Tras el fiasco del intento de conseguir la investidura por parte de Pedro Sánchez, la madeja de un posible Gobierno sigue igual de enredada. Sin embargo, las escaramuzas libradas en estos días pasados en el Congreso han servido para que todos los beligerantes hayan calibrado a sus posibles adversarios o a sus eventuales aliados, sin olvidar que en las presentes circunstancias, la condición de amigo o enemigo es volátil. Sin duda Sánchez y Rivera han salido reforzados en la medida que han demostrado voluntad y capacidad para cerrar un acuerdo. El programa que han sometido a la Cámara es un recetario socialdemócrata suave acompañado de medidas interesantes en el ámbito de la mejora de la calidad de nuestro sistema institucional, de la racionalización de la estructura territorial y de la lucha contra la corrupción. El clamor indignado de Rajoy acusando al candidato socialista de querer demoler su obra peca de optimismo porque supone que hay una obra por demoler.
Nunca un gobernante dejó pasar una oportunidad tan extraordinaria de cambiar el rumbo de su país, abandonándose a la indolencia y al fatalismo en la medida que lo ha hecho el Presidente del PP
Precisamente Rajoy ha perdido casi cuatro millones de votantes y sesenta escaños por haber hecho muy poco, provocando la irritación de sus bases sociales. Con mayoría absoluta en las Cortes, trece Comunidades Autónomas, cuarenta capitales de provincia y un PSOE desmoralizado y exangüe podía haber emprendido un ambicioso plan de reformas estructurales de la economía para hacerla competitiva, frenado al separatismo catalán aplicándole con contundencia el ordenamiento vigente y ahogándolo financieramente, cambiado la ley electoral para que el Parlamento fuera auténticamente representativo, democratizado por ley el funcionamiento interno de los partidos, limpiado la Administración de organismos inútiles aligerado las plantillas públicas sobredimensionadas y saneado el sistema financiero sin los brutales costes que hemos soportado. No ha hecho nada de todo eso, limitándose a seguir las consignas de Bruselas para evitar el rescate, poner en marcha una tímida reforma del mercado laboral y hacer un amago testimonial de racionalización de la Administración sin mayores consecuencias. Mientras, su pasividad y su permisividad frente al secesionismo en Cataluña ha llevado a la Nación al borde de la fragmentación. Nunca un gobernante dejó pasar una oportunidad tan extraordinaria de cambiar el rumbo de su país, abandonándose a la indolencia y al fatalismo en la medida que lo ha hecho el Presidente del PP. Su obra, vaya hipérbole.
En los próximos dos meses vamos a asistir a un baile de aproximaciones, rechazos y piruetas que nos va a resultar tan entretenido como decepcionante. Cuando no se saca el tapón, el agua sucia no corre. Y el tapón es la prevalencia de los intereses de los partidos y de los personales de sus líderes sobre el interés general. El primer obstáculo es la tozudez de Rajoy en mantenerse al frente de la formación más votada. No sólo es un lastre para el PP, tal como se verá si hay nuevas elecciones y repite como cabeza de cartel, sino que impide a Ciudadanos y al PSOE explorar la posibilidad de un pacto a tres. El segundo es la obsesión de Sánchez por logar su supervivencia a toda costa tras haber obtenido el peor resultado para sus siglas de los últimos treinta y cinco años. Y el tercero es la insistencia de Podemos en el referendo de autodeterminación en Cataluña que, como dijo el célebre matador, no puede ser y además es imposible.
Si al final se disuelven las Cámaras y los españoles son llamados otra vez a las urnas, lo más probable es que el PP continúe su descenso, Podemos pague su extremismo intemperante, Ciudadanos recoja a costa del PP la cosecha que ha sembrado con su actitud constructiva y el buen hacer en la tribuna de Albert Rivera y el PSOE recupere algo de lo perdido en favor de los chavistas. A partir de aquí, Rajoy se verá obligado a dimitir y un PP debilitado y dirigido por un nuevo líder (o lideresa) aceptará la coalición tripartita. La madeja quedará así desenredada y nuestra sociedad podrá olvidarse de la política para ponerse a trabajar en cosas útiles.
Habremos perdido seis meses preciosos, considerables inversiones y una parte apreciable de nuestro prestigio internacional. ¡Qué buena España disfrutaríamos si tuviésemos unas elites políticas responsables, preparadas y serias! En otras
palabras, cuando el sistema educativo, el sustrato moral y la arquitectura institucional fallan, todo lo demás se hunde. La prueba la encontramos en la evolución de España desde la Transición acá. Por tanto, más que una segunda Transición, nos hace falta entender los mecanismos que proporcionan seguridad, orden, libertad y prosperidad a las naciones. El problema es que nuestra clase política o no lee o lee los libros equivocados. Plan urgente de educación de políticos, ya.
palabras, cuando el sistema educativo, el sustrato moral y la arquitectura institucional fallan, todo lo demás se hunde. La prueba la encontramos en la evolución de España desde la Transición acá. Por tanto, más que una segunda Transición, nos hace falta entender los mecanismos que proporcionan seguridad, orden, libertad y prosperidad a las naciones. El problema es que nuestra clase política o no lee o lee los libros equivocados. Plan urgente de educación de políticos, ya.
ALEJO VIDAL-QUADRAS Vía VOZ PÓPULI
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