Entre las muchas sorpresas que nos reserva la dinámica de los partidos políticos españoles destaca con méritos propios la machacona insistencia del PP en que Rajoy no es el problema, es más, en que es la mejor garantía de que el adverso destino electoral se podría reconducir y que, por tanto, el voto al PP bien pudiere crecer en una convocatoria próxima. El diagnóstico desafía todas las reglas de la lógica, como veremos, pero confirma el principal de los males de nuestro sistema de partidos, su conversión en una finca con propietario indiscutido, el líder, sea quien sea.
Tenemos más empleados públicos de los que había en 2011, o sea que de reforma administrativa, nada de nada
Un balance penoso
Repasemos los hechos: Rajoy ha despreciado olímpicamente el programe electoral de 2011, que seguramente no habría leído, y ha hecho lo que le ha parecido con la sola disculpa de un supuesto estado de necesidad, el sentido común y la seriedad que se atribuye. Los resultados económicos no han sido, ni de lejos, lo buenos que se pregonan, y, además, es muy discutible el reclamado mérito de Rajoy, que se habría quedado en nada sin las ayuda del BCE, y que ha hecho todo lo posible por machacar a la clase media que le dio el voto en 2011. La deuda pública ha seguido creciendo al ritmo desgraciadamente habitual, el déficit se ha moderado mucho menos de lo que se pregona, como acaba de recordar el Informe España 2016 de la Comisión, y a final de esta legislatura tenemos más empleados públicos de los que había en 2011, o sea que de reforma administrativa, nada de nada.
Desde el punto de vista político, el balance de Rajoy es difícil de empeorar, aunque está empeñado en conseguirlo. Ha destruido al PP, lo ha vampirizado y lo ha convertido en un agujero negro de la política; Rajoy es, técnicamente, un okupadel PP, puesto que hace ya bastante más de un año que debiera haber convocado el Congreso ordinario del partido y está vulnerando por completo la escasa legalidad aplicable a estos casos. Pero lo que colma todas las medidas de incompetencia es su estrategia, por llamarlo de algún modo, postelectoral, un camino que no conduce a ninguna parte y del que, por fortuna, se están empezando a apartar, de momento con más miedo que vergüenza, los dirigentes del PP que conservan un mínimo de buen sentido. A nada que algunos digan en voz media lo que pregonan en voz baja, el propio Rajoy llegará a darse cuenta de que está en un camino sin retorno ni salida, y que no tiene ningún derecho a arrastrar a su partido, a sus electores y a España entera, a situaciones que cualquier dirigente menos absorto y abrumado habría sabido evitar.
Un último disparate es el de pretender que un Gobierno en funciones no tenga que dar cuenta al Parlamento de lo que hace
El Gobierno autocrático
Un último disparate es el de pretender que un Gobierno en funciones no tenga que dar cuenta al Parlamento de lo que hace porque no ha sido designado por él. Se trata de un gesto que, independientemente de las sutilezas jurídicas,pone de manifiesto que los líderes políticos españoles piensan que ellos mandan en el Parlamento, que no le deben nada. Rajoy ya no tiene la mayoría absoluta que tenía y es claro que debería contar con el Congreso para tomar las medidas que se salen del campo de lo rutinario, como si se concede o no a Cataluña los créditos extraordinarios que reclama, o cuál ha de ser la posición española en cualquiera de las cumbres de la Unión previstas. Su desgana y la de los ministros que le secundan muestra muy bien una manera de entender los poderes del Gobierno que nada tiene que ver con lo que se supone que debe ser una democracia parlamentaria.
“Refugees welcome”
En el asunto de los refugiados, las fuerzas políticas y la propia opinión, se han permitido una buena dosis de autocomplacencia, que es un elixir embriagador pero de efecto corto, al proclamar con harto escándalo la oposición a medidas muy antipáticas, todo un banquete de buena conciencia. Lo malo es que hablamos de un problema que no nos afecta y pedimos a otros que hagan lo que nos parece inexcusable hacer, conforme reza la pancarta biempensante en el Palacio de Cibeles, pero habría que ver qué pasaría si llegase a afectarnos de manera seria y grave. Mientras tanto, a tirar de ejemplaridad sobre las espaldas de otros: es la actitud básica de la opinión española respecto a los poderes, que hagan, que den y den, ya que la deuda nunca la pagaremos nosotros.
Iglesias y Rajoy son imprescindibles, indiscutibles, y siempre tienen razón, a ver si nos vamos enterando y dejamos de enredar
El dictador cursi y meloso
Los electores de Podemos llevan unos días sometidos a shock, de repente descubren que su líder máximo condena que se formen grupos y prohíbe que se discuta cualquier ocurrencia de la superioridad, y le corta el cuello, de momento de manera simbólica, al que por sí y ante sí considera culpable de una pésima imagen de desunión que nada tiene que ver con la realidad, pues Pablo Iglesias siempre ha estado enteramente de acuerdo consigo mismo. Seguro de que sus seguidores están en una unión mística con el conducator, les dirige una misiva cursi y melosa en la que les dice lo muy guapo que es y les recuerda lo mucho que todos se quieren. Pura nueva política que algunos se empeñarán en confundir con viejos tics estalinistas, pero no llegará la sangre al río porque la opinión está acostumbrada a que los líderes hagan lo que se les pone, y si Rajoy pudo enviar a los infiernos a los liberales, a los conservadores y a los que le daban la murga, ¿cómo no va a poder Iglesias prescindir de cuatro revisionistas sin apenas imagen, feos y sin estilo? Iglesias y Rajoy son imprescindibles, indiscutibles, y siempre tienen razón, a ver si nos vamos enterando y dejamos de enredar, que eso beneficia a los malos.
J. L. GONZÁLEZ QUIRÓS Vía VOZ PÓPULI
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