Translate

martes, 8 de marzo de 2016

ALBERT RIVERA PUDO PERO NO QUISO

En 2012, Juan Manuel Blanco, profesor de Economía en la Universidad de Valencia y poseedor de un Master por la London School of Economics, tal y como reza en su reseña, y un servidor empezamos a escribir conjuntamente “Catarsis. Se vislumbra en final del Régimen”, libro publicado en 2013 y cuya guinda fue el espléndido prólogo de Jesús Cacho. Como bien sintetizó John Müller, Catarsis describía el desquizamiento institucional de España. Sin embargo, no era un texto catastrofista, y tampoco fatalista: sencillamente promovía un debate reformista alejado del populismo que, presentíamos, se abriría paso conforme los efectos de la crisis progresaran. En realidad pretendíamos -sin demasiadas esperanzas, todo hay que decirlo- animar a la “inteligencia media”, académica y no académica, a mojarse. Objetivo que conseguimos a medias. Y hoy el reformismo es otro bonito cadáver.
A pesar de que la izquierda española habla machaconamente de “austericidio” y severos recortes, 'stricto sensu' no sucedió tal cosa 
Cuando Catarsis salió de la imprenta, España se encontraba al borde del rescate total y la prima de riesgo parecía no tener techo. Hoy, como todos sabemos, el rescate del Estado español quedó conjurado o, mejor dicho, limitado a un aseado salvamento bancario cuyos costes fueron bastante más asumibles. Gracias a Mario Draghi, no hubo que reducir las pensiones de jubilación drásticamente, como ha tenido que hacer Grecia, ni cercenar servicios básicos del llamado Estado de bienestar. Y a pesar de que la izquierda habla machaconamente de “austericidio” y severos recortes, 'stricto sensu' no sucedió tal cosa. Hubo ajustes, cierto. Pero muy por debajo de lo que cabría esperar; y la mayoría, coyunturales. De hecho, el gasto no se redujo y el déficit ha seguido aumentando.
Ha llovido mucho desde que Catarsis vio la luz, incluso ha jarreado. Sin embargo, pese al chaparrón, en la España política pocas cosas han cambiado. No así en la España real, donde el temporal ha contribuido a crear una conciencia de cambio que es ya irreversible. Y que será buena o mala en función de la disponibilidad intelectual y la valentía de quienes deberían leer la jugada. Desgraciadamente, las cuitas personales, los terrores nocturnos de las cúpulas de los partidos tradicionales y las ambiciones de un puñado de nombres propios, a las que han sumado las suyas los recién llegados, han seguido constriñendo las expectativas de 47 millones de españoles dentro de un estrechísimo terreno de juego, donde la táctica se enseñorea de la estrategia. Y donde el corto plazo manda. 
La fragmentación del Parlamento, lejos de suponer una “democractización” del debate político, ha constatado la renuncia unánime a la sociedad abierta
La fragmentación del Parlamento, lejos de suponer una “democractización” del debate político, tal y como algunos vaticinaron el día después del 20D, ha constatado la renuncia unánime a la sociedad abierta. "El mago hizo un gesto y desapareció el hambre, hizo otro gesto y desapareció la injusticia, hizo otro gesto y se acabo la guerra. El político hizo un gesto y desapareció el mago", la frase, de Wooody Allen, se traduce en nuestro caso con bastante menos salero en la exacerbación de las diferencias, la demagogia, la polarización y el personalismo de nuestros dizque representantes. Y es que, en España, políticos, medios de información y élites económicas giran sobre sí mismos atrapados dentro del remolino que ellos mismos generan con sus espasmódicos aleteos circulares. Ninguna novedad, ningún discurso consistente, todo impostura. Los mismos lugares comunes de los últimos 40 años. Progreso, cambio, fraternidad, amor… vacío. La Transición perpetua; es decir, la Transición mal entendida, pésimamente entendida como patente de un puñado de padres de la patria y no como fenómeno sociológico que bien valdría la pena repetir para, esta vez sí, no cometer errores de bulto, para hacerla como debió hacerse no ya al principio, sino cuando los españoles por fin dejaron de temerse a sí mismos.     
En este juego de trileros, donde quien más, quien menos quiere alcanzar el cielo del presupuesto, Ciudadanos pudo elegir ser un partido verdadero, más que la defenestrada UPyD en tanto que portaba un germen liberal que el partido de Rosa Díez nunca tuvo. Y es que, aunque muchos "consumidores" no acertaran a saber exactamente qué es lo que querían, sabían de lo que estaban hartos. Dar con la tecla era tan sencillo como conectar con los que han dejado de creer a pies juntillas en la capacidad del Estado, y de los burócratas que lo patrimonializan, para satisfacer demandas infinitas. Lo que debería haberse articulado en otra manera de entender el Estado mucho más acorde con los tiempos que vivimos, tal y como han hecho en buena medida otros países supuestamente más socialistas que el nuestro. Hacía y hace falta un partido liberal moderno, neo-institucionalista, capaz de dar la vuelta a España como si fuera un calcetín. Desde la razón, sí. Pero también desde la emoción. Ambas mezcladas en la proporción correcta. Pero la centralidad mal entendida mató el germen liberal y convirtió a Ciudadanos en un partido prusiano, estatista, sistémico, con un finísimo barniz de reformismo.
Cierto es que aún son mayoría quienes prefieren entregar su voto al candidato que prometa más prebendas colectivas, como el tal Sánchez o el tal Iglesias, incluso como el propio Rajoy, al que su fatal arrogancia es ya lo único que le separa de sus adversarios. Y precisamente por ello, Albert Rivera pudo ser un político en las antípodas de tanto impávido, rufián y sinvergüenza. Pero prefirió balancearse con un movimiento pendular indefinido a derecha e izquierda, añadiendo las reformas como una especia exótica traída de Centroeuropa con cuentagotas.
No está España para cálculos ni para reformas incrementales. El desquiciamiento es supino
Mostrarse ante los españoles como un político puente, capaz de llegar a acuerdos cuando todos los demás, tan rencorosos y egoístas, sólo aspiran a ver pasar el cadáver de su enemigo por delante de su escaño, es poco, demasiado poco. No está España para cálculos ni para reformas incrementales. El desquiciamiento institucional es supino. Y así no hay manera de emular lo hecho gradualmente por naciones mucho más atemperadas. Lo describimos Juan M. Blanco y un servidor antes de que el BCE nos salvara de una quiebra que nos habíamos ganado a pulso; los leones ganaron a los dioses haciendo trampas, como explicó formidablemente John Müller en su libro Leones contra dioses, que debería ser lectura obligada en la faculad de Ciencias Políticas y, también, en la de Periodismo. Quizá si el destino hubiera sido implacable, hoy tendríamos un Rivera verdadero, y no el que quiere pero no puede, no se atreve o no le dejan. Y es que todo lo que suene a liberal, aun con el sello de Dinamarca, puede costarte la vida en esta España de burócratas, cobarde, pendenciera y estúpidamente colectivista; es decir, estúpidamente interesada.

                                                              JAVIER BENEGAS  Vía VOZ POPULI


No hay comentarios:

Publicar un comentario