Translate

sábado, 9 de mayo de 2020

Luis Rojas Marcos: "El dolor y la tragedia no te hacen mejor persona"


 

El profesor de Psiquiatría, Luis Rojas Marcos. ANTONIO HEREDIA


Luis Rojas Marcos (Sevilla, 1943) quiere que se pague la sesión. "Llevo mucho tiempo hablando", dice, "y me está haciendo bien, ¿después me pasas la factura?". Así se despide quien está acostumbrado a lidiar inexplicablemente con el dolor más explicable. Tras el atentado del 11-S intentó ayudar a que familias ventilaran su vulnerabilidad y, en medio de la entrevista, se para: le vienen imágenes de esta pandemia. Profesor de Psiquiatría en la Universidad de Nueva York, es director ejecutivo de Médicos Afiliados de Nueva York, la organización sin ánimo de lucro de 3.500 sanitarios que prestan sus servicios en seis hospitales públicos y en las diez cárceles de la ciudad. Premio Espasa de Ensayo por Las semillas de la violencia (Espasa), el Gobierno le concedió la Medalla de la Orden de las Artes y las Letras. Su hábitat es el optimismo, así que a ver cómo evolucionamos.
Pregunta: ¿Cómo ser optimistas viendo en las portadas de los medios el ataúd del vecino?
Reapuesta: Depende mucho de la definición de optimista. Se piensa que el optimista es una persona ingenua o incluso ignorante. Para empezar, el optimismo tiene varios rasgos. Por ejemplo: una persona optimista es aquella que tiende a localizar el centro de control dentro de sí misma; está comprobado que quienes hacen esto ante una adversidad tienen más probabilidades de superarla. Un segundo rasgo del optimismo es confiar en que yo tengo las cualidades suficientes, las funciones ejecutivas, las cualidades de inteligencia necesarias para atajar un problema. Un tercero, y quizá el más importante, es la esperanza, el pensar que lo que deseamos va a ocurrir. Esta pandemia va a pasar. Y otro es la facilidad que tenemos para recordar los aspectos positivos. Si entendemos el optimismo así, hoy en día se puede ser optimista si uno piensa que puede hacer algo por superarlo, si confía en sí mismo y si tiene esperanza. Eso es el optimismo.
P. Demasiados han perdido la esperanza. Muertos sin despedir, paro, una pandemia a la que no ven fin... ¿Cómo afrontar estas situaciones?
R. Un consejo general es que todo lo superamos. Si ya has superado otras situaciones difíciles en tu vida piensa que esta vez también lo harás. Habla, comparte tus sentimientos, tu miedo... Hablar es muy importante. Y si no tienes a nadie con quien hablar, háblate a ti, en alto, háblale al perro, pero háblale y escucha lo que le estás diciendo. Y corrígete. Trata de no dejarte obnubilar por la tragedia y si puedes hazte un plan, confía en que puedes organizar tu vida. Hemos tenido epidemias antes y la humanidad las ha superado.
P. La humanidad se sobrepone a las tragedias, pero la sociedad que las sufre queda marcada a dolor... ¿Cómo nos afectará la pandemia a la mente?
R. Para empezar, si alguien tenía sentimientos de invulnerabilidad estos van a desaparecer durante mucho tiempo. Así ocurrió aquí con el 11-S. Luego vamos a tener recuerdos que no podremos olvidar y que conectaremos siempre con la pandemia. Si, por ejemplo, durante el confinamiento hemos tenido momentos buenos, porque nos hemos unido más a otras personas, serán gratos recuerdos. Pero el confinamiento también ha creado problemas en familias que no tenían forma de desahogarse, por lo que habrá personas que tengan recuerdos muy negativos, de enfrentamientos, de miedos. Y estos los superaremos con el tiempo. Ese estrés... la naturaleza humana está hecha para superar todo esto: dentro de tres o cuatro años lo vamos a ver de otra forma, pero no lo olvidaremos.
P. Estrés, ansiedad, depresiones... ¿Deberían los gobiernos anunciar planes especiales para combatir estas dolencias en la etapa postCovid-19?
R. Efectivamente. Aquí hablamos de estrés postraumático, que es muy dañino, físicamente y mentalmente. El estrés puede dar lugar a la depresión, esta a la pérdida de esperanza y esta a los suicidios. Los líderes tienen la obligación de facilitar el apoyo al ciudadano. En el 11-S, por ejemplo, no hubo heridos, hubo muertos y hubo vivos, y entonces el gran reto fue psicológico, que afrontamos organizando grupos de apoyo. En esta pandemia los grupos de apoyo serían muy útiles, pues aunque habrá quien necesite hablar en solitario con un profesional, colocar a la mayoría en grupos de diez personas dirigidos por un especialista para que puedan compartir sus vivencias, para que puedan escucharse unos a otros, los va a ayudar, es esencial. Al final, el estrés te invade y te quita las ganas de vivir, por eso esta actuación es fundamental.
La información debe ser útil. Ver los muertos o los ataúdes en los medios puede aumentar el estrés. No es útil ni informativo
P. Usted habla de la incertidumbre, una incertidumbre, además, a la que la ciencia no está dando respuestas. Quiero decir: el ciudadano lee demasiadas entrevistas a expertos cuyas declaraciones se resumen en un «no lo sé». Las medidas de prevención parece que no han sido suficientes. Las de actuación, tampoco. ¡Y los gobernantes dicen que gestionan basándose en su equipo de científicos! ¿Nos ha fallado la ciencia?
R. Absolutamente, la ciencia nos está fallando. La epidemia nos ha cogido desprevenidos: no sabemos si el que se infecta puede volver a infectarse, no tenemos vacuna, tratamiento... Tenemos ciertas ideas, como el uso de la mascarilla, guardar la distancia física... Y al principio, como no había ni mascarillas, ¡incluso nos decían que no hacían falta! O que no era necesario realizar la prueba cuando la realidad es que no teníamos suficientes y nadie se atrevía a decir que lo que había que hacer era priorizar. Esto acrecienta la incertidumbre, el sentido de invulnerabilidad, el estrés. Y se resquebraja el sentido de futuro -hablamos más de lo que vamos a hacer mañana que de lo que vamos a hacer hoy-, algo que es muy dañino para el ser humano. En estos casos, la información es muy importante, pero para que sea útil debe ser fiable y tenemos que poder entenderla. Así deben transmitir la información los líderes, sean de la salud o de la política. En cuanto a la cantidad de información a recibir por el ciudadano, la idónea es la que cada uno pueda digerir.
P. ¿Considera que ver en las portadas de la prensa a los muertos ayuda a comprender la magnitud de la tragedia o hace un daño innecesario?
R. Queramos o no, las noticias suelen ser malas noticias, aunque siempre se da alguna positiva. Quiero decir con esto que uno no puede esperar, porque no es así, abrir un periódico buscando buenas noticias. Dicho esto: ¿ayuda ver un ataúd? No, no ayuda. Y ya si se publica al muerto en portada o, como ocurre aquí, que como no hay tiempo ni lugar para enterrar a tanto muerto te los enseñan encerrados en camiones... Es bueno que la gente sepa que hemos llegado a una situación en la que no hay sitio para los cadáveres, ahora, esas imágenes lo que añaden son motivos para entristecerte más, para sentirte más incapaz de ayudar. Es importante que la gente sepa que hay muertos, pero el reflejar eso en caras de niños llorando, en los muertos apilados... eso no es útil ni informativo.
P. ¿No es una obligación contar lo que pasa?
R. Sobre todo a medida que uno se hace mayor leemos más los obituarios, la conciencia de que morimos se normaliza... A lo que me refiero cuando digo que es un elemento que no añade y que puede aumentar el estrés y la conmoción emocional en muchos, sobre todo en gente joven o gente que esté pasando por un momento muy duro, es que ver esas imágenes afecta directamente al cerebro, a partes importantes del cerebro, aumentando el estrés, la angustia... Ver un montón de ataúdes no va a informar. Se puede decir: no tenemos sitios para los ataúdes, pero verlos, o ver cómo está el enfermo en la UCI ahogándose, lleno de tubos... que se publique una vez... Pero que sea algo que constantemente se muestra no es útil. Habrá quien diga que hay que ver la realidad, pero la realidad es que esto pasa en una proporción pequeña, mientras que esas imágenes ocupan un espacio muy grande en el periódico. Es decir, no reflejan una estadística.
P. La muerte sigue siendo un tabú. Antes hablaba de los suicidios, de los que apenas se informa salvo en días señalados, en los que se repite que cada dos horas y media hay uno en España.
R. El suicidio es un tabú absoluto. Es más fácil decir que un familiar murió de casi cualquier otra cosa, pero entrar en el mundo de la muerte elegida... para la sociedad el suicida es el que tira la toalla de una forma irreversible y trágica, tiene un estigma muy profundo, lo que influye en que no se hable del suicidio. Luego, se tiende a exagerar. Si miras el número de suicidios, que lo encuentras en la OMS, que no son secretos, España es de los países con uno de los índices más bajos del mundo, pero siempre encontrarás la cifra que has dicho. Si se va a hablar del suicidio por lo menos hay que ponerlo en un contexto. La diferencia entre la buena información y la mala es que una te ayuda a entender, la otra busca llamar la atención y asustar.
Del 11-S concluimos que cuantas más calamidades has pasado menos probabilidades tenemos de superar la próxima
P. Usted se fue a EEUU en el 68 no solo a estudiar, sino a huir de la situación política y social española.
R. Fue una liberación, profesional y personal. Yo ya fui a mi psiquiatra para contarle esto (ríe). Nunca me metí en política de forma activa, mi hermano Alejandro [ex alcalde de Sevilla] sí y aunque no viví esas tensiones sentía la opresión, y de cerca. Alejandro, por ejemplo, estuvo en la cárcel por decir que se hablara con libertad. Yo sufría esto en el estómago. El sistema no te daba libertad y te humillaba. Al día siguiente de llegar aquí me sentí liberado, se me quitaron los dolores de estómago. Fue algo psicológico, pero así es.
P. Ahora que si uno es un "sectario", el otro un "rojo", el de allá un "facha" y el de más aquí un "franquista"... Desde la distancia física y del tiempo pasado, ¿cómo ve este clima que se llama de «guerracivilismo»?
R. Los que lo vemos desde lejos, y sobre todo aquellos que vivíamos allí antes, observamos que España ha hecho una evolución para mejor de gran magnitud. En EEUU, además, tiene una reputación enorme como país democrático y saludable. Habiendo dicho esto, cuando leo las noticias o accedo a las redes sociales veo una crispación, por llamarlo de alguna forma, unos ataques... se usan unas palabras muy intensas a la hora de criticar. Aquí no estamos acostumbrados a ese nivel de agudeza en la utilización del lenguaje para el ataque verbal, ahí, en cambio, es muy duro. Se observa una gran crispación, por lo menos entre las personas que hablan en público. Seguramente no se reproduzca en la gran mayoría de ciudadanos, porque España es un país muy pacífico. Basándome en el pasado creo que esta crispación también va a pasar.
P. Hay un mantra que dice que las generaciones nacidas una vez asentada la democracia son más débiles. Pero estas generaciones ya vieron en su día su presente paralizado por la crisis económica de 2008 y ahora ven su futuro atemorizado por el coronavirus. ¿Las desgracias nos hacen fuertes?
R. La idea de que para ser fuerte tienes que haber pasado por grandes conflictos, tragedias o desastres no es acertada. Eso es una confusión. Lo que ocurre es que de la adversidad a menudo aprendemos algo que no sabíamos de nosotros mismos, lo que en el campo de la salud mental se llama crecimiento postraumático. Pero esto hay que entenderlo. Habrá quien diga que de la pandemia, por ejemplo, ha aprendido que es más resistente, más flexible de lo que creía, pero eso no lo ha aprendido de la tragedia, lo ha aprendido de él mismo. El dolor, la tragedia no te hacen mejor persona, el dolor es terrible; ahora, si luchas contra el dolor puedes aprender algo. Hay que separar lo que uno puede aprender de la tragedia en sí. Otro punto que creo que es muy importante: cuando estudiamos a las víctimas del 11-S desde la perspectiva de la salud mental vimos que una característica fundamental de las personas que tuvieron menos aguante, que sufrieron más de depresión o que se suicidaron es que tenían en común que ya habían pasado por situaciones de gran estrés. Cuantas más calamidades habían pasado en su vida más difícil les fue superar el 11-S. Digo esto porque la idea de que haber superado otras calamidades nos hace más fuertes no es real, hemos podido aprender de ellas, pero lo cierto es que cuantas más calamidades hayamos pasado, menos probabilidades tenemos de superar la próxima. Esto fue algo que descubrimos al estudiar las consecuencias del 11-S. Vosotros habéis superado la crisis económica del 2008, ahora vais a superar esta pandemia... y eso os ha dado cierta información sobre vosotros, pero no penséis que la tercera tragedia que venga la vais a superar más fácilmente. No necesariamente, porque el ser humano, el cerebro, tiene un límite en el número de adversidades que puede superar.
P. Deberíamos acabar con un mensaje positivo...
R. Yo me iría a la naturaleza humana, a los genes, al cerebro para sacar lo más positivo. Los seres humanos estamos hechos para buscar la satisfacción en la vida como un instinto. Y en esa búsqueda entra como factor fundamental el que esa satisfacción la compartamos con los demás, con las personas que nos rodean. Y eso es algo que estamos viendo: la solidaridad no es una virtud que nos viene del cielo, sino que responde al instinto de conservación del ser humano, que incluye el ayudar a otros, algo tan básico como eso. En una adversidad quienes ayudan a otros sobreviven más que quienes no se mueven. Este es mi mensaje, confiemos en nuestro propio ser, en nuestra naturaleza, porque si la alimentamos vamos a ser más felices.
 
                                                                             DAVID LEMA   Vía EL MUNDO

No hay comentarios:

Publicar un comentario