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miércoles, 7 de octubre de 2015

EL OCASO DEL PENSAMIENTO

                                     Alexis de Tocqueville, por Théodore Chassériau (1850)

Basta escuchar sus discursos, o leer sus artículos, para sospechar que los dirigentes de los nuevos partidos comienzan a compartir demasiados rasgos con los políticos tradicionales. La nueva hornada de líderes, ésos que abjuran de los viejos modos, que pregonan a voces la renovación, se han mimetizado con los de toda la vida, comienzan a adoptar su peculiar estilo, su inclinación al corto plazo. Deslumbrados por el irresistible atractivo de los votos, anclados en el gesto, en la imagen, no parecen distinguir la gran política de la gestión del día a día. Ante cada problema, nuevo parche, propuesta de nueva ley. Recetan una interminable combinación de pócimas, bálsamos, brebajes, ungüentos, muchos de ellos inoportunos, contraproducentes, sin comprender que el exceso de medicación es causa fundamental de los males. 
En esta confusión entre política constitucional y política ordinaria, encontramos en la misma lista, en el mismo totum revolutum, la reforma de la Constitución y la oferta de libros gratis a los escolares, el establecimiento de un Estado Federal y el retoque de las políticas activas de empleo; velocidad y tocino, gimnasia y magnesia. No es fácil estar al plato y a las tajadas, señalar la dirección del cambio sin liberar los pies del pegajoso fango clientelar.
Hoy es imprescindible una política de altos vuelos, con nítidos principios, rumbo bien definido. Un horizonte compartido por todos
Cierto, la gestión pública tiene sus servidumbres. A veces requiere diplomacia, sonrisas, agradar a mucha gente. Pero hoy es imprescindible una política de altos vuelos, con nítidos principios, rumbo bien definido. Un horizonte compartido por todos. Y, a juzgar por alocuciones y escritos, resulta dudoso que los nuevos líderes conozcan bien el fondo de los problemas, o tengan en la cabeza un proyecto reformista completo, más allá de meras consignas. Los recién llegados gozan de buena planta e imagen pero no muestran un pensamiento político profundo, esa visión de largo plazo que caracteriza a los grandes estadistas.
El crepúsculo del pensamiento crítico
A igualdad de condiciones, resultados similares. Los mecanismos de selección de élites y dirigentes no han cambiado; son los de siempre. Y sus criterios distan de ser meritocráticos. Para ascender importa menos la visión política, o la capacidad, que las relaciones personales, la pertenencia a determinada facción o la participación en determinado intercambio de favores. No son las condiciones más apropiadas para que surja un Churchill o un Adenauer. Ni siquiera un Maura o un Canalejas
Como fuente inagotable de prebendas y puestos, la política sigue ejerciendo una potente atracción sobre arribistas y aprovechados, sobre figurones obsesionados por un alto cargo, por llegar al gobierno, ocupar cualquier ministerio... aunque sea el de Marina. Esa perversa atracción genera nefastos resultados cuando no existen mecanismos correctores, cuando los métodos de filtrado son inadecuados o el sistema electoral impide al ciudadano discriminar las cualidades de cada candidato.   
Pero hay algo más preocupante: el pensamiento, la reflexión profunda no sólo han languidecido en la política, también han ido desapareciendo de la sociedad
La simpleza del discurso, la superficialidad del razonamiento político, tienen su origen en una perversa selección de la clase dirigente, en unos mecanismos que catapultan al poder a sujetos sin las cualidades necesarias. Pero hay algo más preocupante: el pensamiento, la reflexión profunda no sólo han languidecido en la política, también han ido desapareciendo de la sociedad, pasando de moda, menguando a pasos agigantados en las preferencias del público. Han sido sustituidos por lo más inmediato, sencillo o trivial, remplazados por cualquier práctica que ahorre energía mental, que proporcione más gozo, diversión. El hedonismo ha ido desplazando al esfuerzo mental, promoviendo una sociedad más infantil, menos reflexiva, más impulsiva y manipulable. Este pensamiento débil e insustancial se refleja en la prensa, cada vez más proclive al trazo grueso, al titular llamativo, a la historia del corazón, a focalizar
la atención en la espuma de la noticia, a primar cotilleo sobre debate y razonamiento.
Algunos atribuyen la responsabilidad a la escuela, o la universidad, por no proporcionar conocimientos profundos ni inculcar el pensamiento crítico. Por no formar a los alumnos en ese método de abordar los problemas consistente en analizar la realidad, buscar las causas, evaluar alternativas, prever las consecuencias, permanecer abierto a la crítica, dispuesto a cambiar de opinión a la luz de los datos. Tienen razón, pero el problema es mucho más grave: nuestra organización socioeconómica desincentiva el pensamiento crítico y razonado. Y desanima la excelencia académica y profesional. Ni el mérito ni el esfuerzo resultan en España especialmente prácticos, ni rentables, para medrar o ascender en la escala social.  
La superficialidad, la renuncia al pensamiento complejo para abrazar la simpleza, la comodidad, la inconsciencia, constituye una puerta abierta a cierto tipo de tiranía, aparentemente benefactora
Un mundo de amiguismo, enchufe y trapisonda
Como régimen de acceso restringido, repleto de trabas a la competencia, nuestro sistema no prima el talento o la eficiencia sino la pertenencia al grupo, los contactos, las relaciones personales. No es fundamental lo que conozcas sino a quien conozcas. Poca utilidad tiene la buena formación, la excelencia, el cultivo del pensamiento en un mundo de intercambio de favores, amiguismo, enchufe y trapisonda. Más rentable es conectarse a la red oportuna, introducirse en la camarilla adecuada. Se explica así el volumen de peloteo, de insoportable adulación al poderoso que se escucha por doquier. Y las
descalificaciones gratuitas, excesivas, carentes de toda lógica, tan solo por pertenecer a la facción rival. Unas actitudes en las antípodas de la objetividad.
La superficialidad, la renuncia al pensamiento complejo para abrazar la simpleza, la comodidad, la inconsciencia, constituye una puerta abierta a cierto tipo de tiranía, aparentemente benefactora, pero siempre opresora de la libertad. Fue Alexis de Tocqueville quien anticipó hace casi dos siglos las consecuencias de este abandono: "Trato de imaginar nuevos rasgos con los que el despotismo puede aparecer en el mundo. Veo una multitud de hombres dando vueltas constantemente en busca de placeres mezquinos y banales con que saciar su alma. Cada uno de ellos, encerrado en sí mismo, es inconsciente del destino del resto. Sobre esta humanidad se cierne un inmenso poder, absoluto, responsable de asegurar el disfrute. Esta autoridad se parece en muchos rasgos a la paterna pero, en lugar de preparar para la madurez, trata de mantener al ciudadano en una infancia perpetua". Esta distopía, imaginada en el siglo XIX, se encuentra hoy cercana a la realidad.

                                                                    JUAN M. BLANCO   Vía VOZ POPULI



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