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viernes, 1 de mayo de 2020

ESPAÑA COMO PROBLEMA

La respuesta de Sánchez a la pandemia ha fallado estrepitosamente en el plano sanitario y ha conseguido hundir en la miseria al tejido productivo del país. La crisis le ha superado. Otros dirigentes europeos hubieran dimitido o, como mínimo, hubieran recompuesto su gobierno.


 


 
A la hora de seducir a la Unión Europea para solicitar y consensuar apoyos, España nunca lo ha tenido fácil y Pedro Sánchez lo tiene mucho más difícil que cualquiera de sus antecesores en el gobierno. 

Ellos tenían, al menos, mayorías en un sistema de parlamentarismo bipartidista. Ayer, en el Consejo Europeo, le tocaba a Sánchez pedir a sus colegas ayuda para reconstruir social y económicamente un país que va camino de ser todo un prototipo de disfuncionalidad política.

Los españoles se han quedado estoicamente en sus casas pero la España oficial ha desperdiciado la oportunidad brindada por la pandemia del Covid-19 para mostrarse decisiva ante la adversidad. Angela Merkel, la veterana del Consejo, recordará con nostalgia cómo Mariano Rajoy supo enfrentarse a la crisis de la eurozona. 

Abrió la caja de herramientas de la ortodoxia financiera y poco a poco pudo eliminar desequilibrios y crear empleo. Lo tuvo que hacer en solitario, y tenía el sostén parlamentario para ello, porque su socio en la partitocracia se había derrumbado.

La canciller alemana reflexionará, a la vez, que de nada le sirvió a su correligionario el haber puesto a funcionar de nuevo a su país. Su prudencia, catalogada como un austericidio que recortó derechos y libertades por la maquinaria del agit-prop, fomentó un populismo izquierdista e identitario que al acabar Rajoy su mandato cuestionaba el consenso constitucional. 

El relato oficial es que el dirigente conservador, lejos de rescatar a los españoles, los "dejó atrás". Por eso, y por liderar un partido corrupto, se le apeó del poder en una moción de censura.

En el último lustro, marcado por cuatro elecciones generales inconclusas y un golpe de Estado fallido en Cataluña, los lodos han acabado por enfangar del todo a las instituciones. Sólo faltaba la pandemia para certificarlo. Sánchez y el resto de la clase política hispana han proyectado la imagen de un país que es más bien ingobernable y ajeno al sentido común y a la eficiencia.

Esta fatídica característica negativa -impractability, ausencia de actitud práctica, lo llamaba el Duque de Wellington durante la Guerra de Independencia- ha moldeado la visión del otro sobre los españoles de generación en generación. Es el tópico que ha pesado como una losa sobre estos pagos desde hace más de doscientos años. Sánchez no puede desconocerlo. Tampoco puede ignorar el hecho de que lo incita.

Uno le desea suerte al presidente del Gobierno de España en su quijotesca misión de conseguir un Plan Marshall y/o una deuda perpetua. Pero no hay que haber viajado algo y tener la costumbre de leer prensa extranjera para saber que la pragmática Europa del norte le escuchará a Sánchez con la misma atención que un banquero le dedica al ludópata que pide una hipoteca. ¿Cómo me pide dinero cuando antes de ayer presumía que su economía crecía por encima de la media de las nuestras?

La incredulidad del nórdico responde a los criterios de quienes miden los riesgos financieros de cada préstamo. No incluye los de la fragilidad institucional y la disfuncionalidad política. Se supone que ningún dirigente que gobierna en los países de los cielos plomizos está muy al tanto de las sesiones del Senado y del Congreso de los Diputados a lo largo de esta semana. Más les valdría.

De haber presenciado el intercambio de improperios, propios del guerracivilismo, en las Cortes Generales cualquier colega europeo de Sánchez hubiera dado a España por perdida. Después de cuarenta años de prosperidad y progreso bajo la Monarquía Parlamentaria el socio del partido de Sánchez en el Gobierno progresista de coalición reivindica el régimen republicano. Y los aliados nacionalistas de Sánchez, la secesión.

Vuelven a reaparecer, cada vez con más desparpajo, todos los fantasmas del estereotipo de la ingobernabilidad que albergan los forasteros, políticos y periodistas, sobre España. Por citar a uno de los muchos buenos catedráticos de Historia Contemporánea, Enrique Moradiellos, se diría que la convivencia de la sociedad española está de nuevo "atravesada por múltiples líneas de fractura interna y grandes reservas de odio y miedo conjugados" (Historia Mínima de la Guerra Civil, Turner 2016).

El tema único en la videoconferencia de los Veintisiete ayer era la respuesta del bloque a la guerra desatada por el coronavirus. La Unión Europea deja hacer a las naciones miembros pero, como todo colectivo, tiene sus estándares y examina la trayectoria de los que se reúnen en su Consejo dirigente. Y aquí se halla la otra dificultad de Sánchez en su desesperada búsqueda de comprensión y confort. ¿Tiene la talla para curar el virus del impractability español?

Algunos líderes han estado a la altura del terrible reto del Covid-19. Merkel, la más experimentada de la familia, ha recuperado terreno en esta última etapa de su vida política y consigue una nota alta. Los hay que aprueban, aunque raspadamente, y entre los que suspenden ninguno muestra un fracaso tan inapelable como el presidente del Gobierno de España.

El suspenso

Sánchez ha sometido a los españoles a un régimen de confinamiento más exigente que el de cualquier otro lugar con el fin de aislar la propagación del virus que vino de Wuhan y a pesar de ello España supera, hoy por hoy, a todos los demás países en número de contagiados y de muertos por 100.000 habitantes.

La respuesta (tarde y mal) de Sánchez al reto de la pandemia ha fallado estrepitosamente en el plano sanitario y ha conseguido hundir en la miseria al tejido productivo del país. Ni se pueden ni se deben darle más vueltas al asunto. Éste, y no otro, es el muy penoso balance de la gestión de Sánchez antes y después de la declaración del estado de alarma. No ha estado a la altura del reto. La crisis le ha superado.

Dimisiones

Otros dirigentes europeos en el lugar de Sánchez hubieran dimitido o, como mínimo, hubieran recompuesto radicalmente a su Gobierno con la esperanza de salvar algunos muebles. En democracias ágiles que exigen la rendición de cuentas, ahí donde la oposición parlamentaria tiene plena capacidad para plantarle cara al gobierno, el dirigente español estaría contra la pared de su residencia oficial. O en su casa particular.

Sin embargo Sánchez no asume ninguna responsabilidad, se mantiene en su puesto y se cree con capacidad de maniobra, agasajando a unos y engañando a otros, para seguir en él. Lo suyo es la arcaica conducta de sostenella y no enmendalla, lo cual es una actitud arriesgada en estos volátiles tiempos y una manera de actuar que seguramente sorprenderá a sus colegas europeos. A sus paisanos entre Hendaya y Gibraltar su tenacidad inspira una justificada aprensión.

Ningún presidente del Gobierno en España ha tenido tan poco apoyo electoral como Sánchez y ninguno ha acumulado tanto poder como él gracias al prolongado Estado de Alarma. Lo que se teme es el próximo paso que tome tras estas semanas de nefasta gestión.

Sánchez ya ha anunciado que prepara oficializar una "desescalada lenta y gradual" para entrar en lo que llama un "Nuevo Normal" que nadie sabe lo que es pero que suena raro y poco apetecible. Pero sin duda tiene toda la intención de traspasar ese misterioso umbral del brazo de Unidas Podemos. Que la reconstrucción social y económica del país sea abordada de una manera u otra, más social demócrata o más chavista, depende de si Sánchez obtiene mucho ( y con qué condiciones), poco o nada de sus colegas europeos.

Lo único cierto es que un prolongado periodo de disfuncionalidad política está a la orden del día dado el rencoroso cortoplacismo de Sánchez y el pensamiento desordenado de amplias capas del país que no solo le piden que se mantenga en su trece sino que le piden más caña.

Sánchez tiene dificultades debido a la muy inepta trayectoria de su Gobierno progresista pero Europa bien puede repetir aquello de Houston we have a problem.
 
 
                                                  
                                                   Tom Burns Marañón
                                                   Vía Expansión

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