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jueves, 31 de marzo de 2016

DEL ESTADO A LA TRIBU

Con motivo de la celebración del Aberri Eguna se ha incrementado la apelación al derecho a decidir, eufemismo del derecho a la independencia que ha tomado carta de naturaleza en las celebraciones nacionalistas desde que Cataluña se convirtió en adalid del mismo. El asunto puede valorarse como el desahogo anual de las huestes nacionalistas, pero el hecho de que se produzca en un ambiente caldeado por la cuestión catalana y que a él se hayan sumado los dirigentes de Podemos trasciende el marco de la celebración vasca y pone de manifiesto que el retroceso del Estado en España no es una entelequia sino una realidad que avanza a pasos de gigante para conducirnos a una suerte de tribalismo con regusto medieval y no al país moderno, democrático y solidario que debería ser el objetivo final de quienes crean en la modernización de España. Parece que las semillas sembradas en los años 80 están alcanzando su sazón y seremos los españoles de hoy y los del futuro los que “disfrutaremos” la cosecha de tanto despropósito y de despilfarro de recursos de los que carecemos.
Lo que ahora emerge con fuerza es sencilla y llanamente sustituir al Estado por la agregación de instituciones “nacionales” que ejerzan el poder público con una visión limitada y aldeana
Poco aprecio por el Estado nacional
Es cierto que el Estado nunca ha gozado del aprecio de los españoles por causas diversas, cuyo desarrollo excede los límites de un artículo, si bien conviene destacar que la principal y más cercana fue el fracaso de los liberales españoles que durante todo el siglo XIX quedaron asimilados por las disputas de la Dinastía y no pudieron dedicar sus esfuerzos a consolidar el Estado transformador y civilizador que preconizaron las Cortes de Cádiz. De ahí que la crisis del Estado español haya formado parte de todos los discursos y ensayos de aquellos juristas y políticos que han venido analizando la evolución constitucional de España con el deseo de perfeccionar el Estado para convertirlo en instrumento eficaz al servicio de los viejos ideales de la revolución burguesa. Sin embargo, lo que ahora emerge con fuerza no es eso, es sencilla y llanamente sustituir al Estado por la agregación de instituciones “nacionales” que ejerzan el poder público con una visión limitada y aldeana, prescindiendo de cualquier proyecto, si este existiera, que no existe, de alcance nacional.
Por tanto, no estamos ante una controversia más de las que se han vivido en España cuando se aventuraba algún cambio del régimen político, y ha habido unos cuantos en los dos siglos largos de historia constitucional. Lo primero que conviene constatar es que no hay controversia, porque los adalides del derecho a decidir tienen casi todo a su favor, empezando por el éxito aparente de sus apelaciones en las generaciones educadas bien por los nacionalistas de siempre o por sus émulos en muchas de las regiones españolas, que han conseguido pervertir el derecho a la autonomía hasta unos extremos inimaginables por los fundadores del régimen del 78. Como no ha habido contrapeso alguno a tales visiones rancias del poder público, varias generaciones de españoles ven con simpatía todo aquello que les promete abrogar al Estado que ellos identifican con el viejo nacionalismo español o con las políticas causantes de sus malestares. Es el mismo síndrome que determinados constituyentes del 78 padecieron al relacionar al Estado central con el odiado franquismo. Un craso error, cuyas nocivas consecuencias están servidas.
Los diferentes gobiernos centrales y de las Comunidades Autónomas han participado en el festival corrosivo de la devaluación del Estado hasta ponerlo en trance de fenecer
Muchos responsables de la derrota del Estado
Los accidentes suelen tener causas múltiples, y éste accidente español las tiene también, aunque ahora el foco se centre en los nacionalistas y las referencias a las naciones de Podemos, los diferentes gobiernos centrales y de las Comunidades Autónomas han participado por activa o pasiva, como se dice ahora, en el festival corrosivo de la devaluación del Estado hasta ponerlo en trance de fenecer. No es exagerado afirmar que, de seguir así las cosas y los discursos, conseguiremos tener un modelo a la belga que está trágicamente de moda estos días por mor de la ausencia en ese país de un poder central sustituido por comunidades diferentes en las que cada uno va a lo suyo. Puede que ese pequeño país, tributario de Francia y Alemania, se lo pueda permitir, pero para España supone un regalo envenenado envuelto en el celofán del derecho a decidir de los pueblos que ni siquiera el cantonalismo del siglo XIX, tan criticado y tan poco conocido, planteó en términos como los actuales.
Cualquiera que piense en la realidad descrita no dejará de sentir irritación y desasosiego al observar las sesudas declaraciones de los “líderes” que circulan por la política española con el espectáculo de juegos florales montado en estos meses. En realidad, estos políticos son hijos de un modelo que, aparte de otros trastornos, ha conseguido expulsar del servicio público a los mejores. Por eso el que crea que unas elecciones, sin cambios legales y algunas políticas previas de saneamiento general, son la solución, va listo.

                                                                     MANUEL MUELA  Vía VOZ PÓPULI

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