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domingo, 4 de octubre de 2015

UNA PENDIENTE RESBALADIZA HACIA EL ABSOLUTISMO



El estado de excepción o de emergencia es el estado natural de la política. Carl Schmitt

Puede que jamás te lo hayas planteado, porque tampoco había por qué hacerlo - excepto si fueses un político: entonces, tu deber sería leer este ensayo, por lo menos, si no la obra completa: nunca un librito anónimo de unas 100 cuartillas tuvo el alcance de cambiar el mundo como el Segundo Tratado de Locke, (del que ya hemos hablado). Sin decantarse por ninguno en concreto, lo que Locke sí tenía claro es que fuese el tipo de gobierno que fuese, éste debía estar embridado mediante un sistema que bautizó como gobierno constitucional o gobierno limitado: había que poner límites al poder para que el poder no resbalase peligrosamente hacia el absolutismo, algo hacia lo que el poder tiene una tendencia natural. El poder... ¡Ay el poder!... el poder es como una resbaladiza pendiente de hielo: si te subes en ella, seguro que tiendes a acelerar pendiente abajo en inevitable caída, mal que te pese, y tus mejores propósitos de mantenerte en el equilibrio de la virtud y la honradez acaban por el suelo. Si encima, no estás solo al borde del precipicio, sino que tienes gente alrededor que te da un empujoncito ya parecerás un esquiador, ejem... sin mirar ni señalar a nadie; de verdad, es que lo del esquiador me ha salido así. Mal asunto esos nuevos partidos (los viejos ya no van a cambiar) si no se dan cuenta de que con solo buenas intenciones, si alcanzan el poder sin leer a Locke, mal lo vamos a seguir teniendo la sociedad civil: por eso de la pendiente resbaladiza.
Así que, al igual que Montesquieu, tenemos a un Locke preocupado no solo por separar los poderes sino por enfrentarlos y limitarlos, ya que vimos que solo el poder puede oponerse al poder. Pero es que nuestro amigo da un nuevo paso en la evolución de la democracia representativa y parte de un poder al que ha de subordinarse el otro: el ejecutivo (gobierno) debe tener un jefe y este jefe es el legislativo nada menos.
¿Y de quién depende el legislativo? De la sociedad civil, que escoge a sus representantes... Locke defiende ese inmenso poder de la sociedad civil, aunque fuese después luego Lincoln quien lo explicitara en su famoso discurso de Gettirgurg del “gobierno del pueblo y para el pueblo”.

Así que el circuito es simple: los representantes están presentes por ti y recogen lo que la mayoría decide. Eso luego se traduce en leyes y el gobierno es el encargado de hacer cumplir esas leyes con todo el poder y el aparato del Estado. Solo hay una democracia representativa y es esta: si os dicen que existen varios tipos de democracia o son ignorantes o trileros: os están mintiendo. Y ya me curo en salud, no me vengan con las teorías liberales de John Rawl.

Pero Locke se da cuenta de que la cosa no es tan sencilla, como hemos argumentado hasta ahora, porque por mucho que seamos capaces de prever las cosas los legisladores no tienen una bola de cristal como Harry Potter, y nos podemos encontrar en muchas situaciones no previstas por esas leyes. La cuestión es que, a veces, hay que resolver un problema muy gordo para la nación y alguien tiene que hacer el trabajo sucio: por ejemplo decidir sobre una guerra o eliminar de un plumazo los desmanes de una casta parasitaria, que para eso los ciudadanos han votado (que no elegido) a un presidente (algo es algo); porque para poder elegir tiene que haber democracia, claro.


Ahí es cuando aparece el verdadero hombre de Estado, como lo fueron un Churchill o un de Gaulle. En estados de excepción, desastres naturales o digamos un país arruinado digamos porque un presidente puede haber  regalado alegremente todo el dinero público “que no era de nadie” (ya lo creo que fue de alguien); y todos los presidentes durante 35 años que permitieron barra libre para que algunos políticos y “sindicalistos” empozoñasen como vívoras unas cajas de ahorro fagocitando unos Consejos de Administración corrompidos hasta la médula, y que hasta que llegaron ellos habían ido funcionando ejemplarmente, más bien que mal, o una sanidad que hasta que llegaron los políticos también fue la envidia del mundo, como me lo expresó un amigo americano que se quedó flipando con nuestro sistema cuando su hijo sufrió un accidente en una visita a España y le diagnosticaron un cáncer. Al pasar unas pruebas rutinarias que, según me dijo, su seguro no hubiese cubierto. Evidentemente, al cogerse la enfermedad a tiempo afortunadamente se salvó. Tuvo la suerte de accidentarse en España antes de que los políticos arrasaran...
Echo de menos al hombre de Estado a quien se votó en esta dictadura de partidos y que pudo declarar el estado de excepción por el desastroso gobierno anterior, y también por todos los anteriores; que jamás le dieron el poder al pueblo ya que de haberlo hecho nada de esto habría pasado. Echo de menos al hombre de Estado a quien se votó (repito, no se eligió) con una mayoría absoluta para que tomase decisiones de estado; y pudo tomar decisiones de Estado por la situación que ese mismo presidente “confesó mucho peor de lo que se imaginaba” en su discurso inaugural. Echo de menos a ese hombre de estado que debió y pudo derrumbar las corruptas autonomías mediante un plebiscito junto a todo su ruinosos gasto con las cosas bien explicadas. Esas descomunales, inútiles y superfluas 17 autonomías; por decir algo, o dar una solución que no fuese machacar con vergonzosos recortes a los que no tienen voz, a la sociedad civil de siempre.

Evidentemente nuestros político no leyeron no digamos inteligentemente, sino simplemente no leyeron a Locke. De haberlo hecho no tendrían perdón de Dios por sus pecados contra la sociedad civil. Por dejarnos indefensos ante un poder que parece haberse mantenido por y para la corrupción: el de los sindicatos, las fundaciones, los 17 gobiernos que mantenemos más el central, la duplicidad de burocracia que nadie cumple porque el uno por el otro y la casa sin barrer... y que ya han demostrado no acercar la administración al ciudadanos, sino acercar nuestro dinero a los corruptos. Nos lo vendieron cuando inocentemente esta España narcotizada recién salida del franquismo tuvo que votar (que tampoco elegir) esta partidocracia. En realidad, hemos votado pero jamás de los jamases hemos elegido. Así que amigos del extranjero que me leéis, cuidado con lo que firmáis porque mira nosotros. A ver cómo salimos de ésta.

                                                   VICENTE JIMÉNEZ   En su blog LO QUE NOS UNE

                                       


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