Toca reinventarse. Tras las dramáticas previsiones del FMI, todos los Estados volverán a mirar hacia dentro. Es la hora de fortalecer las demandas internas y las industrias nacionales
La economista jefa del FMI, Gita Gopinath, en la sede del Fondo en Washington. (Reuters)
Caronte, como se sabe, no solo guarda sino que enseña el camino para cruzar las procelosas aguas que conducen al averno. Y este martes el FMI mostró las verdades del viejo y obstinado barquero.
La travesía de la economía española durante los próximos trimestres va a ser dura. Muy dura. Tan dura como muestra un hecho dramático: España tiene por delante la mayor caída del PIB desde la posguerra.
¿Cuántos trimestres durará la travesía hacia el inframundo? Nadie lo sabe. Dependerá de la capacidad de reconstrucción de la economía, pero, sobre todo, de los avances de la ciencia. Y ahí los economistas tienen poco que decir.
Las estimaciones del FMI —un 8% de caída del PIB y un 20% de tasa de paro— aportan, paradójicamente, una salida. Una luz al final del túnel. Y esta vez, por suerte, no es otra locomotora que viene de frente. Solo un largo periodo de reconstrucción nacional puede librar al país de sucumbir ante una combinación explosiva: enormes niveles de desempleo, envejecimiento acelerado, escasos avances de la productividad, bajas tasas de ahorro, debilidades del sistema educativo y elevados desequilibrios fiscales en un contexto en que no se puede devaluar la moneda, como se hacía en el pasado.
Y lo que es también muy significativo: la economía española se ha internacionalizado (el 34% del PIB) en el peor momento. Cuando la globalización recoge velas y cuando ninguna parte del planeta se salva de la quema, como reflejó el informe de perspectivas del FMI.
No esperen, por lo tanto, ni un Plan Marshall ni nada parecido. El virus va a dejar todas las economías maltrechas durante mucho tiempo. También aquellas que en los últimos años han tirado de la actividad, y que tenderán a mirar hacia dentro para restañar heridas. También por razones de política interna. La amenaza populista es tan real que nadie está dispuesto a jugar con fuego.
No es una crisis cualquiera. Como ha calculado Bankia Research, si se cumplen las previsiones del FMI, eso quiere decir que el PIB global en 2020-21 será unos nueve billones de dólares inferior al que hubiera alcanzado en ausencia del virus. Es decir, "una pérdida superior al tamaño conjunto de las economías de Alemania y Japón".
Ni China ni EEUU
La consecuencia es obvia. Ni EEUU está en condiciones de salvar Europa, como sucedió en 1945, entre otros motivos, porque ya no necesita al viejo continente para frenar a la URSS, ni China —con una tasa de crecimiento raquítico este año equivalente al 1,2%— volverá a ser la misma. El turismo chino, de alto poder adquisitivo y que compra coches europeos, tardará en volver al mundo. Se imponen las restricciones y la propia China deberá atender las demandas de una clase media creciente que desde finales de los años setenta ha visto que todo era crecimiento y prosperidad.
La economía global, efectivamente, está ahora más sincronizada que nunca, pero en esta ocasión no está en condiciones de compartir la fase robusta del ciclo, sino la más sombría. Algo que ni siquiera había sucedido durante la Gran Recesión, cuando las economías anglosajonas, más flexibles, salieron de la crisis mucho antes que la mayor parte de los países europeos.
Toca, por lo tanto, mirar hacia dentro. Como aseguró este martes Gita Gopinath, la economista jefa del FMI, Europa sufrirá más porque es más vulnerable al comercio exterior, y eso significa que hay que volver a mirar hacia la demanda interna y sus tres componentes: consumo privado, público e inversiones. Ahí estará la clave de la recuperación. En la medida en que España sea capaz de regenerar su maltrecho sector industrial, las probabilidades de salir del agujero serán mayores. La industria, de hecho, es la única salvación a medio plazo para la España despoblada, aunque se trate de bienes de tecnología media o baja. Los nuevos mercados están dentro. No solo fuera.
Durante años, y a consecuencia de la globalización y de los avances tecnológicos, Europa —y también España— ha ido desarmando su tejido productivo en favor de los servicios. Y aunque cada vez es más difícil separar ambos sectores, que se retroalimentan, hay pocas dudas de que la crisis del coronavirus ha puesto negro sobre blanco no solo la insuficiencia de medios sanitarios para luchar contra una pandemia sino, sobre todo, la enorme dependencia del exterior.
Campeones nacionales
Pero no solo eso. La incapacidad de Europa de no ver más allá de su sombra. Y el mejor ejemplo es la vicepresidenta Margrether Vestager, que ha dicho al 'Financial Times' que los gobiernos deben comprar acciones de sus compañías nacionales para evitar que lo hagan las empresas chinas, que son lo mismo que el Estado. Y lo dice la misma Vestager que hace ahora un año frenó la fusión de Alstom y Siemens para crear un gran campeón europeo que hubiera podido competir con las empresas chinas.
Tanto hablar de ciberterrorismo, de noticias falsas en la red o de inmigración irregular —así se diseñó el Consejo de Seguridad Nacional español—, y resulta que nuestra mayor debilidad era que las principales potencias del mundo no son capaces de producir mascarillas o respiradores.
Hablar de reconstrucción nacional no es sinónimo de un regreso a las banderas. Es, simplemente, repensar la sostenibilidad de modelos de crecimiento basados en servicios de bajo valor añadido y que precarizan el empleo.
Uno de los mantras de las últimas décadas ha pasado por una entelequia. Se ha dicho hasta la sociedad que solo el mercado debe cincelar los sistemas económicos. Y la consecuencia ha sido que los Estados se han quedado inermes para diseñar modelos de crecimiento.
Ahora tienen la oportunidad de hacerlo. Entre otros motivos, porque los gobiernos, como sostiene el FMI, están obligados a hacer de la necesidad virtud. El Fondo ha advertido de que las cadenas globales de valor, que han hecho y hacen más eficiente el sistema productivo, tenderán a fracturarse, lo que tendrá indudables consecuencias macroeconómicas. Algo que obligará a los gobiernos a pensar de otro modo. A pensar en las economías nacionales.
Al fin y al cabo, como suele decirse, dirigir es prever. Y si esto no se hace, luego pasa lo que pasa.
CARLOS SÁNCHEZ Vía EL CONFIDENCIAL
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