Después de lo visto y oído en el Congreso de los Diputados, y en los días posteriores a la fallida investidura, no es difícil prever que la inestabilidad política seguirá creciendo en paralelo con la evolución negativa de la actividad general del país. A las carencias de proyectos nacionales serios para recuperar la confianza y emprender el camino hacia mejores puertos, se han unido los problemas e inquinas entre los dirigentes de los partidos, haciendo imposible un entendimiento duradero para gobernar, que nada tiene que ver con investir un jefe de Gobierno, que ni siquiera eso ha sido posible. Desde mi punto de vista, carece de sentido hacer el seguimiento de los flatus vocis que se producen cada día por parte de los interesados, porque, si llegado el mes de mayo, no llega un nuevo Milagro de Fátima, se empezará a pintar un cuadro en el que todo conspirará para que termine desarrollándose alguna suerte de primorriverismo civil para zanjar los problemas de gobernación de España. Nada nuevo bajo el sol, cuando no se gestiona adecuadamente cómo superar democráticamente la quiebra de un modelo político e institucional.
Hace casi un siglo, en 1917, se inició en España el experimento de los gobiernos de concentración con los prohombres de los partidos dinásticos
Los experimentos de los gobiernos de concentración
Hace casi un siglo, en 1917, se inició en España el experimento de los gobiernos de concentración con los prohombres de los partidos dinásticos, que acusaban el agotamiento del sistema de la Restauración: los García Prieto, Maura, Romanones, Dato, Allendesalazar etc, etc, fueron desfilando al frente de Ejecutivos débiles e incapaces que no supieron hacer frente a la crisis de sus propias organizaciones y a las demandas de cambios políticos y sociales que se extendían por la patria. En aquel tiempo no se aprovecharon los frutos derivados de la neutralidad en la Gran Guerra y, por los errores y corrupciones de sus dirigentes, España se vio metida en la tela de araña compuesta por la protesta y las apelaciones a la ruptura territorial. Las propuestas de cambios constitucionales provenientes de la Asamblea de Parlamentarios de Barcelona y del Partido Reformista de Melquíades Álvarez fueron desoídas por los poderes establecidos, con la parálisis consiguiente de la gobernación de España, lo que culminó con el pronunciamiento de septiembre de 1923, recibido en un contexto formado a partes iguales por la indiferencia y el apoyo de la opinión pública.
Nuestra nación tiene poco que ver con la de un siglo atrás, pero, de forma similar a aquella, camina por derroteros llenos de esclerosis política, de estancamiento económico y de desigualdad social. Son las referencias del agotamiento de un modelo político y económico que, a mi juicio, no ha sabido o no ha querido desarrollar al país, porque se prefirió el camino fácil del aprovechamiento especulativo de una bonanza basada en fundamentos poco sólidos, destacando entre ellos un endeudamiento inasumible. En la guerra sin cañones que se vive en Europa, España, que ha sufrido grandes zarpazos, no sabe o no puede digerir las consecuencias de los mismos: sus élites políticas no dirigen ni prevén nada, se limitan a obedecer a Bruselas o Frankfurt y a defender el statu quo, sin valorar el gran activo que supone contar con un país donde reinan el orden público y la paz social. Y ese pueblo español, cuando ha sido llamado a las urnas, ha expresado sus deseos libremente, aunque los obligados a materializarlos se obstinan en no darlos por recibidos. Así no hay manera de restablecer el consenso político y social en pro de un proyecto sugerente de cambio.
Guerra de trincheras en el horizonte
Las sesiones de investidura en el Congreso de los Diputados han sido el fiel retrato de lo expuesto: las desavenencias de los partidos dinásticos se han transformado en una suma de impotencias que impiden el gobierno del país, porque el entendimiento apresurado y liviano de dos minorías de la Cámara, PSOE-Ciudadanos, que pretende prosperar a base de la abstención del resto, es demostrativo, a mi juicio, de la escasa fe de los firmantes en sus propuestas y la asunción de que carecen de apoyos para desarrollar mínimamente las tareas de gobierno. En realidad, dicho compromiso ha tenido la apariencia de un fuego fatuo defensivo ante la presencia en el Parlamento de un movimiento arisco y amenazador, capitaneado por Podemos, cuyos dirigentes dicen representar las mareas sociales y los derechos de las naciones del solar español. ¡Nada menos! Qué quieren que les diga, me parece demasiado arroz para tan poco pollo si hubiera proyectos serios y solventes enfrente para contrarrestar ese discurso.
En el tablero político y parlamentario español se acaba de inaugurar una guerra de trincheras
Cuando la arrogancia del poder se extrema para esconder la incapacidad, desoyendo la expresión democrática de los ciudadanos, me temo que en el tablero político y parlamentario español se acaba de inaugurar una guerra de trincheras en las que unas nuevas elecciones, sin algunos cambios previos, serían una mera huída hacia adelante. A los liberales y demócratas, que creemos en las zonas templadas del gobierno y de la política, todo esto nos suscita una grave desazón, porque España caminará con el fardo de la impostura democrática, sumida en el estancamiento económico y el desequilibrio social, que son los caldos de cultivo para cualquier clase de pulsión autoritaria.
MANUEL MUELA Vía VOZ POPULI
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