“No se trata de contener al Estado
Islámico sino de destruirlo” fueron las contundentes palabras
pronunciadas por Hollande tras los asesinatos perpetrados por el Daesh
en París.
Y dicho y hecho; una operación quirúrgica antiterrorista acabó en el distrito de Saint-Denís con los autores de la matanza.
A
ningún español le cabe la menor duda sobre la efectividad y eficiencia
de nuestras fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado no solo para
neutralizar a los terroristas sino para prevenir ataques parecidos. Nos
consta a todos que esa labor heroica constante y callada habrá evitado
muchos muertos y lágrimas. Por ello e ir muchas veces más allá de lo que
demanda el deber les debemos nuestro agradecimiento, ya que de bien
nacidos es ser agradecidos.
Otro cantar es que un presidente de
nuestra nación tenga o no la inmensa capacidad de decisión que ha
mostrado Hollande y que estas decisiones sean respaldadas por todos los
estamentos sociales y políticos, junto a la ciudadanía con el mismo
fervor y patriotismo que han demostrado los franceses y tanto hemos
envidiado quienes también nos sentimos patriotas españoles. Y aquí se
plantea una luctuosa cuestión; ¿es que nuestros presidentes son unos
cobardes e ineptos incapaces de tomar decisiones, ¿es que el repugnante nivel
de cainismo de los españoles puede llegar hasta tal grado como para
aliarse con los enemigos?
El bochornoso espectáculo dado por
organizadores y pancarteros profesionales del “No a la Guerra” durante
una jornada de reflexión (no sé qué es lo que hay que reflexionar si no
podemos elegir a nuestros candidatos) dado por una izquierda sedienta de
poder tras los atentados del 11M de 2004, junto a la rocambolesca
investigación y supresión de pruebas no son más que síntomas de un
sistema totalmente alejado de cualquier concepto de democracia y
corrupto hasta la médula. Es la marca de todo sistema oligárquico de
poderes y tanto Locke como Montesquieu, ya en el S. XVII, junto o otros
grandes filósofos del comportamiento humano con y ante el poder, nos
advirtieron sobre nuestra naturaleza humana y la naturaleza del poder.
Si uno tuvo la genialidad de dividir algo tan abstracto como el poder
político el otro dio con la solución para embridarlos enfrentándolos
entre sí consiguiendo un equilibrio newtoniano. La Revolución Americana
llevó a la práctica esas teoría y las teorías siendo puestas en el banco
de pruebas de la historia probaron ser ciertas. Solo los políticos
ignorantes y los corruptos pueden ignorar tales verdades universales.
Al ser el sistema partidocrático
controlado por las familias intocables oligárquicas politico-financieras
tenemos buenos ejemplos de sus demoledoras consecuencias para la
sociedad civil. Destacan hasta ahora familias de delincuentes que han
dirigido comunidades autónomas inventándose naciones convertidas en
verdaderas cuevas de ladrones donde refugiarse al abrigo de falsas
banderas y con inmensas y obscenas fortunas robadas al pueblo y evadidas
del fisco hacia paraísos fiscales. La partidocracia deja al ciudadano
indefenso y sin control alguno ante el poder que que las antiguas
familias y los advenedizos recibieron directamente del reparto del
pastel del franquismo
En las oligarquías, el poder está repartido
y ningún gobierno puede tomar decisiones para salvar al pueblo sin el
permiso de las otras familias. Ese hecho recibe el nombre eufemístico de
consensos; y es por ese motivo, y no solo por cobardía, por el que
antes tienen que ir a mear todos juntos.
La conclusión es que el
sistema partidocrático no solo afecta a nuestros bolsillos, nuestra
falta de libertades colectivas, el control del poder desbocado y la
ausencia de democracia real sino que esconde algo mucho más siniestro:
puede afectar a nuestra seguridad. Con ello, el monstruo oligárquico
enseña una nueva cabeza. Y para empeorar las cosas no se trata de un mal
endémico en España, sino que quitando tres honrosas excepciones (Francia, Inglaterra,
Suiza), afecta a toda la Comunidad Europea. Es por la democracia real
que disfruta Francia que Hollande ha podido reaccionar para salvar al
pueblo; y todo el pueblo, que lo ha elegido por mayoría, le apoya. De
ahí su inmenso poder para resolver situaciones inmensas. El juego de
mayorías no solo evita corrupciones sino que también también evita
separatismos y el pueblo se halla mucho más unido como para que el
patriotismo pueda emerger sin temor. En cambio todos los políticas nos
venden la bicicleta del dialogo, pacto y consensos. Son las verdaderas
armas de los Estados de Partidos incrustados en el Estado.
Mientras, como español, solo me siento con las libertades personales,
que no colectivas, gracias a nuestros excelente cuerpos y fuerzas de
seguridad del Estado; mientras éstos consigan que los políticos no metan
demasiado su zarpa y lo infecten todo como ya hicieron con los
sindicatos, las Cajas de Ahorro, la financiación de los partidos y
tantas otras cosas. No existe un solo partido que defienda nuestras
libertades colectivas, es decir, políticas; todos conforman la
deslealtad hacia la sociedad civil de las listas de partidos y repartos
proporcionales. Ninguno tiene la decencia de, por lo menos, defender o
proponer la representación, que sería el primer paso hacia la
democracia. Y la representación se resume en el diputado de distrito
uninominal con carácter imperativo y revocable.
En el juego de mayorías y minorías; no
en el de los consensos entre familias oligárquicas, está la salvación de
nuestra nación y de nuestra libertad.
VICENTE JIMÉNEZ En su blog LO QUE NOS UNE
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