Al independentismo lo último que le conviene es un Gobierno de España
que pueda rebatir los consensos nacionalistas, ante los que Sánchez
asiente y ‘toma notas’
Pedro Sánchez se reúne con Quim Torra en La Moncloa.
Tuvo lugar este lunes la reunión entre el presidente del
Gobierno y el presidente de la Generalitat. Hay que remarcarlo porque
parece como si el encuentro se hubiera venido celebrando desde que se
anunció, tomando así un cariz de ritual que han cultivado todas y cada
una de las palabras y acciones de los miembros del Ejecutivo de Sánchez en relación a la situación catalana. Como lo ha acompañado también la discreción con que se recurrió al Tribunal Constitucional
la moción de ruptura aprobada en vísperas de la cita por el
independentismo en bloque. Nótese que Sánchez siquiera se ha dejado
salpicar por la obligación de aplicar la Constitución, por no hablar del
silente PSC en el Parlamento catalán cuando se produjo dicha votación.
Nada debía fallar en el decorado de la foto buscada por Sánchez, que la
quería con muchas sonrisas. Se equivocaban quienes criticaban la
inoportunidad del gobierno catalán para reiterar sus intenciones
rupturistas: era el momento idóneo para que este Gobierno
dejara pasar cualquier cosa. Ese precio y no el que tendrán las
decisiones con las que se saldó la reunión es el primero que pagan,
sobre todo, los catalanes ignorados ya por sus ‘dos gobiernos’.
Sánchez sonreía al “Le Pen español”
-según él mismo decía antes de ser presidente gracias a sus votos-, y
al instante alguien lanzaba un tuit desde la cuenta de Sánchez, en el
que explicaba que con esa reunión, ambos presidentes comenzaban a
“devolver la normalidad a España”. Puede que Sánchez no ande demasiado
equivocado y realmente lo normal, lo frecuente, lo que es costumbre -y
como dice el refrán, pronto ley- sea dejar en manos de partidos
nacionalistas asuntos cruciales de la vida pública española. Pero todo
indica que el presidente del Gobierno quiso dejar por escrito ese
objetivo con la misma vocación con la que forzó su sonrisa y forzó la
reunión: pensando en desmarcarse del anterior gobierno, aun a costa de
dar la razón a Torra y de abrir una
fractura dentro del bloque constitucionalista. Está convencido de que
eso le valdrá para revalidar su estancia en Moncloa y, en consecuencia,
legitimará las demandas separatistas que considere que puede asumir como
quien estira un chicle.
El verdadero problema político al que se refería la vicepresidenta es cómo asumir la exigencia de Torra de seguir defendiendo exclusivamente los intereses de la mitad de catalanes independentistas
La
reunión ha servido para concretar sólo vagamente algunas de las
próximas cesiones: la inconstitucionalidad de unas leyes que
desaparecerá de un plumazo, las relaciones bilaterales -esta última, en
realidad, empezó con el orden de las reuniones con los presidentes
autonómicos: Urkullu y Torra dejan al resto
en cola, y eso que no se guardan el as en la manga de saltarse las
leyes de nuevo-, y las soluciones políticas para los problemas
políticos. “Este Gobierno”, repetía la vicepresidenta Carmen Calvo,
“este Gobierno es el que vela por todos los catalanes”. El sábado, por
cierto, supimos también que gracias a la llegada del PSOE al Gobierno se
le ha devuelto el color a “un país en blanco y negro”,
en unas declaraciones bastante ofensivas y paternalistas para los
españoles, vistos por su Gobierno como material de tutela en la senda a
la felicidad. El problema es que en su intención de demostrar que la
moción de censura ha servido para algo más que para romper el consenso
constitucional, a Sánchez le da lo mismo exagerar la realidad para
erigirse como adalid de la alegría y la modernidad que inclinar la
balanza a favor del nacionalismo en la cuestión catalana.
Habló
mucho Calvo de la vía política para resolver los problemas políticos.
Creo que obvia que el primer problema político de los catalanes es que
tienen un gobierno que no descarta volver a jugar con sus derechos y
libertades y que además blande orgulloso esa amenaza ante un presidente
del Gobierno empeñado en normalizar todo esto. Por supuesto, el problema
político al que se refería la vicepresidenta no es ese, sino el de cómo
seguir pensando sólo en la mitad de catalanes que sí son
independentistas. Sánchez, que reiteró a Torra su plan de ‘nación de naciones’
para España, no quiere ser la alternativa al separatismo para los
catalanes no independentistas porque no es eso lo que tiene en la
cabeza, pero además tampoco puede porque cada vez caben menos sospechas
sobre el cambio de cromos con Torra para abordar la ‘agenda catalana’.
En realidad, no busca nada más que desmarcarse de Rajoy,
objetivo político al que nada cabe objetar salvo porque obedece a los
deseos del independentismo y aquellos que cedieron sus votos. A Torra ya
le va bien, aunque sus más acérrimos le puedan tildar puntualmente de
‘traidor’, que es habitual en Cataluña, un Sánchez dispuesto a no dar
ninguna batalla más de la cuenta. Al independentismo
lo último que le conviene es un Gobierno de España que pueda rebatir
los consensos nacionalistas ante los que Sánchez asiente y “toma notas”,
según contó ayer Torra. Los separatistas temen que su destape
antidemocrático del pasado otoño se salde con la quiebra del consenso
según el cual a más autogobierno se desea más demócrata se es, entre
otros cuantos. Y, visto lo visto, Sánchez no es un mal aliado en esa
tarea.
ANDREA MÁRMOL Vía VOZ PÓPULI
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