A veces, se necesita una convulsión, un zamarreo, para que una obviedad pueda ser vista como obviedad
Pedro Sánchez y Salvador Illa en la videoconferencia de presidentes autonómicos. (EFE)
Cuarenta años después, llegó un virus que arrasó el planeta entero y al presidente del Gobierno de España se le oyó decir algo en el Congreso de los Diputados que, en otras circunstancias, hubiera provocado un escándalo monumental: “Somos más fuertes como uno solo que como diecisiete”. A veces, se necesita una convulsión, un zamarreo, para que una obviedad pueda ser vista como obviedad, como lo que es, sin que nada contamine la visión de las cosas. Solo el zarpazo extraordinario de la pandemia, de muertes, de sufrimiento, de miedo, podía conseguir que un presidente de España recordara esa moraleja tan antigua de que la unión hace la fuerza sin levantar una tormenta de airadas protestas. Ocurrió, además, en el hemiciclo más dividido de la historia, con récord de representantes de fuerzas políticas, muchos de ellos nacionalistas, localistas, regionalistas o independentistas.
En la España más fragmentada, en la que cualquier insinuación sobre la conveniencia de reformas autonómicas se convierte en sinónimo de involución, la pandemia ha impuesto un modelo de gestión centralizado para hacerle frente al virus. Como estamos aún en el eje de esa coyuntura inesperada, aprovechemos esta inercia insólita de centralización para afrontar un debate vetado. La pregunta ahora es si, para el futuro, la experiencia del coronavirus debe modificar algo de nuestro modelo de Estado para ser más eficaces sin esperar a que una pandemia amenace con borrarnos del mapa. Sin esperar que una desgracia nos devuelva a la lógica más elemental.
Está claro, para empezar, que una medida como la impuesta, de centralización abrupta de las competencias sanitarias, solo podía adoptarla un Gobierno de izquierdas, como el actual, liderado por el PSOE, coaligado con fuerzas que van hasta la extrema izquierda, y que se apoya en partidos nacionalistas e independentistas. No es necesario insistir en que esa misma medida, con un gobierno equivalente en la derecha, no hubiera sido posible, no lo hubieran consentido los mismos que hoy lo defienden y lo toleran.
Sencillamente, es así, igual que en su día, en los 80, solo un gobierno socialista podía haber acometido la reconversión industrial que se impuso en España con un coste laboral enorme. El peligro, que ya estamos percibiendo, es que el presidente del Gobierno y su partido aprovechen la bula política de la que disfrutan para imponer la cooperación, que es una contradicción en sí misma. Pedro Sánchez, por lo que se le oye decir, entiende que cooperar es comunicar sus decisiones con 24 horas de antelación. Es un error, un gran error, porque la oportunidad que se presenta con la crisis de este coronavirus es la de poder demostrarle a todas las autonomías, especialmente a los nacionalismos más ensimismados, que la cooperación entre los entes autonómicos, coordinados por el Gobierno de España, es beneficioso para todos.
Es la primera vez que podemos ver conferencias de presidentes autonómicos a las que asisten todos, en las que se sientan todos, también los vascos y los catalanes que siempre han considerado un desdoro para sus instituciones la colaboración con los demás. Para que podamos aspirar en el futuro a nuevas conferencias de presidentes autonómicos en las que se aborden problemas que nos conciernen a todos, y que se solucionan mejor entre todos, es fundamental que la experiencia del estado de alarma sea beneficiosa, incontestable. Cuando dice el presidente del Gobierno que este modelo centralizado “no supone suplantar a nadie, sino ser más eficaces”, tiene que ser verdad. ¿Se puede afirmar en este caso? No lo parece.
Un mes y medio después de iniciado el estado de alarma, existen muchas dudas, demasiadas carencias, como para poder afirmarlo. Y como las decisiones, siempre unilaterales, las ha adoptado sin consenso previo el Gobierno de coalición que preside Pedro Sánchez, lo que seguirá creciendo de forma exponencial son las críticas de las autonomías. No es de extrañar que presidentes autonómicos de ideologías y trayectorias políticas tan diferentes comiencen a manejar los mismos argumentos, las mismas críticas, cansados de que la retórica envolvente de Pedro Sánchez intente compensar la falta de colaboración y de cooperación real.
En la Transición, tras la dictadura, el Estado de las Autonomías se acabó extendiendo por toda España porque arraigó con fuerza la idea simple de que la cercanía iba a mejorar la calidad de los servicios públicos. ¿Quién mejor que los andaluces iban a conocer las necesidades de los andaluces y la prioridad de las inversiones? ¿Quién mejor que los gallegos, los murcianos o los extremeños sabían de sus carencias? Uno de los escritores más prolíficos y populares del postfranquismo, Fernando Vizcaíno Casas, escribió un libro satírico, que pasó al cine con Alfredo Landa de protagonista, que se llamaba ‘Las autonosuyas’. Vizcaíno Casas se mofaba de la invención de los pueblos, pero el concepto ha perdurado en el tiempo como símbolo del mal de centralismo y egoísmo que se impuso en muchas autonomías.
De un Estado centralizado se pasó a diecisiete ‘estados’ centralizados y a una clase política autonómica más preocupada por blindar competencias exclusivas que por construir un modelo de cooperación que sirviera al fin para el que nacieron, servicios públicos mejores para los ciudadanos. Aprovechemos este agujero para plantearnos la mejora y consolidación del modelo territorial, como la reforma siempre aplazada del Senado para que se convierta en una verdadera cámara de representación territorial; autonómica o federal, pero española. Esta crisis del coronavirus tiene que servir para abandonar definitivamente ese modelo de ‘autonosuyas’ que tanto daño, y tantos esfuerzos inútiles consume. Una España autonómica, respetuosa con la identidad de cada cual, que coopera y se entiende, que progresa y colabora, con la certeza elemental de que juntos somos más fuertes.
JAVIER CARABALLO Vía EL CONFIDENCIAL
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