La declaración conjunta del
Papa Francisco y del Patriarca Kirill de Moscú constituye un compendio
de los vínculos entre el catolicismo y la ortodoxia, y al mismo tiempo
una agenda, un plan de ruta de los desafíos que son básicos para ambas
confesiones. En uno de sus puntos afirma:
“Estamos
preocupados por la limitación de los derechos de los cristianos, por no
hablar de la discriminación contra ellos, cuando algunas fuerzas
políticas, guiadas por la ideología del secularismo que cuando se vuelve
agresivo, tienden a empujarlos al margen de la vida pública”. Esta es la situación en buena parte de Europa; nuestra situación.
Los cristianos de este país hemos de practicar con urgencia, profundidad y coherencia esta reflexión: ¿Por
qué en el debate público, especialmente político, se pueden plantear
críticas y soluciones desde todo tipo de creencias, pero nunca desde el
cristianismo?, condenado a la exclusión bajo el tópico, que tal concepción solo debe plantearse en el espacio de lo privado, de lo íntimo.
Se discursea y se definen políticas desde
la perspectiva de género, desde las identidades GLBTI, desde el marxismo
y el posmarxismo, desde Lacalau a Negri, desde la ontología liberal o
postkantiana, desde tradiciones y culturas diversas, pero no se puede hacer lo mismo en nombre de la cultura cristiana, ni tan siquiera cuando se mueve en categorías seculares relacionadas con la ley natural o la doctrina social de la Iglesia.
¿Qué calificativo se utilizaría si
se dijese a las asociaciones de la identidad GLBTI, muy bien, pero,
esta cuestión de la preferencia sexual es una cuestión privada, una cosa suya, no tiene por qué influir en el debate público?.
Con esta premisa, la realidad cristiana es cercenada, desnaturalizada, porque ella es a la vez íntima y social, privada y pública, personal y colectiva. Ambas dimensiones son inseparables. El cristianismo o es encarnación en la totalidad de la vida del hombre o es comunión, o no es.
Cuando se acepta por convencimiento, sumisión, indiferencia, esta
realidad a la que está sujeta el cristiano en nuestro país, cuando
apenas ocupa espacio en la reflexión de la propia Iglesia, se está
contribuyendo a transformarlo en lo que no es: un tema solo individual,
que como mucho solo se puede abordar en la familia, un determinado tipo
de escuelas y en la parroquia. A partir de ahí, nada.
Quienes actúan así y quienes lo aceptan, asumen una grave implicación: el cristianismo es negativo para lo público,
porque si no, ¿a santo de que estaría vetado? Con un trasfondo
evidente: ¿si es negativo para lo colectivo, puede ser bueno para las
personas? El Dios cristiano, el Dios personal y creador, el que
acompaña, juzga, castiga y premia, que según el último trabajo publicado
en Nature, con un título nada bondadoso “Moralistic gods, superntural punishment an hte expansión of human sociality”,
que encuentra que este tipo de confesión es necesaria y buena para la
socialización positiva hacia los más lejanos, los extraños, y por tanto
factor de convivencia. Esta creencia que incluso desde los que escriben desde el más puro materialismo dioses, moralismo y castigo,
donde se podría escribir Dios, comportamiento humano (ética) y
justicia, reconocen su dimensión necesaria para la existencia de
sociedades con vivenciales, esta forma de pensar está vetada.
La pregunta primera es ¿por qué? La segunda, ¿por qué lo aceptamos pasivamente?
El cristianismo es fe, es creer por encima de toda en la esperanza y razón humana. Pero, al mismo tiempo, o es una fe encarnada en la historia, hacedora de culturas,
de tradición, por tanto, colectiva y popular. Da lugar a una
antropología, una determinada perspectiva filosófica, marca la
psicología, corrige las concepciones económicas y políticas. Es, desde
el primer momento, una moral y una ética. Y todo esto arranca de la
conciencia personal y se transforma en la relación colectiva. El
cristianismo es esencialmente dialógico. Es lo opuesto a una ontología
que confunde la salvación personal con el individualismo y el
ritualismo, o que solo ve la proyección pública en una especie de
sensibilidad social arreligiosa.
Replantearse todo esto es urgente y necesario, porque ahí también se juega la esencia del cristianismo.
JOSEP MIRÓ i ARDÈVOL Vía FORUM LIBERTAS
Me parece genial que nos entreguen información de esperanza para salir adelante, de igual forma quisiera compartir que rezar es lo mejor que nos puede suceder.
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