Para los cristianos la tragedia que vivimos es la evidencia de la finitud humana ante una sociedad que había menospreciado esta realidad, incluso viviendo de espaldas a ella.
Es también la ocasión de mostrar que nuestra fe son hechos y testimonios, y ahora más que nunca, la solidaridad y la donación son su signo, que nuestra vida espiritual es carnal como explicaba Péguy, porque se basa en la fuerza sacramental y no podemos prescindir demasiado tiempo de ella.
Pero también es necesario que reflexionemos como comunidad cristiana ante la evidencia trágica, que lo que ha sucedido, lo que todavía sucede, no es enteramente fruto de la fatalidad, sino que es en buena medida resultado del mal gobierno. Otra vez, ahora con consecuencias mucho más aciagas, que lo acaecido en 2008 con Zapatero y la Gran Crisis, en el 2017 con Rajoy y el problema catalán. Quienes nos gobiernan no llegan, ni de lejos, a dar con una respuesta razonable al problema.
Tanta reiteración debe llamarnos la atención. Se trata de un problema de la incapacidad de los políticos y de los partidos que los conducen al poder, para ser eficaces, eficientes y virtuosos. Cuando la mortalidad por Coronavirus es en España 20 veces superior a la alemana, algo no va bien. Cuando Corea con un gasto público menor, incluida la sanidad, consigue reducir el contagio y la letalidad rápidamente, es necesario reflexionar sobre si algo profundo no funciona en este país, y ese algo no tiene que ver con los criterios que esta sociedad elige a sus lideres y cómo actúan los partidos políticos.
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Se podrá discutir hasta el infinito si los datos sobre la letalidad y los contagios son comparativamente mejores o peores, pero cuando se empieza a no trasladar a los hospitales a enfermos mayores de 80 años, cuando ya ha empezado la selección de a quien debe dejarse morir, algo muy grave se ha roto. ¡Y querían una ley sobre la eutanasia! Ahora se muestra la evidencia de la necesidad de los cuidados paliativos, que serian un amortiguador más en nuestra grave situación. Si ahora por obligación se actúa de aquella manera, ¿qué no resultaría con una ley, una mentalidad, que consagrase la eutanasia?
La política, si no la haces te la hacen, esa es la cuestión. Y la deserción cristiana, tiene un coste tremendo para el testimonio de nuestra fe, y por los daños que ocasiona a la sociedad.
Y esa omisión sigue, incluso ahora parece mayor, y nos perseguirá siempre, porque es un grave pecado colectivo, que solo puede redimirse enmendándolo.
JOSEP MIRÓ i ARDÈVOL Vía FORUM LIBERTAS
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