, como en nuestros días, sino
como reflexión científica y moral sobre el presente, y como ensayo de
nuevas utopías y también de amenazas concretas
Porque sí que existe una amenaza, y grande: la de la URSS y sus dictaduras.
El mundo parece un juego bipolar donde rusos y americanos compiten en
todos los lugares, mientras que en Europa se intenta mantener el tablero
congelado, a caballo del diálogo y la política militar de disuasión.
La dependencia de Estados Unidos es total, porque en su ejército radica la protección de Europa, que no está para conflictos bélicos y todo su esfuerzo se centra en construir la pujanza económica y el bienestar.
Y en ese entorno más bien conservador, con un trasfondo de aire cristiano, ma non tropo, de gran dinamismo económico y técnico, surge una ruptura generacional y cultural.
Los padres son hijos del desastre de la
guerra europea, muerte, sufrimientos inimaginables, persecuciones,
injusticias masivas y brutales, destrucción a una escala nunca vista. Quieren paz, trabajo y que esto se traduzca en prosperidad. Y saben lo que ha costado lo que tienen. Pero sus hijos no han vivido nada de esto,
pueden ir a la universidad y saben que al terminar encontraran un
trabajo adecuado que les permitirá, salvo error u omisión, prosperar.
Todo su futuro parece convertido en una obligación de la sociedad hacia
ellos. Y claro, su mirada no puede ser la misma que la de sus padres.
Y esta mirada distinta de algunos encuentra una nueva perspectiva, que dará lugar a la Gran Ruptura del siglo XX cuyas consecuencias estamos empezando a vivir en plenitud casi medio siglo después.
Es una ruptura que no viene de la mano de la clase trabajadora, de los
sindicatos, ni de los potentes partidos comunistas francés e italiano,
que más bien la contemplan con reservas, cuando no con abierto
antagonismo. Surge de la universidad y de los hijos de la burguesía, que
nacen, y me permito una licencia menos demagógica de lo que parece, con
una moneda de plata en la lengua. No temen que nada desmonte el futuro y por ello van a destruir –o al menos este es su propósito- un presente burgués, conservador.
Para ello se valen de un conglomerado
ideológico nuevo, híbrido del marxismo en sus diversas variantes no
ortodoxas, y una visión Neo freudiana que sitúa al sexo en el centro de la política
por primera vez en la historia humana. Nace el “sesenta y ochismo” la
revuelta política transformada en revolución cultural, que
simbólicamente se sitúa en el mayo de 1968 en París,
aunque su alcance es muy superior y sus efectos, variables, se extienden
por buena parte de Europa, y se enlazan con otra revolución
generacional en Estados Unidos.
La revuelta es, primero, un fracaso político, después, un éxito cultural, para alcanzar, en eso estamos, la hegemonía política.
Se persigue inicialmente trasformar las
relaciones de producción -la propiedad y sus instituciones- de acuerdo
con la lógica marxista, pero con una novedad de una enorme fuerza transformadora: la del poder del sexo;
para conceptualizarlo mejor, el del imperio del deseo; la realización
humana solo es posible satisfaciéndolo, lo que desarrolla unos híper
subjetividad, que da lugar a un individualismo radical. La contradicción
entre esta dimensión moral y humana tan individualista, y la cosmogonía
económica marxista basada en el colectivismo, es demasiado grande para
que el equilibrio pueda mantenerse. El resultado estaba cantado: el deseo se come a la transformación económica marxista.
La consecuencia es la desregulación moral. La que gira en torno a todo
lo relacionado de manera inmediata o mediata con el sexo, con el deseo
de cada momento, y su sustitución por la casuística de lo políticamente
correcto, y la confusión entre autenticidad e impulso. El “mayo sesenta y
ocho” se transforma en revolución socio liberal y progre.
En la década siguiente hay una respuesta
potente que viene de los Estados Unidos y se hace fuerte en el Reino
Unido, Reagan y Tacher, la revolución liberal-conservadora, que gana en
el terreno económico y pierde en el cultural y moral. Porque el deseo de
la mano del mercado y la ganancia se muestra imbatible. Y este es el
inicio de lo que hoy vivimos.
JOSEP MIRÓ i ARDÈVOL Vía FORUM LIBERTAS
No hay comentarios:
Publicar un comentario