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sábado, 7 de julio de 2018

EL GUERRERO DE LA TRIBU

El joven, elegido por el Gran Espíritu para poner fin al desgobierno de su pueblo, desafió al Consejo de Ancianos para que abandonaran el poder.




El otro día cayó en mis manos un relato que contaba la historia de un joven guerrero oglaga, uno de los siete clanes de la gran nación de los Sioux, que con la sangre caliente, la cara pintada y la rabia en los ojos, harto de las desviaciones y los problemas que aquejaban a su tribu, decidió desafiar al Consejo de Ancianos exigiéndoles que abandonaran el poder. 

De acuerdo a una tradición ancestral, el guerrero se introdujo desnudo y desarmado en el bosque sagrado para invocar el sueño que debía revelarle su destino vital y allí tuvo un encuentro onírico con un pájaro de trueno. El chamán de la tribu, aplicando la oniromancia legendaria aprendida de sus antepasados, llegó a la conclusión, tras una timba nocturna de pipa sagrada y cerveza, de que Wakan Tanka, el Gran Espíritu, había elegido al joven guerrero para que pusiera orden en el desgobierno de su pueblo.

Los ancianos escucharon su alegato con semblante grave. Sus caras, surcadas por arrugas profundas, permanecían impasibles y sus ademanes eran ceremoniosos y firmes. El contraste de su quietud con la rabia impetuosa del guerrero rebelde aún se hizo más patente cuando, uno a uno, los oglagas con derecho a voto fueron adhiriéndose con ademanes bélicos y danzas guerreras -el hacha en la mano y los brazos en alto- a la demanda de su nuevo líder de llevar a los ancianos que habían incumplido la promesa de preservar hasta el fin de los tiempos la ley que les fue inspirada por el Gran Espíritu ante una bellísima mujer, enteramente vestida con blancas pieles de alce, que finalmente les aniquiló en señal de justicia.

Conforme iba leyendo el relato se me ocurrió ir la idea de ir poniéndole cara a sus protagonistas. Rajoy apareció entonces en mi imaginación, con el penacho de plumas de gran anciano de la tribu, flanqueado por sus dos sumas sacerdotisas -Soraya y Cospedal-, escuchando quieto como un poste las soflamas de un Pablo Casado recién regresado de un sueño premonitorio. Los miembros de la tribu, removidos por la arenga, iban sumando su rabia, uno a uno, a la rabia del joven contestatario.

La derecha tecnocrática y mediocre que creció al calor del liderazgo de Rajoy lleva demasiado tiempo jugando al trile con los valores que le dieron, en otro tiempo, consistencia electoral. Ahora que la moqueta del poder se ha hundido bajo sus pies vuelven a las arengas que les hicieron fuertes en el pasado. 

Tres ejemplos recientes: la receptividad de Rajoy a la política de acercamiento de presos de ETA -Urkullu dixit-, ha sido rápidamente sustituida por un discurso de rechazo radical. Las alabanzas a la templanza y a la proporcionalidad del 155 que se aplicó in extremis se han trasmutado en amargos lamentos de tardanza y minimalismo. El disimulo que acompañó la usurpación propia de la televisión pública se ha convertido en griterío de indignación ante la usurpación ajena. El partidismo no estaba mal si lo ejercía el PP pero es lamentable si lo practica Podemos. Está claro que en Génova solo se acuerdan de Santa Bárbara cuando truena.

El mal que llevó al PP a la situación en la que se encuentra viene de muy lejos. Cuando Aznar le abrió a la derecha las puertas del Palacio de la Moncloa se impuso como prioridad la de permanecer allí dentro el mayor tiempo posible. Se trataba de impedir a toda costa que su mandato fuera, como auguraban los apóstoles de la dulce derrota, un breve paréntesis en la historia de España. Aznar tenía la extraña convicción de que a él y a los suyos les bastaba con resistir estoicamente las tentaciones que cuelgan como manzanas prohibidas del árbol del poder. ¿Regenerar? ¿Fortalecer un sistema de vigilancia institucional que mantuviera a raya la tentación gubernamental de extralimitarse? ¡Bobadas!

Recuerdo muchas conversaciones con Aznar y la mueca que le asomaba por debajo del bigote, ahora furtivamente desaparecido, cada vez que salía a relucir la palabra regeneración. Era suficiente, sostenía él, con hacer bien las cosas que otros habían hecho mal. Es evidente que detrás de ese criterio subyacía la estúpida convicción de que la corrupción humana, la naturaleza caída, solo hacía estragos en la debilidad de la izquierda. 


Con ese complejo de superioridad moral gobernó la derecha durante mucho tiempo. Y así, poco a poco, la idea de durar en el poder a cualquier precio se fue apoderando de la mentalidad del PP. La promesa de preservar hasta el fin de los tiempos la ley que les fue inspirada por el Gran Espíritu se fue perdiendo en el olvido. O el joven guerrero es capaz de recuperarla o mucho me temo que su tribu perecerá para siempre.


                                                 LUIS HERRERO  Vía LIBERTAD DIGITAL

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