Podemos acaba de nacer y ya está cosido a crisis internas, confluencias contra partido-guía, errejonistas contra pablistas, gaditanos contra madrileños y Monedero soltando veneno por las esquinas. Hay comportamientos en el interior de los partidos que son estructurales y no dependen del color político. La pareja fundacional siempre acaba rota, Felipe y Alfonso, Pedro y Susana, José María y Mariano, Rosa e Irene, y así sucesivamente. El líder termina traicionado tarde o temprano y los notables en grupo compacto le esperan a la salida del Senado con los puñales afilados. Es raro el conductor de pueblos que no sufre sus Idus de Marzo con o sin sangre sobre el mármol. Aunque la más célebre es la frase de Burke sobre el poder corruptor con la aclaración demoledora sobre el poder absoluto, yo prefiero la de Von Mises: “El Poder es el Mal, con independencia de quién lo ejerza”. La sentencia del británico rezuma empirismo, la del austríaco, metafísica. Las dos son penetrantes y certeras.
Debería existir una Escuela de Políticos para instruirles en los efectos deletéreos del Poder, en su capacidad inagotable de cegar a los hombres y transformarles en monstruos
Debería existir una Escuela de Políticos, pero no para enseñarles Historia de las Ideas, Gestión Presupuestaria, Derecho Público, Economía e Inglés (sobre todo a españoles e italianos), sino para instruirles en los efectos deletéreos del Poder, en su capacidad inagotable de cegar a los hombres y transformarles en monstruos. Todo diputado, concejal, ministro, consejero o jefe de gabinete alberga en su cuerpo a un potencial Bruto y a un posible saqueador del erario. Ningún ocupante de poltrona a cargo del Estado se conforma con lo que tiene ni agradece las prebendas que la mano dadivosa de su protector situado en un estrato superior le haya otorgado. Apenas ha recibido la ansiada cartera o el anhelado escaño, empieza a incubar una oscura mezcla de envidia y rencor por su benefactor y desea morder la extremidad anterior que le ha acariciado con su favor. Se cuenta que entre Adolfo Suárez y Joaquín Garrigues-Walker tuvo lugar una conversación en la que el Presidente le preguntó por su preferencia a la hora de ejercer un Ministerio y ante sus sucesivas ofertas su subordinado le contestaba invariablemente con una negativa. Al final, irritado, le inquirió: “Pero tú, ¿qué quieres?” Y Garrigues con la inteligente sonrisa que le caracterizaba señaló el sillón de su interlocutor.
Ya puede Pablo Iglesias prodigar abrazos lacrimosos o besos homofílicos a sus adláteres, que llegará el día en que esos mismos que ahora le jalean porque reparte el bacalao y los puestos en las listas le crucificarán sin apenas remordimiento. Si le pasó a Margaret Thatcher, que ganó la guerra de las Malvinas con un par de balanceos de su bolso, cómo no le va a pasar a él, que es pacifista de larga melena al viento.
Hay cuatro reglas de oro para dedicarse a la política que se adquieren a través del sufrimiento de la dura experiencia. La primera reza que si no tienes toda la información, estás perdido. Casi todo lo que te suceda obedecerá a causas que no sólo no conoces, sino que ni siquiera sospechas. Si no espabilas, cuando las descubras ya estarás frito. Por tanto, entérate con antelación a fondo de con quién estás hablando y de los motivos por lo que dice esto o aquello y por los que hace lo que hace. Si no es así, quedarás indefenso ante los golpes que te caigan. Por supuesto, cada caso requiere un tratamiento específico, pero suele ayudar una primera aproximación basada en dos sencillas premisas, cherchez la femme o cherchez l´argent. Los tiros suelen ir por ahí en sus diversas y ricas variantes.
La segunda regla de oro radica en que todo lo que digas, incluso a tu círculo de máxima y hermética confianza, se sabrá tarde o temprano. Por consiguiente, haz las confidencias que quieras sin perder de vista la perspectiva de que se harán públicas. Esta regla, aplicada con habilidad, te proporcionará sustanciosos beneficios.
La tercera regla de oro consiste en ganarte tantos amigos como puedas, asumiendo que serán sin excepción interesados, y minimiza el número de tus enemigos a los indispensables. Parece sencillo, pero no lo es para nada. En política, es mucho más fácil concitar rencor que despertar afecto. Por eso se trata de una actividad no apta para corazones puros y sensibles.
El político al que le es imposible dejar de vivir de la política está indefectiblemente abocado a la bajeza o al delito
Y la cuarta regla estriba en tener preparada la salida en todo momento, tanto en el plano material y profesional como en el psicológico. En caso contrario, serás prisionero de tu condición y quedarás condenado a arrastrarte bajo tipos muy inferiores a ti, a cometer indignidades o a faltar a tus principios. El político al que le es imposible dejar de vivir de la política está indefectiblemente abocado a la bajeza o al delito.
Si algún alevín de las siglas que sean o alguna joven promesa con aspiraciones a la gloria del hemiciclo leen las líneas anteriores y las entienden, lo que dependerá de si son anteriores o posteriores a la LOGSE, que no las echen en saco roto porque les pueden ser de gran provecho. Cualquier veterano se lo confirmará y les advertirá también de que cuando él lo supo ya era demasiado tarde.
ALEJO VIDAL-QUADRAS Vía VOZ PÓPULI
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