El autor se muestra muy crítico con la implementación del estado de alarma. Lamenta que se esté cometiendo un abuso de los decretos leyes o la falta de control parlamentario real al Gobierno
SEAN MACKAOUI
Sostiene Fernando Savater que "entre las muchas definiciones de democracia hay una que me gusta más que otras: es el régimen político en el que la culpa de lo que pasa la tienen los ciudadanos". En efecto, la culpa de la catástrofe que amenaza en la actualidad a España la tienen los ciudadanos, y no la incompetencia que diariamente, desde hace casi cinco meses, demuestran cada uno de los ministros, empezando por el presidente del Gobierno del PSOE y por el presidente del Gobierno de Podemos, de lo cual se deduce que es mejor tener un solo presidente que dos, porque en este caso los errores se multiplican doblemente. Digamos, en honor a la verdad, que el Covid-19 nos cogió desprevenidos a todos los ciudadanos y no pudimos hacer nada. Por eso somos culpables.
Pero, fuera ironías, vayamos al grano, porque, de no dimitir este Gobierno antes del verano, los fabricantes de cacerolas se harán millonarios. Hasta ahora, el remedio que utiliza con más frecuencia el presidente con corbata del Gobierno para calmar los ánimos que cada vez están más caldeados es someternos todos los sábados, o cuando se tercie, a unas peroratas que cuando coinciden con la hora de la siesta son bendición de Dios. Habla para que yo te vea, dijo Sócrates, y eso que todavía no existia la televisión.
El presidente con corbata no tiene ningún proyecto al margen de acabar con la pandemia, que se ha llevado la vida de más de 27.600 ciudadanos, y hay que recordar que nuestra Constitución, en su artículo 15, señala que "todos tienen derecho a la vida". Dicho de otra manera: el principal objetivo del Estado es realizar una política que defienda la vida de todos los españoles. De ahí que, siguiendo lo que señala el artículo 116 de la CE, se haya desarrollado la Ley Orgánica de 1981 de los estados de alarma, excepción y sitio. Limitándonos a lo que está ocurriendo en España, hay que tener en cuenta igualmente lo que ha establecido el Real Decreto de 14 de marzo de 2020.
Pues bien, la Ley de estados de emergencia distingue tres posibilidades: estado de alarma, estado de excepción y estado de sitio. Y cada uno de ellos cumple con las condiciones propias de un Estado de derecho y que podríamos resumir fundamentalmente en tres: previsibilidad, control parlamentario y control constitucional. La impresión que se deduce de la realidad que estamos viviendo es que el Gobierno, con corbata o sin corbata, ha actuado sin ningún tipo de previsibilidad. Recuerdo que cuando alguien, a principios de marzo, en nombre de la OMS, recomendó que sería muy conveniente utilizar por la calle mascarilla, me acerqué a la farmacia más próxima y rogué a la dependienta, que me miró con cara extrañada, que me vendiese una. Tuvieron que transcurrir días hasta que el ministro de Sanidad, o su representante legal en las ondas, afirmase que sí era conveniente que todo el mundo se pusiese mascarilla. Amigos y familiares me comentaron entonces bien que no las encontraban, bien que tuvieron que pagar para comprarlas. Este baile de aquí sí o de aquí no, fue un caos, según las comunidades autónomas. Después sucedió algo parecido con los guantes: en unos sitios se regalaban y en otros había que comprarlos. En Cataluña, por ejemplo, se llegó a tal extremo que ignoro si cuándo vayan a bailar sardanas se pondrán los guantes o no.
Pero pasemos incluso a cosas más serias. Porque ahora si vas a operarte de algo que tenías programado, ya te puedes dar media vuelta, y a casa, si no llevas un certificado que constate que no tienes el famoso virus. Y como es imposible estar siempre a menos de cuatro metros de distancia de otro ser humano, en Alemania ya están fabricando chalecos-chivatos que pitan si te acercas a menos de la distancia requerida.
La verdad es que todo esto no tiene ninguna gracia, máxime si pensamos que hay miles de muertos que se podían haber salvado de haber sido tratados a tiempo. El número de fallecidos hasta hace unos días oficiosamente nos situaba en segundo lugar mundial, proporcionalmente a la población. Y no solo no sabemos el número real de víctimas mortales, es que ni siquiera el Gobierno ha tenido el mínimo gesto de organizar un funeral o de haber colocado las banderas a media asta.
Y se está produciendo otro fenómeno enormemente preocupante. La cuestión es que el Parlamento no ejerce ya realmente ningún género de control, pues ya se ve cuando las cámaras de televisión enfocan al Congreso que los diputados y diputadas presentes no son suficientes ni para formar un equipo mixto de fútbol. Y otra manifestación importante es que el uso y el abuso de los decretos-leyes convertirán dentro de poco la tradicional división en una parejita de poderes. Nos dirigimos a un estilo de vida que no se podrá denominar social. Como dijo Ortega, pretender que el Derecho "rija las relaciones entre seres que previamente no viven en efectiva sociedad me parece -y perdóneseme la insolencia- tener una idea bastante confusa y ridícula de lo que es el Derecho".
Sea lo que sea, se diría que este virus parece enviado por el Premio Nobel de Literatura Elías Canetti, así lo recuerda Ignacio Echevarría en los siguientes párrafos del importante libro del escritor sefardita, Masa y poder: "Nada teme el hombre más que ser tocado por lo desconocido"; "en todas partes elude el contacto con lo extraño"; «todas las distancias que los hombres han ido creando a su alrededor han surgido de este temor a ser tocado".
Pero lo curioso del pensamiento aparentemente contradictorio de Canetti es que tiene cierta relación con el de Ortega, que afirma: "Hay un hecho que, para bien o para mal, es el más importante en la vida pública europea de la vida presente. Este hecho es el advenimiento de las masas al pleno poderío social". Y, Canetti, por su parte, afirma: "Quizá sea ésta una de las razones por las que la masa procura apretarse tan densamente: quiere liberarse al máximo del temor que tienen los individuos a ser tocados. Cuanto más intensamente se estrechen entre sí, más seguros estarán los hombres de no temerse unos a otros".
En un artículo anterior me aventuré a decir que nos hallamos en el pórtico de una nueva sociedad, en Italia ya lo dan por hecho, y no sabemos en qué se basarán la vida social y hasta la vida misma. Estamos en las vísperas del verano y nadie sabe qué pasará en otoño.
Si remitiese definitivamente la pandemia y tuviésemos una clase política de cierta altura, sería un momento histórico para hacer ciertas reformas en la Constitución. Tampoco pido mucho, me conformaría con la modificación del Título VIII. Lo explico con todo detalle en mis Memorias, que ya tengo terminadas y que, a la vista de lo que venimos contemplando, me gustaría ver publicadas. Porque cuando se llega a mi edad y uno ha vivido en este país y en otros tan decisivos como éste, creo que pueden ser muy interesantes en sumo grado, al menos eso es lo que me ha dicho la única persona que las ha leído hasta ahora. Sería necesario que nuestra clase política o nuestra clase dirigente en general tomase nota de este fragmento que tiene su intríngulis: "Cuenta una leyenda hindú que Panait Istrati, capataz de un remolcador en el Ganges, le decía a su hijo: 'Hijo mío, te daré una sola lección sobre la vida que me prometerás no olvidar nunca. Has de saber que el mundo se divide en tres categorías y no más: hay personas que saben por sí mismas que no debe cortarse el pan con un cuchillo que sepa a cebolla; otras que no lo saben, pero que lo aprenden viéndolo hacer; y otras más que no lo saben ni lo aprenden viéndolo hacer y que continuarán toda su vida comiendo o sirviendo pan que hiede a cebolla. Si hubiera justicia en la tierra, de todas estas personas las primeras deberían dar órdenes, las segundas hacerlas cumplir y las terceras limitarse a obedecer. De este modo, el mundo podría acercarse a la perfección, lo que está lejos de que sea así porque la vida carece de buen sentido. Aquí tienes toda mi lección'".
JORGE DE ESTEBAN* Vía EL MUNDO
Jorge de Esteban es catedrático de Derecho Constitucional.
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