“Si los hombres fueran ángeles, no haría falta gobierno. Si los gobernantes fueran ángeles, ningún control, externo o interno, sobre los gobiernos sería necesario. La gran dificultad para diseñar un gobierno de hombres sobre hombres estriba en que primero debe otorgarse a los dirigentes un poder sobre los ciudadanos y, en segundo lugar, obligar a este poder a controlarse a sí mismo. No cabe duda que depender del voto de la gente constituye un control primario sobre el gobierno; pero la experiencia enseña a la humanidad que son necesarias precauciones adicionales.”
La cita pertenece al que fue el cuarto presidente de los Estados Unidos,James Madison (171-1836); abogado y político que, por su decisiva contribución en la redacción de la Constitución de la por entonces joven nación norteamericana, fue el más destacado de los "Padres Fundadores de los Estados Unidos".
Aunque la democracia proporcione el derecho al voto, sin separación de poderes y sin instituciones independientes y neutrales, termina desvirtuándose
Han transcurrido más de 200 años desde que Madison expresara de forma tan clara y pertinente las condiciones imprescindibles para que la democracia, como sistema de gobierno, no derive en un sistema de acceso restringido controlado por un puñado de políticos y grupos de interés: la implementación de controles y contrapesos. Y es que, aunque la democracia proporcione el derecho al voto, sin separación de poderes y sin instituciones independientes y neutrales que se vigilen mutuamente, termina desvirtuándose y condenando a las sociedades a padecer graves crisis.
Fue Albert Einstein quien puso en evidencia que el tiempo y el espacio son relativos. Y quizá sea por culpa de su inquietante descubrimiento que los 200 años que han pasado desde que Madison pusiera sobre aviso a sus conciudadanos parecen no haber transcurrido en España. A punto de finalizar 2015 y con las elecciones generales más trascendentes de las últimas décadas a la vuelta de la esquina, nuestros políticos más parecen Reyes Magos que gobernantes responsables dispuestos a acometer reformas. De hecho, huyen de esas “precauciones adicionales”, que Madison sabiamente señalaba, como un gato huye despavorido del agua. A cambio, intentan asegurarse el mayor número de votos prometiendo privilegios colectivos de todo tipo y pelaje, mientras que con sus cabriolas televisivas generan la engañosa sensación de que la normalidad ha vuelto para quedarse, como si todas las cosas tremendas que han sucedido estos últimos siete años hubieran sido fruto de las circunstancias o nunca hubieran pasado. Diríase que en su opinión, para que el régimen del 78 vuelva por sus fueros y dure eternamente sólo hace falta gobernantes prudentes, bondadosos… y generosos con el presupuesto.
Experimentar: el nuevo tabú del régimen
La civilización occidental se ha basado siempre en el método de prueba y error; es decir, en experimentar para evolucionar hacia fórmulas institucionales más eficientes. Por el contrario, son precisamente las sociedades más atrasadas y pobres las que se caracterizan por poseer sistemas institucionales extremadamente rígidos e impermeables a los cambios. Así pues, es lógico deducir que la prudencia entendida como resistencia al cambio, como freno a la transformación, es la mayor de las insensateces imaginables. El libre acceso a la política y a la economía, con millones de agentes interactuando e infinidad de procesos de prueba y error, es lo que ha permitido prosperar a las sociedades occidentales. Y aunque a muchos les resulte irritante, lo cierto es que en España cada vez resulta más difícil que este proceso de prueba y error se produzca. El hecho de que tengamos derecho a votar cada cuatro años no significa ni mucho menos que disfrutemos de ese sistema abierto, donde la sociedad encuentra su camino interactuando una y mil veces. El voto es en todo caso la liturgia, la guinda del pastel de un sistema bastante más exigente y delicado que llamamos democracia.
Los españoles necesitan hacer más, probar más, experimentar más. En definitiva, deben aprender a ser adultos
George Bernard Shaw dijo que la democracia es el sistema que garantiza que no seamos gobernados mejor de lo que merecemos; Benjamin Franklin, que la democracia son dos lobos y una oveja votando sobre lo que se va a comer; y Winston Churchill, que el mejor argumento en contra de la democracia es mantener una conversación de pocos minutos con el votante medio. Este tipo de afirmaciones, bastante ingeniosas, tienden sin embargo a minusvalorar la democracia en tanto que sólo ponen el foco en el sufragio universal y en el “disparate” de que el voto del ciudadano ilustrado tenga que valer lo mismo que el del ignorante. Pero lo que no contemplan y, por el contrario, James Madison sí supo ver hace ya más de dos siglos, es que la democracia, más que un sistema de gobierno, es un sistema de contrapoderes. De hecho, cuanto más se parece la democracia a un sistema donde los políticos electos tienen carta blanca durante una legislatura, y menos a un sistema de control del poder, menos democracia es esa democracia. Este es el debate que debería copar los titulares durante la presente campaña. Y no el de las promesas de mejores servicios públicos, más prestaciones sociales, rebajas de impuestos o cualquier otra prebenda derramada sobre diferentes colectivos. Los españoles necesitan hacer más, probar más, experimentar más. En definitiva, deben aprender a ser adultos. Y el sistema político, en todo caso, debe reformarse para facilitarles esa experiencia. No prevenirles sobre los experimentos y azuzar su miedo.
JAVIER BENEGAS Vía VOZ POPULI
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