Acabo de leer la última novela de Mario Vargas Llosa, Cinco Esquinas, y debo decir que la característica definitoria de los relatos del Premio Nobel hispano-peruano es la amenidad. Sus historias se devoran normalmente de un tirón, sin que la tensión de lo descrito y el interés de los acontecimientos que se suceden a ritmo endiablado decaigan ni un instante. Hay novelas filosóficas, como La Montaña Mágica, o preciosistas, como Bomarzo. o trágicas, como Ana Karenina, o costumbristas, como La Regenta, o épicas como Ivanhoe, pero Vargas Llosa es insuperablemente entretenido. No pretende tanto hacer reflexionar al lector como hacerle partícipe de un suceso, de algo que pasa, concreto y directo, y a partir de aquí crea caracteres, dibuja paisajes, hace guiños, estira los perfiles hasta aproximarlos en ocasiones a la caricatura y no desdeña la construcción de estereotipos. Las consecuencias morales o intelectuales que se extraigan de las cosas que cuenta nunca son explícitas, sino que quedan a la libre interpretación del lector, a quién el genial hijo de Arequipa no pretende más que meterlo de lleno en el vertiginoso acontecer de las peripecias que se van desplegando ante sus ojos.Cuando uno lee una novela de Vargas Llosa, se sube a un vehículo que circula a gran velocidad y es imposible apearse hasta la parada final. Una escena lleva a otra, un personaje a otro, un decorado a otro, y cuando corremos sin aliento por la carretera de su imaginación y de su memoria, de repente una curva cerrada nos descoloca y emprendemos una nueva dirección de marcha sin perder la huella del trayecto previo, asombrados, intrigados y sin aliento.
Cinco esquinas, al igual que sus demás novelas, desprende una mezcla de comprensión irónica y de indulgencia benévola hacia las debilidades humanas
Lo que hace de la obra de Mario Vargas Llosa literatura con mayúscula son dos cosas: la estructura y el lenguaje. Cada novela suya está edificada con absoluta perfección y el armazón secuencial lo aguanta todo. El desenvolvimiento temporal y espacial no presenta fisuras ni defectos, es completo, armónico y cerrado, no sobra ni falta nada y nos ofrece siempre un conjunto autosuficiente y nítidamente delimitado de momentos, rostros, escenarios y noticias. En cuanto a las palabras, ahí es donde alcanza cotas que pocos dominan. Su maestría en el uso de los vocablos es la de Velázquez con los pinceles o la de Mozart con las notas. De un almacén insondable de sustantivos, verbos, preposiciones y adverbios, extrae para cada lugar del texto el que casa mejor con el propósito buscado, la evocación de un recuerdo, la transmisión de un estado de ánimo, la significación de un objeto o la creación de un ambiente. Es tal la riqueza de términos que maneja que parece imposible que una mente humana pueda contener tantos miles de entradas como si en lugar de cerebro poseyese un diccionario. He leído prácticamente toda su copiosa producción y en cada título, y no soy precisamente un iletrado, aprendo lexemas y sintagmas que desconocía.
Cinco esquinas, al igual que sus demás novelas, desprende una mezcla de comprensión irónica y de indulgencia benévola hacia las debilidades humanas que consagran a su autor como uno de los escritores que mejor trata a sus criaturas, ni las juzga ni las aprueba ni las condena, simplemente las expone. Esa respetuosa objetividad no excluye sin embargo la valoración moral de aquellos actos que por su naturaleza merezcan elogio o reprobación, aunque, como ya he mencionado, el tinte axiológico con el que recubre a individuos y a comportamientos jamás es deliberadamente aparente, simplemente se desprende de su contexto literario. A diferencia de sus ensayos, donde Vargas Llosa adopta posiciones firmes e inequívocas en el campo político y ético, en sus novelas se limita a pasear sus ojos por el género humano, sus miserias, sus heroísmos y sus banalidades, sin otra intención que entenderlo y mostrarlo en su variopinta complejidad.
Si cada gigante de la literatura y del arte marca un estilo y una escuela, Mario Vargas Llosa quedará consagrado hasta el fin de los tiempos como el contador de historias por excelencia, como la pluma que grabó con trazo inigualable lo que les pasa a los hombres y las mujeres cuando andan por el mundo prisioneros de los avatares imprevisibles de la existencia.
ALEJO VIDAL-QUADRAS Vía VOZ PÓPULI
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