"Solo hay una cosa peor que pelearte con tus aliados: pelear sin aliados".
Winston Churchill
“Si el PP tiene a otro candidato distinto a Rajoy, cambia todo”, dijo ayer Albert Rivera. Más allá de la intención táctica de la
declaración, conviene considerar lo que estas palabras pueden contener de
verdad. No es inocente ni casual que el líder de Ciudadanos haga
pivotar sobre este punto su posición negociadora: Rivera ha demostrado tener
olfato para detectar las corrientes de opinión y cabalgar sobre ellas.
En
el debate de
investidura de Pedro Sánchez,
tomaron la palabra los portavoces de 16 fuerzas políticas. Si las clasificamos
atendiendo únicamente a su posición ideológica, comprobamos que en el Congreso
hay 178 diputados de la derecha frente a 172 de la izquierda; y en el bloque de
la derecha el PP tiene una hegemonía clara, ya que le corresponden el 69% de los
escaños de ese espacio. Si solo fuera por eso, hoy debería haber un Gobierno de centro-derecha encabezado por el PP.
Pero
no lo hay porque es obvio que en la política española funcionan otros vectores
tan relevantes o más que el eje derecha-izquierda: por ejemplo, la tensión
entre las fuerzas de ámbito estatal (centrípetas) y los grupos nacionalistas
(centrífugos). O, por ejemplo, la dispar relación que unos y otros mantienen
con la Constitución. Por eso todo se ha vuelto tan endiabladamente complejo.
Hay
algo que comparten todos esos partidos, tan distintos entre sí. Salvo UPN y
Foro Asturias, ninguno está disponible para votar a Rajoy como presidente
Sin
embargo, hay algo que comparten todos esos partidos, tan distintos entre sí.
Salvo los dos que participaron en las candidaturas del PP (UPN
y Foro Asturias), ninguno está disponible para votar a Mariano Rajoy como
presidente del Gobierno. Los de izquierdas, por diferencias ideológicas; los
nacionalistas, por ser incompatibles en cuanto a la idea de España, y en
el caso de Ciudadanos, que estaría cerca del PP en ambos terrenos, porque
siente que asociarse hoy al liderazgo de Rajoy equivale a cometer un suicidio.
Cuando
13 de 16 partidos, unos progresistas y otros conservadores, unos de ámbito
estatal y otros nacionalistas, unos moderados y otros radicales, coinciden en
no considerar siquiera el apoyo al más votado, este puede hacer dos cosas:
encastillarse en su aislamiento y ladrar al cielo por la conspiración universal
en su contra o reflexionar con serenidad sobre lo que le está ocurriendo y por
qué.
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diputados han decidido no votar en ninguna circunstancia la investidura de
Mariano Rajoy, y hasta ahora el líder del PP no ha hecho
nada mínimamente convincente para
vencer este rechazo. Pero debemos pensar qué razones de fondo producen una
objeción tan amplia y tan intensa. Parece claro que hay algo en su figura
política actual que genera anticuerpos y tiene un efecto complejo.
Centrándonos
en la situación presente, creo que se trata de la combinación de dos elementos:
el inmovilismo y la corrupción.
Rajoy
se ha convertido en la efigie de la parálisis. Su discurso transmite una
complacencia indigesta para una sociedad que se siente empobrecida y quebrada
Si
hay algo claro en la confusa España de nuestros días, es que esta sociedad no
está satisfecha y demanda cambios.
“Esto no puede seguir así, hay que hacer algo distinto”: frases como esta se
escuchan cotidianamente a votantes de todos los partidos, incluidos los del PP.
Es un sentimiento extendido por todo el cuerpo social sin distinción de clases
ni de ideologías.
Sin
embargo, Rajoy se ha convertido en la efigie de la parálisis.
Su discurso transmite una complacencia (“a la cabeza de Europa en crecimiento y
empleo”, “un proyecto en marcha con éxito”, “hay que perfeccionarlo,
acelerarlo, para lograr que si ya era bueno, sea mejor”) completamente
indigesta para una sociedad que se siente económicamente empobrecida,
socialmente descoyuntada y moralmente quebrada.
Pero,
además, navega contracorriente como el
obstinado apóstol del no-cambio. Digo yo que debería ser posible
defender una gestión de gobierno aceptando revisar o rectificar algunas cosas;
pero Rajoy considera que “la reforma
consiste en la voladura del edificio” y en el debate se plantó, desafiante:
“¡Pues no creo que haya que cambiar de política, señor Sánchez!”. Y no
distinguió entre la política económica, la social, la institucional, la
territorial o la de derechos y libertades: sencillamente, no creo que haya que
cambiar de política, entérense ustedes, señor Sánchez y señores ciudadanos.
Es
un contrasentido ofrecer un Gobierno de coalición a dos partidos cuando el
único plan que se admite es la continuidad pura y dura.
Podría haber concedido cierta consideración al programa que han presentado
aquellos cuyo apoyo reclama, algo habrá en él que merezca atención. Pero lo ha
despreciado como a un excremento político: “la contrarreforma”,
lo ha llamado. Si en su opinión las propuestas de PSOE-C’s son
“devastadoras” para
España, ¿cómo es que los invita nada menos que a formar un Gobierno de coalición? Lo que ofrece
no es un pacto, sino un contrato de adhesión: el mismo presidente para hacer la
misma política.
La
corrupción es el chapapote del PP, y Mariano Rajoy aparece ante la sociedad
como el capitán de ese 'Prestige' que ha contaminado la política española
El
otro elemento tóxico es su imagen ya indisociable de la corrupción. La
corrupción es el chapapote del PP, y Mariano Rajoy aparece ante la sociedad
como el capitán de ese 'Prestige' que ha contaminado la política española. Un
olor a petróleo que llevará consigo para siempre y contagiará a todo el que se
aproxime. Por eso nadie lo quiere cerca.
El resultado es que la candidatura electoral de Mariano Rajoy restringe severamente la
expectativa electoral de su partido en el caso de que se repitan las
elecciones; y durante los dos próximos meses, mantener su candidatura a la presidencia
del Gobierno anula toda posibilidad de un acuerdo con el Partido Popular. El PP
puede mantener el estandarte contra viento y marea, pero deben saber que eso
equivale a quedar enquistados en el aislamiento actual y apostar por un más que
probable vapuleo en las urnas en junio.
Con
todo, lo peor es lo que puede ocurrir en este país tras el 26 de junio si el PP
se empeña en mantener a Rajoy como su candidato “irrenunciable”. Porque es de
esperar que el escenario resultante de esas elecciones no sea sustancialmente
distinto del actual: habrá un Parlamento fragmentado, nadie tendrá mayoría y
será obligatorio negociar un Gobierno entre varias fuerzas políticas.
En
la política, hay que saber cuándo una etapa llega a su fin. La marca del PP
está averiada, pero con ese piloto lo que tienen asegurado es un siniestro total
Suba
o baje, el PP seguirá siendo un partido imprescindible para todo lo importante.
Pero, suba o baje, con Rajoy al frente seguirá siendo un socio impracticable. Y
la sociedad española, que se ha armado de paciencia franciscana para
soportar la tortura de estos meses y terminar votando de
nuevo, no tolerará que este insensato colapso institucional se repita después
de una segunda elección.
La renuncia de
Mariano Rajoy no es condición suficiente para superar el bloqueo político, pero
es una de las condiciones necesarias para intentarlo. En la política, como en
la vida, hay que saber cuándo una etapa llega a su fin. La marca del PP -como
otras- está averiada y necesita reparación, pero con ese piloto lo que tienen
asegurado es un siniestro total. Quizás ellos crean que pueden permitirse esta
pétrea resistencia, pero España no puede ni debe.
IGNACIO VARELA Vía EL CONFIDENCIAL
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