Pablo Casado sucede a Mariano Rajoy en la presidencia del PP
Javier Martínez
Tras el espectáculo de escapismo protagonizado por Mariano Rajoy
en la tarde noche del 31 de mayo pasado, episodio sobre el que no ha
dado la menor explicación pública a los votantes del PP, en el auditorio
del Marriott había expectación por escuchar el discurso de despedida
del malandrín. Como era de esperar, “el mejor presidente que hemos
tenido” en aguda reflexión de la filósofa Pastor, doña Ana,
aprovechó la ocasión para reivindicar su figura y embellecer su
gestión. Un ejemplo perfecto de fraude, de gato por liebre con luz y
taquígrafos. El falso dibujo de una gestión de primera y una herencia
ejemplar. El retrato de un país magnífico ayuno de problemas. La
realidad, sin embargo, es tan dramáticamente distinta que hasta el más
lego en la materia se ha visto obligado a formular algunas preguntas:
¿Qué pretendió decir el pasmarote con tanta elocuencia impostada? ¿Qué
quiso hacer ver al Congreso? ¿Qué mensaje intentó deslizar a los
compromisarios? Muy sencillo: que el PP está en el mejor de los mundos y
por tanto no es necesario ningún cambio, rectificación del timón
alguna; simplemente basta con seguir la senda que lo ha conducido al
borde del abismo, basta con proseguir en mi línea y la de mis directos
colaboradores. Y nadie mejor para la tarea de estampar la nave contra
las rocas que mi dilecta vicepresidenta. Ese fue el mensaje escasamente
subliminal que el aludido pretendió pasar de contrabando en el hotel
madrileño.
Y parece que una parte de la audiencia le compró la mercancía. Desde luego Soraya Sáenz de Santamaría,
que el viernes por la noche se manifestaba encantada con el parlamento
de su amado jefe: “Le ha dado un buen repaso; ha sido una enmienda a la
totalidad del programa de Pablo” (sic). Hasta el último minuto estuvo convencida de ganar por goleada. Se lo aseguraba, entre otros, el “joven” Arenas,
ese lince de la ciencia demoscópica que el mismo viernes por la noche
repartía sedantes a discreción: “tú, tranquila; tenemos el 63%
asegurado”. El amado jefe, desde luego, se encargó en su discurso de
enviar una advertencia explícita al candidato Casado:
“No estamos al servicio de ninguna doctrina; ni actuamos con un
recetario prefabricado”. Desde que en el congreso de Valencia expulsara
del partido a “liberales y conservadores”, Mariano tenía declarada la
guerra a las ideologías, como genuino representante de esa tecnocracia
ayuna de cualquier idea que su mano derecha, Soraya, representa como
nadie en el PP. El candidato Pablo aceptó el envite, y con un brioso
discurso cargado de referencias a los valores (la ideología queda para
más tarde) de la derecha, consiguió ayer sábado encandilar a un
auditorio que de inmediato dictó sentencia: 57,2% frente al 42% de los
votos. Una gran victoria frente a una contrincante formidable que ha
tenido el apoyo total del aparato y de la inmensa mayoría de los medios,
empezando, naturalmente, por los de izquierdas.
"Al margen del episodio -el tiempo dirá si histórico o simplemente anecdótico- de ayer, el marianismo sigue muy vivo en el PP, como el viernes evidenciaron esas fervorosas ovaciones dedicadas a un tipo que fue capaz de dejar al partido y a sus millones de votantes perdidos en mitad de la nada"
La victoria de Casado ofrece al Partido
Popular la oportunidad de recuperar el terreno perdido desde 2012 a esta
parte. Dependerá de la voluntad del palentino de encabezar un verdadero
cambio y no sucumbir a las tentaciones continuistas. Al margen del
episodio -el tiempo dirá si histórico o simplemente anecdótico- de ayer,
el marianismo sigue muy vivo en el PP, como el viernes evidenciaron
esas fervorosas ovaciones dedicadas a un tipo que fue capaz de dejar al
partido y a sus millones de votantes perdidos en mitad de la nada cuando
el 31 de mayo, como un delincuente obligado a esconderse, decidió
buscar refugio en un garito de la calle Alcalá mientras en el Congreso
se decidía el futuro inmediato de España. Es verdad también que quienes
peinamos canas sabemos el valor que las adhesiones incondicionales
suelen tener en política, pero todo va a depender del carácter, de la
talla, de la urdimbre que soporta la arquitectura moral y humana del
nuevo líder del PP. Casado es para la gran mayoría de los españoles una
incógnita que solo el vigor ideológico, la firmeza en los principios y
la voluntad reformista podrá despejar andando el tiempo.
¿Estamos
ante el líder del centro derecha para los próximos 10 o 15 años, o se
trata de un mero apunte a pie de página encargado de preparar el
aterrizaje del Mesías que está por llegar? Conviene no olvidar que por
el Marriott deambulaba un Núñez Feijóo que
no ha dicho esta boca es mía en espera de su oportunidad. Cierto que la
amplitud del resultado le otorga un margen de maniobra muy valioso,
margen que el elegido no debería malgastar y mucho menos prostituir en
componendas suicidas. Hace falta valor. Una integración impostada
significaría un cierre en falso del Congreso. Lo de ayer fue una derrota
en toda regla del marianismo, de modo que el ganador está obligado a
actuar en consecuencia abordando una verdadera regeneración del partido,
proceso que debería iniciarse jubilando de inmediato a los Arriolas y Arenas
de turno, como representación más genuina del cáncer que ha llevado al
PP a su postración actual. Y siguiendo por la ex vicepresidenta “Soraya
la del PP”. Con toda la prudencia que hace al caso, no tiene ningún
sentido integrar a futuro algo que no pasa de ser la más genuina
representación de un pasado de fracaso. Se trata, o eso han creído
quienes ayer te votaron, Pablo, de alumbrar un partido dispuesto a
servir a los españoles, no a atender los egos de esta o aquella
personalidad. Muéstrale, pues, la puerta y despídela con banda de música
camino del Santander.
El hundimiento del marianismo
De
cómo maneje el hundimiento del marianismo, abordando en paralelo una
limpieza integral del partido, dependerá la supervivencia de Casado y su
consolidación como líder indiscutido. Lo peor que podría ocurrirle, por
eso, es que sucumbiera a la tentación de entrar en componendas con los
derrotados, y no tanto por su condición de tales como en calidad de
responsables de la deriva de una opción política que ha perdido casi 4
millones de votos desde la mayoría absoluta de diciembre de 2011. Hablar
de limpieza integral significa hincarle el diente a la corrupción
galopante, asunto sobre el que en este Congreso no se ha dicho una
palabra. Y menos que ninguno el gran responsable de la misma, Mariano
Rajoy. “No han sido los españoles quienes nos (“me”, debió decir) han
retirado del Gobierno”, aseguró el viernes, en un intento de exculpación
ante la historia del hombre obligado a salir de Moncloa por la puerta
de servicio. En realidad, los resultados de ayer suponen la segunda
moción de censura que el ex presidente pierde en menos de dos meses, con
el agravante de que esta derrota se la ha infringido su propio partido.
Asistimos a la segunda muerte de Rajoy Brey, tanto más dolorosa cuanto
que no puede ser achacada a la “confabulación” de comunistas e
independentistas al servicio de aventureros ansiosos por tocar poder.
La victoria de Soraya hubiera convertido al PP en un partido residual, víctima del entreguismo al relato socialdemócrata imperante, la tecnocracia vacía de ideas y la pasividad frente a los desmanes separatistas"
En enero de 2012 escribí aquí que “No
todo está perdido, ni mucho menos. El partido acaba de empezar. Todo
dependerá de lo que este Gobierno sea capaz de hacer con las grandes
reformas que tiene pendientes. Con más de 5 millones de parados, o pone
al enfermo sobre la mesa de operaciones y le abre en canal o morirá
asfixiado. Jamás Gobierno alguno ha dispuesto de un cheque en blanco
como el que la mayoría absoluta ha otorgado a Rajoy, y ni España ni la
Historia le perdonarían nunca no haber hecho lo que estaba obligado a
hacer”. Es evidente que no lo hizo. Su decisión de centrar sus esfuerzos
en la economía, con renuncia expresa a meterle mano a la aguda crisis
política en la que había desembocado ya la Transición es un pecado del
que los demócratas españoles jamás podrán absolverle. Hoy, tras su
escandalosa tocata y fuga de la tarde del 31 de mayo, esa crisis ha
adquirido perfiles mucho más peligrosos, porque aquel mes de enero no
conocíamos la dimensión del envite que el independentismo catalán ha
planteado a España, que es tanto como decir al sistema democrático, y
estábamos lejos de imaginar que a Moncloa llegaría un presidente avalado
apenas por 84 diputados y sostenido por populistas e independentistas,
enemigos declarados de la nación.
El
triunfo de Casado supone, de entrada, una mala noticia para los
enemigos de la unidad y la libertad de los españoles, una pésima noticia
para la amalgama de populistas e independentistas que encumbró a Pedro
Sánchez y ahí lo mantiene cobrándose diariamente su apoyo a precio de
oro. La victoria de Soraya hubiera convertido al PP en un partido
residual, víctima del entreguismo al relato socialdemócrata imperante,
la tecnocracia vacía de ideas y la pasividad frente a los desmanes
separatistas, sin olvidar la siempre presente corrupción. Está por ver,
con todo, que Pablo Casado vaya a saber manejar una situación tan
complicada y en un momento tan delicado como el que vive el partido y la
propia España. Muchos creen que el PP simplemente no tiene solución
posible. Mariano Rajoy, ni contigo ni sin ti tienen mis males remedio,
lo ha dejado para los leones, de modo que Casado (“Hoy no acaba nada.
Hoy es apenas el final del principio”, decía ayer en su cuenta de
twitter) necesitaría ser un gigante de la política, un auténtico hombre
de Estado, para resucitar a semejante muerto. Tras su victoria de ayer,
nadie puede, sin embargo, negarle el derecho a intentarlo. ¡Suerte,
vista y al toro, maestro!
JESÚS CACHO Vía VOZ PÓPULI
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