Con frecuencia se tilda a la política de juego mentiroso y, en efecto, no es un campo en el que los embustes sean excepcionales. La mentira política se suele justificar para seducir la voluntad de los votantes, y porque los políticos se limitan a decir lo que los ciudadanos quieren oír. En nuestro caso, existe una circunstancia adicional: muchos tienden a considerar al mentiroso como un tipo hábil, admirable, y, si es de los nuestros, esa su capacidad se convierte en seducción, en algo positivo.
Los espectadores que se prestaron a seguir el debate de Rajoy y de Sánchez ya sabían de antemano que la claridad que de él pudiese emanar sería escasa, pero los viciosos de este tipo de debates obtuvieron un premio que no estaba en el programa, una bronca de barrio bajo que no tenía ninguna pinta de ser simulada, un poco de verdad desasosegante y más significativa que cualquiera de los pomposos relatos que se nos venden como programas electorales. Los españoles se habían dispuesto a escuchar las mentiras del día, y se vieron sorprendidos por una revelación.
Lo que hemos descubierto es que ambos se sienten al borde del fracaso, y están dispuestos a lo que sea para evitarlo
No se trata de descubrir que Rajoy seaindecente y poco de fiar porque, cobrase o no de cualquiera de las cajas B, se dedicó a promover, proteger, encubrir y consolar a un trincón de primera como Luis Bárcenas: eso es cosa bien sabida, póngase el gallego como se ponga. Tampoco supone ningún descubrimiento caer en la cuenta de que Sánchez, en la mejor tradición de cierta izquierda, atribuya al PSOE toda clase de méritos, aciertos y avances portentosos, enteramente ajenos a cualquier prejuicio, sectarismo o debilidad. Lo que hemos descubierto es que ambos se sienten al borde del fracaso, y están dispuestos a lo que sea para evitarlo, que no les importa enseñar su verdadera cara ineducada, descortés y demagógica, con tal de aniquilar a su adversario.
¿Puede haber sido este espectáculo barriobajero y sin el menor interés un preludio del tan mentado fin del bipartidismo? Lo sería si los españoles fuéramos capaces de exigir algo más que un enfrentamiento maniqueo a quienes dicen estar en política por nuestro bien, y puede que esa demanda alcance un nivel más alto gracias al espectáculo escasamente edificante que nos dieron ambos líderes, pero tendríamos que aprovechar este paréntesis de lucidez que nos ha regalado la inusual bronca en directo para ver que detrás de las mentiras habituales no hay otra cosa que voluntad de poder, ambición y deseo de compartir únicamente con los suyos las ventajas de que gozan en el lugar que ocupan y las expectativas que mantienen.
A ambos les importa un pito el secesionismo catalán, el paro, los desastres en Justicia o en Educación, cualquier problema que realmente nos afecte
¿Sabremos ver lo escandaloso del caso no en la bronca sino en lo que supone? A ambos les importa un pito el secesionismo catalán, el paro, los desastres en Justicia o en Educación, cualquier problema que realmente nos afecte, como, por poner un ejemplo muy reciente, el vergonzoso estado de seguridad de nuestras embajadas, gracias al cual acaban de morir dos españoles en Kabul mientras Rajoy se dedicaba a disimular el ataque como si se tratase de una azarosa y desafortunada coincidencia. Como Sánchez tampoco quiere líos de ese tipo, se refugió en el pacto antiterrorista para pasar por alto ese episodio de cobarde irresponsabilidad del presidente, capaz de refugiarse en el hado con tal de disimular sus miedos y el vergonzoso desconocimiento que le afecta sobre cuanto ocurre fuera de las bardas de su corral monclovita.
Por detrás de la escandalosa divergencia entre los datos suministrados por ambas partes, en su mayoría falsos y tendenciosos, en esa noche de vergüenza resplandeció la verdadera naturaleza del negocio que, hasta ahora, han compartido bastante a nuestras espaldas: un enfrentamiento artificioso y estéril que peralte su carácter, un maniqueísmo de opereta que ni ellos se creen, porque, en el fondo, han compartido las mieles del poder y una franja de coincidencia mucho más amplia de lo que admiten en el desarrollo de las políticas que cuentan.
El que todo eso pueda venirse abajo ha permitido que se desvele la ambición desorejada que se disfraza de grandes palabras que sólo muy a medias sirven para ocultar las prácticas de clientelismo y de usurpación de parcelas de poder que ahora pueden empezar a perder de manera definitiva, y ese es el horizonte que les hizo perder las maneras. El paro, la corrupción, las alzas de impuestos, les importan realmente un pimiento: sólo se preocupan de ello en la medida en que puedan obtener argumentos y cifras para embaucar a los más crédulos, pero su pérdida de control de la situación en la realidad trajo consigo un corrimiento del maquillaje en el escenario.
El colmo de la hipocresía está en los titulares de los medios adictos que trataron de proclamar que los rivales salieron satisfechos, pero nadie puede estarlo cuando en lugar de un truco brillante se desvela la tramoya oculta tras la magia, y se descubre que los que pretenden cuidar del rebaño estarían dispuestos a devorarlo si en ello les fuese el provecho que obtienen. Los mamporreros de Rajoy pretendieron que había ganado un debate no compareciendo, y serán capaces de alabar su aplomo y serenidad en el que estuvo presente, pero no podrán disimular que, por debajo de las pompas del caso se vio el gesto de los adictos en estado de ansiedad, de privación. Tal vez no haya llegado todavía el momento, pero la mera posibilidad de perder su poder les aterra.
J. L. GONZÁLEZ QUIRÓS Vía VOZ POPULI
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