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domingo, 16 de agosto de 2020

IGLESIAS Y EL MOÑO DE LA CORRUPCIÓN

De igual modo que solo querían desbancar a la 'casta' para ocupar ellos su sitial, 'Pudimos' instrumentalizó la corrupción usándola como espectáculo televisivo para quedarse con el negocio
ULISES CULEBRO  
ULISES CULEBRO
Al cruzarse con un demente que se paseaba guiando una carretilla del revés, como si fuera a embestir con sus astas metálicas cual toro metálico para adiestramiento de maletillas con apetencia de figura, aquel visitante del manicomio se sintió en el deber de aclararle que debía agarrar el volquete por las asas. A tal recomendación, el majareta replicó con risa burlona de zumbado de la vida: "Sí, sí, para que otra vez me la llenen de piedras". De ahí que el refranero, con docta perspicacia, sentencie que "más sabe el loco en su casa que el cuerdo en la ajena".
Mucho más si no se trata de ningún ido, pese a sus extravagancias, sino de alguien bien cuerdo que discierne lo que quiere bajo su concha dura de galápago y con sus pies bien firmes en la tierra, aunque le guste arrogarse -y hubo un tiempo en el que pudo fingirlo con dominio de la escena- una pose mesiánica de diosecillo de barro dispuesto a asaltar el cielo hasta que se ha hecho más perceptible su pelaje de Savonarola paleocomunista. Prendiendo como el fanático dominico florentino una pira purificadora que alumbrara un nuevo orden religioso en un caso y político en el otro, pero con parecido misticismo y sectarismo, el calor de esa hoguera ha derretido los afeites que maquillaban su verdadera faz y ha hecho bueno lo escrito por Dante: "No te quemará el fuego que no encendiste".
Tras un sexenio maniobrando la carretilla del revés para arremeter contra los abusos de lo que ya Ortega llamaba "vieja política" -ni siquiera en eso fue original- para darle matarile a la casta -término italiano introducido para denostar el sistema imperante desde la II Guerra Mundial- y enterrar el "régimen de la Constitución del 78" persiguiendo instaurar una república popular como las que camuflaban, bajo esa caperuza, las dictaduras comunistas previas al derribo del Muro de Berlín, el secretario general de Podemos, Pablo Iglesias ha querido ir tan rápido que se ha caído con todo el equipo acreditando sus mil y una contradicciones e incoherencias de nueva casta de los descastados con su mochila bien repleta de corrupciones.
Así el titular del Juzgado de Instrucción número 42 de Madrid, Juan José Escalonilla, acaba de imputar a Podemos como persona jurídica, así como a Juan Manuel del Olmo, responsable de las campañas, junto al tesorero y la gerente, Daniel de Frutos y Rocío Esther Val, por supuesta financiación ilegal. Todo ello en una encrucijada en la que el mismo Iglesias tiene problemas con la Justicia tras retirarle el juez García Castellón la condición de víctima en el caso Dina, su ex asesora en Bruselas a la que se le sustrajo su teléfono móvil con material sensible y que finalizó en manos de su jefe devolviéndoselo éste al cabo de las semanas con los archivos destruidos. Tal tejemaneje avala la hipótesis de que el montaje periodístico-policial denunciado por Iglesias habría sido cosa propia para mejorar sus perspectivas en las elecciones de abril de 2019 tras caer en picado en las encuestas al adquirir su heredad de nuevo rico de la política.
Visto lo visto, ni venían para acabar con casta alguna, sino a reemplazarla por otra con derecho a casoplón. Como la nomenklatura soviética se reservaba suntuosas dachas o los gerifaltes chavistas se alzan como marajás sobre la miseria de Venezuela después de empobrecerla siendo rica en recursos. Ni tampoco para combatir la corrupción, sino para quedarse con el negocio siguiendo la estela del padrecito Chávez en cuyos pechos se criaron y de cuya financiación se beneficiaron. Merced a su munificencia, los fundadores de Podemos capitalizaron el descontento por la crisis de 2008 y comandaron el movimiento acéfalo de indignación surgido el 15 de mayo de 2011 con la madrileña Puerta del Sol como gran escaparate.
En parangón con la Primavera Árabe desatada en Túnez en 2010, al grito de "no nos representan", los "hijos de la ira" de las clases medias expresaban su malestar avivados por la creciente constatación de que, desde la Guerra Civil, serían la primera generación en vivir peor que sus progenitores. A la hora de organizar aquella protesta acéfala, obró lo que Robert Michels estableció en su Ley de hierro de la oligarquía: la agitación fue acaudillada por un grupo homogéneo ideológicamente, con más recursos y con mayor tiempo de dedicación como era el grupo de profesores fortificado en el búnker de la Facultad de Políticas de la Complutense como legación bolivariana.
Ello posibilitó al núcleo embrionario de Podemos -junto a la protección del PP en su estrategia de debilitar al PSOE por su flanco izquierdo- irrumpir triunfal en unos comicios europeos de 2014 marcados por la fragmentación del voto. Así, a los cuatro meses de constituirse, se erigió en cuarta fuerza granjeándose cinco escaños y más de 1,2 millones de papeletas. Valiéndose de las nuevas herramientas tecnológicas, Podemos tradujo en sufragios el enojo social hasta lograr que Iglesias fuera coreado aquella noche con la consigna de "que sí, que sí nos representan". Ni que decir tiene que aquellas primaverales promesas, en lo que hace a mejora democrática, alfombran el suelo como serrín de taberna antigua espolvoreado antes de la barrida final del día.
Nada de lo que pregonaron era inédito, pero sonaba como si lo fuera, al encabezar el malestar contra una clase gobernante a la que culpaban de la situación. Ni les hacía mella las noticias sobre los nexos del chavismo a Iglesias y su Centro de Estudios Políticos y Sociales, o como usufructuaban privativamente las Universidades personajes como Monedero o Errejón, hasta que, de pronto, el cielo que pretendían asaltar se desplomaba sobre sus cabezas. Al tiempo, sepultaba en descrédito a su líder máximo que, como dice de los delfines un personaje de Marsé, no es que tenga la risa a punto, sino que no puede cerrar la boca de lo grande que la tiene.
Lejos de poner remedio y recato, Iglesias acentuaba su autoritarismo y discrecionalidad hasta purgar a quienes le arroparon en la fundación y se daba el capricho de promover en la cúspide a su pareja, a modo de diarquía comunista, como la de Ortega en Nicaragua o Ceaucescu en Rumanía, y luego catapultarla a ministra de Igualdad en el Gobierno de cohabitación con el PSOE configurado para que ambos pudieran disimular su fiasco en las urnas de noviembre pasado. Luego de mudarse de su modesta vivienda de la que hizo emblema a un casoplón que no envidia a la heredad de aquellos a los que situaba en el disparadero de los enrabietados.
Habrá que ver si su pirámide de Galapagar es su tumba política, pero sí simboliza cómo Podemos transmutó en Pudimos respecto a los anhelos del 15-M de una generación que, a diferencia de estos privilegiados, no ha mejorado sus condiciones. Ese paulatino declinar y menoscabo de la marca ha supuesto una acusada merma de votos desde la cita andaluza de diciembre de 2018 hasta la última doble concurrencia de este julio en País Vasco y Galicia. De ser la cara de las papeletas en las europeas de 2014 a que todos se aparten de él al hacérsele presente un ayer que nubla su mañana.
En suma, ni eran ejemplo de nada ni venían a cambiar España, sino a destrozarla, al modo de Venezuela, la cuna del podemismo, recurriendo para ello a sepultureros de toda laya y estofa. De igual modo que sólo querían desbancar a la casta para ocupar ellos su sitial, Pudimos instrumentalizó la corrupción usándola como espectáculo televisivo para quedarse con el negocio siguiendo la estela de Chávez, promotor de la extensión a España de la franquicia bolivariana. Siendo cierto que la corrupción suele acompañar al ejercicio del poder como la sombra al cuerpo, Pudimos ya arribó a España con ese marchamo, por lo que sus recusaciones a los demás eran las de la sartén amonestando al cazo: "¡Aparta que tiznas!". Si al PSOE del cambio de 1982 se le achacaba lo rápido que había aprendido a corromperse, de Podemos se puede argüir que venía aprendido de fábrica a manejarse de esa forma.
No se entiende por ello que, al decretarse la imputación de la cúpula del partido por financiación ilegal y por una supuesta caja B a instancias de su ex asesor legal, José Manuel Calvente, tras ponerlo en conocimiento de la dirección y valerle la acusación falsa de acoso laboral y sexual, se registren reacciones que parodian la escena de Casablanca en la que el capitán Renault ruge al descubrir que se juega en el café de Rick, mientras que el croupier le desliza un fajo de billetes con sus ganancias. No es la circunstancia, claro, de aquellos de los que depende su sueldo o su Presidencia del Gobierno como Pedro Sánchez hacerse los longuis.
Mueve, en todo caso, al pasmo que el jefe del Ejecutivo reclame la salida de La Zarzuela del Rey Emérito por las "informaciones inquietantes que nos perturban a todos" sobre la fortuna secreta de Juan Carlos I, pero de las que aún no se han derivado acciones judiciales, y calle tras las noticias de igual tenor que imputan al estado mayor de su socio de Gobierno. Sánchez e Iglesias participan de esa hemiplejia moral que transige con los delitos propios y exagera los ajenos. ¡Qué tiempos en los que, como jefe de la oposición, Sánchez afeaba los silencios de Rajoy sobre la máxima de que "¡quien calla, otorga"!
En cualquier caso, por mucho que emule al célebre novillero valenciano Tancredo López, introductor de esa original suerte de recibir al morlaco en un pedestal vestido de blanco con la cara empolvada fingiendo ser una estatua de mármol para que el astifino se limitara a olfatearlo y desentenderse de aquel circunstancial "rey del valor" al que la afición pronto daría la espalda, el tancredismo de Sánchez no podrá prolongarse si no quiere que Pudrimos carcoma su gabinete ministerial como ya hace con instituciones claves. Salvo que persiga que le haga el trabajo sucio evitándole mancharse las manos y luego, en el momento oportuno, desprenderse de ese fardo descargando cualquier responsabilidad cual Poncio Pilatos.
La corrupción, aunque se ponga coleta e incluso moño -de hecho, la financiación de su partido está más liada que el moño de una loca-, sigue siendo corrupción. Por más que haya propagandistas que presenten ese recogimiento de coleta como muestra de la nueva masculinidad, al modo de aquel cartel de Vuelve con el que reapareció tras su baja por paternidad. La mona no deja de serlo por vestirse de seda. En su complicada tesitura, trata de salvar el tipo ante su menguada clientela y recomponer la figura incluso ante quienes ya le tienen cogidos sus trucos de tramoyista. Aun así, no puede disimular que se encuentra tocado del ala y salta a poco que se le hurgue en la herida que él mismo se ha causado buscando el daño ajeno.
Dada la acumulación de reveses judiciales, busca menoscabar a la Justicia sin que Sánchez diga esta boca es mía. A este respecto, Pudrimos no cejará en abonar interpretaciones conspirativas como el asunto Dina para drenar la deserción de los propios y descalabrar el Estado de Derecho para irse de rositas. No obstante, jugando con los versos de Pedro Salinas, ha hecho que lo que es ya no distraiga de lo que dice, a diferencia de aquellos días miríficos en los que lo que decía distraía de lo que era. Por eso, ni conviene encomendarse a falsos profetas ni fiarse de los que se hacen pasar por locos para que no les llenen la carretilla de piedras.

                                                                 FRANCISCO ROSELL  Vía EL MUNDO

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