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miércoles, 16 de diciembre de 2015

EL BOCHORNOSO DEBATE TELEVISIVO

A lo largo de la historia, los gobernantes siempre intentaron cuidar la imagen que proyectaban hacia sus súbditos. Ya lo advertía Maquiavelo al Príncipe, hace cinco siglos: "En general, los hombres te juzgarán más por la apariencia que por la realidad; porque todos te ven pero muy pocos te tratan. Y estos últimos no se atreverán a contradecir la opinión de la mayoría". Así, las carencias de los poderosos, sus humanas debilidades, las bajas pasiones, se disimulaban tras un aspecto solemne, distante, adusto, una vía para crearse un sólido carisma entre el pueblo llano. Aún así, gracias a determinados cotillas y maledicentes, los defectos solían saltar al conocimiento público. Y algunos nobles, reyes, príncipes fueron bautizados con crueles sobrenombres o acabaron retratados en coplillas poco caritativas que circulaban por fondas y tugurios.
Pero la apoteosis de la mera apariencia, de la imagen sin sustancia, de las consigna y eslóganes huecos, surge con el advenimiento de la televisión. Y con la tremenda complejidad de la gestión pública actual, que impide a cualquier ciudadano estar correctamente informado de todos los aspectos de la política. Ello se exacerba en el período electoral: ni siquiera los más concienzudos pueden examinar en profundidad los programas de todos los partidos.  
Por ello, en televisión importa mucho menos el razonamiento profundo que la actitud, el ademán, la pose, la prestancia 
Por ello, algunos estudiosos consideran que,ante la imposibilidad de obtener y procesar toda la información relevante, los votantes recurren a reglas heurísticas, procedimientos prácticos, de carácter intuitivo, puros atajos, para tomar su decisión. Y una de estas reglas es la apariencia del candidato, la imagen que proyecta, cómo habla, cómo reacciona, cómo se comporta. Las imágenes visuales desatan emociones y ejercen gran influencia en la evaluación de los candidatos. Por ello, en televisión importa mucho menos el razonamiento profundo que la actitud, el ademán, la pose, la prestancia. Y sobre todo prima la imagen, tal como inauguró el famoso debate de 1960 entre John F. Kennedy y Richard Nixon. Quienes siguieron el debate por la radio dieron por ganador a Nixon mientras los televidentes se decantaron abrumadoramente por el apuesto Kennedy.
Del diálogo de besugos a la riña tabernaria
Muchos estudios apuntan a que muchos votantes utilizan las reglas heurísticas.Gabriel Lenz y Chappell Lawson, mostraron en un estudio que los sujetos políticamente poco informados, es decir, quienes ven muchas horas televisión, votan basándose en la mera apariencia de los candidatos. En un experimento todavía más extremo, publicado en 2009, John Antonakis y Olaf Dalgas, de la Universidad de Lausana, proponían un juego a niños suizos de entre 5 y 13 años. De cada par de fotografías de caras desconocidas debían señalar a quién elegirían como capitán de su barco para una misión arriesgada. Pues bien, las preferencias de los pequeños, basadas en la mera apariencia del rostro, coincidían con los resultados de la segunda vuelta de las elecciones parlamentarias francesas, a cuyos candidatos correspondían las fotos.
El ridículo más espantoso sobreviene cuando los candidatos desprecian el razonamiento, el debate de ideas, pero también arruinan su imagen
Atendiendo a estas tendencias, los políticos intentan dar buena imagen en la pequeña pantalla. Suelen descuidar el fondo, los conceptos profundos pero, al menos, cuidan la pose, la apariencia. Tratan de ser amables, simpáticos, ofrecer su mejor cara. El ridículo más espantoso sobreviene cuando los candidatos desprecian el razonamiento, el debate de ideas, pero también arruinan su imagen. Cuando ofrecen una impresión deplorable tanto en el fondo como en la forma. Tal ocurrió el lunes pasado en el cara a cara entre Mariano Rajoy y Pedro Sánchez, un lamentable debate televisivo que alternó entre las consignas para zoquetes, el diálogo de besugos y la riña tabernaria
Ni refranes ni eructos
Para saber lo que no debe hacer nunca un gobernante, o alguien que aspire a serlo, no es necesario acudir a expertos politólogos, estrategas electorales o asesores de imagen. Ya lo sabían los clásicos. Lo advirtió el propio Miguel de Cervantes cuando Don Quijote daba consejos a su escudero, que iba a ser investido Gobernador de la Ínsula Barataria. Cuando gobiernes, Sancho, "habla con reposo, pero no de manera que parezca que te escuchas a ti mismo, que toda afectación es mala". "No has de mezclar en tus pláticas la muchedumbre de refranes que... más parecen disparates que sentencias". "Ensartar refranes a troche moche hace la plática desmayada y baja".  Y "ten cuenta de no mascar a dos carrillos, ni de eructar delante de nadie".
Con un moderador recién sacado del museo de cera y dos contrincantes muy alejados de la elocuencia, de la simpatía o el refinamiento, la pequeña pantalla mostró el nivel político al que nos ha conducido el régimen del 78
En el debate entre Rajoy y Sánchez, el discurso afectado, el escucharse a sí mismo, se reflejó en la inclinación a no debatir, a recitar lo que cada uno llevaba aprendido... con independencia de lo que decía el oponente y de las sugerencias de una acartonada momia a la que todos llamaban moderador. Los toscos refranes que criticaba don Quijote eran las estúpidas consignas partidarias que se repetían y repetían hasta perder su sentido, esas palabras absurdas que no significan nada, las innumerables promesas de gasto que esconden siempre una retorcida intención clientelar. Y la costumbre de eructar es comparable a los modales barriobajeros y ademanes patibularios que, provocados por Pedro Sánchez y respondidos por Mariano Rajoy, sembraron el debate de insultos, exabruptos, imprecaciones y acusaciones, hasta convertirlo en una disputa tabernaria. 
En lugar de debate de ideas, o cara a cara entre dos dirigentes amables y educados, presenciamos un indecoroso show con tono de Sálvame, de tertulia televisiva para descerebrados, que abundó en calificativos como indecente, mentiroso, miserable, mezquino o ruin (¿qué retorcido fallo freudiano pudo conducir a Rajoy a injuriar a su contrincante llamándole Ruíz?). Con un moderador recién sacado del museo de cera y dos contrincantes muy alejados de la elocuencia, del pensamiento profundo, de la simpatía o el refinamiento, la pequeña pantalla mostró el nivel político al que nos ha conducido el régimen del 78. Ni fondo ni imagen. La política española es tan vergonzante, su nivel tan pedestre, que siempre gana un debate... quién no se presenta. Tal vez Pedro Sánchez y Mariano Rajoy debieron atenerse a la conocida máxima: más vale callar y parece un memo que abrir la boca y confirmarlo.

                                                                    JUAN M. BLANCO   Vía VOZ POPULI

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