Ana María Matute hubiera titulado 'Olvidado bien común' el reproche que merece nuestra clase política. Su comportamiento ignora imperativos de interés general y sobrevalora los de partido. En algunos casos, la motivación partidista encubre, a su vez, como las muñecas rusas, el blindaje de un líder.
Así está el patio. En la España de los cuatro en línea, los extremos se refuerzan mutuamente (PP y Podemos) disparando hacia el centro. Desde distintas posiciones contra los mismos objetivos y concentrando el fuego sobre los afines, que hacen lo posible por desbloquear la situación con su banderín de enganche de 130 diputados. “Son más que 123”, dice Sánchez.
En Podemos ignoran al PP y acusan al PSOE de haberse vendido alIbex (“Deje de obedecer a los oligarcas, señor Sánchez”, le dijo Pablo M. Iglesias durante el debate de investidura), aunque se ofrecen a acompañarle en un Gobierno "a la valenciana” (todo por la izquierda). Y en el PP dejan en paz a Podemos mientras acusan a Ciudadanos de hacer el trabajo sucio al PSOE, pero insisten en reclamar a ambos -Ciudadanos y PSOE- como socios ideales del “mejor Gobierno posible y el más democrático”, según la inalterable posición de Rajoy.
El estúpido juego de manos tendidas y lenguas afiladas se agota en sí mismo sin que la lucha contra el vacío de poder, en nombre del bien común, haya avanzado un milímetro desde el meritorio pero fallido intento propuesto por el Rey, asumido por Pedro Sánchez, apoyado por Albert Rivera y revocado en el Congreso con los votos del PP y Podemos alineados en el no al candidato socialista.
El presidente en funciones y líder del PP, Mariano Rajoy, prepara el terreno para entrevistarse con el secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, y ya se nos ha venido encima un absurdo debate sobre el dónde (Moncloa o Congreso), quién debe llamar a quién, si Sánchez ha de acudir al encuentro solo o acompañado por Rivera, o si la base inicial de las eventuales conversaciones debe ser o no el 'Acuerdo para un Gobierno reformista y de progreso' (PSOE-Cs).
Nadie repara en que, por encima de esas cuestiones de menor cuantía, veríamos sentadas en la misma mesa a las tres fuerzas políticas de inequívoco compromiso con el orden constitucional vigente. Sería, por tanto, la primera escenificación de un eventual compromiso conjunto contra el vacío de poder donde, también por primera vez desde las elecciones del 20-D, se afrontase en serio el reto de la gobernabilidad en nombre de los intereses generales y no en nombre de los intereses de partido o el blindaje de este o aquel liderazgo.
El estúpido juego de manos tendidas y lengua afilada se agota sin que la lucha contra el vacío de poder, en nombre del bien común, haya avanzado un milímetro
Tal vez entonces empecemos a manejar con menos ligereza la posibilidad de ir a nuevas elecciones por falta de Gobierno, a la vista de lo que está ocurriendo en nuestro entorno nacional e internacional. Y de lo que puede ocurrir en un país ingobernado durante casi un año.
Mientras seguimos hablando en condicional y nos distraemos con el gamberrismo político de Iglesias, los españoles ya superan en numero a los extranjeros en los comedores sociales, aparecen nuevos casos de corrupción, el exetarra Otegui alza una segunda bandera por la desconexión de España, los nacionalistas catalanes en el poder siguen tirando del proceso hacia la independencia, salen capitales, se paralizan inversiones, se complica la situación económica en Latinoamérica, que es el gran 'air-back' de nuestras empresas multinacionales, de Ucrania y Siria llegan vientos precursores de una nueva guerra fría, Bruselas nos vuelve a poner bajo vigilancia junto a Grecia y Portugal, etc.
Esos y otros clarinazos nos recuerdan desde las primeras páginas de los periódicos que la clase política española debería ponerse las pilas contra el desgobierno, la incertidumbre y el vacío de poder en un entorno nacional e internacional cada vez más hostil.
ANTONIO CASADO Vía EL CONFIDENCIAL
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