La TV pública es el síntoma de un Gobierno que depende de unos aliados
cuyos objetivos son tan aparentemente opuestos como la pretensión de
conciliar la vocación de liquidar la Constitución con la de mejorarla
El pirulí de TVE
Tere García
El vodevil de la designación de la nueva dirección de
RTVE ha sido el primer acto reflejo del ‘Gobierno de los gestos’ que ha
decidido encarnar el PSOE en esta nueva
etapa en Moncloa. Los actos reflejos son ese tipo de acto nerviosos que
se realizan sin previa reflexión y sin que medie el cerebro. Sin
intención, justo lo contrario de los voluntariosos gestos que han
caracterizado y hasta protagonizado los primeros pasos de Pedro Sánchez como presidente de España. Hasta ahora nadie puede reprochar que todos los gestos iban acompañados de la firme determinación
de lanzar un mensaje, uno sólo: romper todo vínculo con el Gobierno
anterior. En algunos casos se pretendía demostrar que este gobierno es
más digno, en otros que es más solidario y también más empático con el asunto catalán.
Desde luego la empatía con los partidos separatistas es más sencilla
cuando uno necesita de sus votos o cuando uno cree que el responsable de
la situación catalana es el anterior Gobierno del Estado y no quienes intentaron romper el Estado.
La empatía con los partidos separatistas es más sencilla cuando uno hace responsable de la situación catalana al anterior Gobierno, y no a quienes intentaron romper el Estado
En cualquier caso, a los gestos de Sánchez se les puede
afear cualquier cosa menos la alta dosis de intención. Pero con la
corporación pública, que requiere un compromiso de verdad más allá del
anuncio, la gesticulación ha saltado por los aires. A menos que algún
asesor bregado y experto considere un éxito comunicativo la tómbola de
nombres de periodistas a quienes Sánchez e Iglesias han ido pasando revista entre whatsapps,
el ridículo y el esperpento no tienen parangón. La lógica de Sánchez,
según la cual toda acción contraria a la que tomaría el PP es acertada,
le debería haber llevado a desandar el desdeñable camino del anterior
Gobierno hacia la gubernamentalización del ente público
en perjuicio del parlamentarismo. Pero el presidente del Gobierno ha
decidido desgubernamentalizar por la izquierda: el partido del Gobierno
no será quien maneje la televisión pública, lo será su socio preferente
con unos pocos escaños pero con mucha dignidad.
Aterrizar en el Gobierno e imitar a los antecesores de
los que uno se empeña en desmarcarse debería inhabilitar a cualquiera
para volver a hablar de regeneración. Al PSOE eso le puede traer al
pairo, pero es que también les invalida como antagonistas del PP que se
empeñan en simular que son. La realidad es que la diferencia con el
anterior Ejecutivo es exclusivamente la desfachatez con que ahora se
hace una criba sin pudor con el conjunto de los españoles como atónitos
observadores. Y sin esperar el menor reproche. Una licencia que los
socialistas se pueden permitir ante una parte de la opinión pública,
para la que los gestos vacíos disculpan cualquier acto reflejo, como si
fuera imposible para la izquierda compatibilizar sus buenas intenciones
con las ansias de quedarse con los telediarios. Iglesias -cuyo papel en
el Ejecutivo va a comenzar a despertar recelos en la vicepresidenta-,
además, se puede permitir el lujo de declarar que los medios de
comunicación son “instrumentos de politización” el día antes de que se
desvele que anda sondeando a periodistas que son de su gusto para
ofrecerles nada menos que RTVE. Lo dijo, claro, en un programa de
televisión que dirige su excompañero de partido Juan Carlos Monedero.
La lógica de Sánchez, según la cual hay que hacer lo contrario que el PP, le debería haber llevado a la ‘desgubernamentalización’ del ente público
Nadie puede escandalizarse de que cierta izquierda quiera
controlar los medios de comunicación: si no es por su afán iliberal de
poblar las instituciones públicas de afines, lo es por su tendencia a
convencerse de que pertenecer al lado bueno de la historia hace
intachables esos abusos. Lo interesante del caso es lo que tiene de
elocuente: ya sabemos que Iglesias es el socio preferente de Sánchez,
también que el presidente del Gobierno prefiere dejar atados los nombres que han de dirigir nuestra televisión pública con fuerzas como ERC o el PDeCAT, que chantajearon con retirar las subvenciones a los medios catalanes que no hicieran propaganda del 1-O ilegal,
antes que con los constitucionalistas con quienes tuvo que acabar
pactando para pararles los pies. Pero lo peor de todo es que RTVE es el
síntoma de un Gobierno que depende de unos aliados cuyos objetivos son
diametralmente opuestos: es muy difícil conciliar la vocación de
liquidar la Constitución española con la de
mejorarla. O se camina en un sentido o se camina en otro. El
despropósito de RTVE tiene uno de sus giros de guion más importantes
cuando ERC se borra del acuerdo a múltiples bandas y Sánchez se queda
sin capacidad de maniobra por los vetos que pone al resto de fuerzas
constitucionalistas.
El Gobierno es un actor muy
frágil en el Parlamento y su primera medida más allá de los gestos se ha
estrellado contra la realidad: las dificultades de salir airoso de una
coalición con particularísimos y dispares intereses son enormes. Las
rencillas multilaterales entre ERC o PNV, o PNV y Compromís, o Podemos y
PDeCAT saldrán a la luz a cada medida que Sánchez anuncie -porque no
habrá más que anuncio- mientras al conjunto de los españoles se les va a
terminar agotando la paciencia.
ANDREA MÁRMOL Vía VOZ PÓPULI
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