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sábado, 7 de julio de 2018

EL APACIGUAMIENTO

El presidente Sánchez y el 'president' Torra tratan de ganar tiempo en base a unas expectativas de negociación y eventual acuerdo difícilmente realizables


El rey Felipe VI, Pedro Sánchez y Quim Torra en la inauguración de los Juegos Mediterráneos. (EFE)


El presidente Sánchez y el 'president' Torra tratan de ganar tiempo en base a unas expectativas de negociación y eventual acuerdo difícilmente realizables. A ambos les conviene, en función del desarrollo de sus agendas políticas propias. La oposición de derechas critica las manifiestas intenciones del jefe del Gobierno. También las bases independentistas observan con creciente desconfianza los cautos movimientos de algunos de sus dirigentes, y mantienen la esperanza de que Puigdemont, Torra y el grueso de los líderes separatistas mantendrán la fidelidad jurada al 1 de octubre.

Junqueras se mira ante el espejo y comprueba que la imagen que quiere proyectar de retorno a la bilateralidad es ampliamente contestada por los militantes de su propio partido. Tampoco es mayor el margen de maniobra de Pascal ante sus compañeros del PDeCAT. Parte de la sociedad catalana hace ver que contempla el avance de los prolegómenos de la negociación con el juicio suspendido. Todos sabemos que la cosa acabe con éxito es un objetivo poco menos que imposible. La diferencia estriba en que, algunos dirigentes independentistas quieren hacer ver que hacen, y el movimiento separatista se apresta a tildar de traición cualquier acuerdo que se aleje del espíritu y la letra del 6 y 7 de septiembre, y la proclamación de la República del 27 de octubre. La contradicción, como tantas veces he apuntado, entre los intereses específicos de una parte de la dirección del movimiento independentista y los deseos resilientes de sus bases, es insalvable.




Mas, Ponsatí y otros, han tenido la deferencia de aclarar que los independentistas han jugado de farol durante mucho tiempo, y que se libró y perdió una batalla centrada en el relato y en la expectativa de dibujar un escenario que nunca se compadeció de la realidad que los soberanistas distorsionaban, día sí, día también. Más llanamente, los dirigentes independentistas hicieron creer a sus numerosos votantes que la ruptura con España, la proclamación de la República y la pertenencia a Europa, podían ser una realidad inmediata. Nos dicen ahora que lo hicieron con la mejor de las intenciones. Se trataba de movilizar una parte muy importante de la opinión pública catalana en pos del objetivo de la separación. Dicho en términos más clásicos, el fin justificaba los medios. Nunca he compartido este propósito moralmente tan discutible, y políticamente tan deplorable, pero el hecho es que cientos de miles de catalanes creyeron a sus líderes, se movilizaron y siguen siendo hoy una espectacular fuerza de combate. Sorprende pero acepten, que ni las confesiones de parte han hecho mella en el sector más radicalizado de ese electorado. Todavía más, comparten y disculpan las explicaciones que les dan, porque en el fondo creen sinceramente que la mejor solución para Cataluña es abandonar España. El objetivo final explica tanto dislate en el camino.

Sánchez quiere durar, y para ello necesita efectuar numerosos gestos de apaciguamiento

El PSOE ha decidido implementar una discutible política de apaciguamiento. Creo que en el peor momento. No ha entrado a valorar cual era la verdadera correlación de fuerzas, después de años de un duro combate librado en la sociedad catalana. Sánchez cree que el apaciguamiento paga, y con la vocación formal de resolver el problema catalán ─deseo muy encomiable─ ha puesto en marcha un relato de supuesto entendimiento, diálogo y negociación con ERC, PDeCAT y JxSí. Les necesita en el Congreso de Diputados, y sabe que por su apoyo debe pagar un precio. Tratará de que sea el mínimo, pero tiene que demostrar, para ser creíble, que está dispuesto a hacerlo. Acabamos de tener un lamentable ejemplo de esa voluntad política, en la reciente votación del Consejo de RTVE Tendremos otros muchos. Sánchez quiere durar y convocar elecciones generales al límite de la finalización de la legislatura, y para ello necesita efectuar numerosos gestos de apaciguamiento. No abandonará sus principios, no traicionará a su electorado, no quebrará su partido, pero dará pasos en el camino que permita mantener en la colaboración parlamentaria al independentismo catalán. Tanto tiempo como sea necesario. A este, la perspectiva de aguantar hasta las próximas elecciones, sean municipales y europeas, sean autonómicas en Cataluña, le conviene. Solo con una precaución, a más percepción de diálogo, más retórica republicana populista.

Juanma Romero


Vistas así las cosas, ambas estrategias se complementan, y unos y otros saben que podrán demostrar si estaban equivocados o no, en función de sus resultados electorales. Más aún, el pretexto de esa arriesgada orientación es la victoria electoral. En el separatismo, anida una idea, las próximas municipales serán su 14 de abril de 1931. La España monárquica se transmutará en una Cataluña republicana, y esta podrá exigir su separación ante los ojos del mundo, y lo hará sin vacilar. Proyecto contra proyecto, relato contra relato, nación contra nación, esa es la aspiración del soberanismo catalán, que sabe que tendrá que tocar teclas diversas para obtener el triunfo final. Conmueve leer analistas que sostienen que los soberanistas se encuentran a dos pasos de la rendición. ¿Cómo es posible? El discurso lo aguanta casi todo.

No creo que les explique nada que no sepan, pero sí pienso que hay un matiz nuevo, el apaciguamiento es una discutible estrategia que retarda la resolución de la madre de todas las cuestiones: hay que vencer al independentismo electoralmente. Esta y no otra, es la tarea más determinante que tiene por delante el catalanismo político organizado. Lluvia fina, gestos estudiados, relatos endulzados, miradas compasivas… todo servirá para que el electorado independentista catalán crea que en el fondo sus líderes no le engañaron. Se arriesgaron, pagarán sus errores con la cárcel, pero siempre han tenido razón. El apaciguamiento da carta de naturaleza a esta percepción política. Alivia la tensión, rebaja el conflicto, justifica a las almas bienintencionadas, pero impide la clara visión de lo que en estos momentos es imprescindible. No es que Cataluña no tenga solución, la tiene, pero necesita de políticas que expliquen a todos los catalanes que el camino emprendido por el independentismo hace ahora ocho años, no solo es imposible, sobretodo es inútil. Y estas políticas han de ser practicadas en Barcelona y en Madrid.


                                                      ANTONI FERNÀNDEZ TEIXIDÓ  Vía EL CONFIDENCIAL

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