Sugiero a la ministra que en vez de defender una asignatura de 'valores cívicos', tenga el valor de proponer una asignatura de 'virtudes cívicas'
Isabel Celaá. (EFE)
La ministra de Educación ha dicho que se va a implantar una asignatura de valores cívicos. Hace años, me vi envuelto sin querer en la polémica sobre Educación para la Ciudadanía,
una polémica torpe e indignante, en la que se defendió, entre otras
cosas, que la escuela no tenía competencia para educar moralmente a los
alumnos. Al parecer, esa competencia solo la tenían la Iglesia y las
familias.
No voy a explicar otra vez por qué me parece falsa esa afirmación, porque quiero detenerme en otros aspectos. Hablamos con mucha frecuencia de 'educación en valores', suponiendo que en eso debe consistir la educación moral. Sin embargo, estoy seguro de que los lectores que tienen más de 50 años no recibieron esa educación. No es que crecieran en la anomia, sino que el término 'valores morales' no era de uso común. Era un concepto acuñado por una escuela de filosofía, encabezada por Max Scheler, que defendía que los valores eran esencias que se podían conocer mediante una intuición.
Era, pues, una escuela filosófica, que pasó de moda. Ortega dedicó un brillante articulo a explicar al público español qué era eso de los valores, porque nadie lo sabía. Entonces, ¿de qué hablaba la educación moral si no hablaba de valores morales? Pues hablaba de 'virtudes'. La diferencia es notable, porque los valores son conceptos, mientras que las virtudes son hábitos que facilitan la excelencia. Una persona puede ser una experta en valores y, a la vez, ser una mala persona. De la misma manera que un profesor de filosofía del derecho o de ética puede ser un maltratador. O, en otro terreno, uno puede ser un experto en música y un pésimo músico.
La
palabra 'virtud', que significaba energía, capacidad creadora, que era
un término atlético, se 'añoñó'. Doña Virtudes era ejemplo caricaturesco
de rigidez e impostura. La palabra se excluyó del vocabulario
falsamente progresista, pensando que era un concepto religioso, cuando
el concepto de virtud (areté) fue esencial en la filosofía griega
clásica. Lo malo es que las palabras son instrumentos para analizar la
realidad, y al perder la palabra podemos perder también la realidad designada. Los psicólogos americanos han sido más inteligentes, y han reivindicado
el uso del término 'virtud', definiéndolo como 'strength', como
fortaleza. El tratado moderno más completo sobre las virtudes ha sido
dirigido por Martin Seligman, famoso psicólogo, que fue presidente de la
American Psychological Association.
La reivindicación de la virtud ha ido acompañada de un fenómeno concomitante del que nuestras facultades de Psicología parece que no se han enterado. Me refiero a la recuperación del 'hábito', es decir, el estudio de aquellas conductas que nuestro cerebro automatiza, como recurso esencial de la inteligencia. El hábito se interpreta como rutina, como opuesto a espontaneidad, como limitación de la libertad, es decir, como pecado nefando. En una especie de cántico al 'buen salvaje' olvidan que la libertad se basa en automatismos. Y que la creatividad es también un hábito.
Si yo puedo usar libremente, creativamente, el castellano, es porque tengo automatizados miles de recursos lingüísticos. Y si Nadal juega un tenis deslumbrante es porque ha adquirido potentes hábitos musculares mediante el entrenamiento. El concepto de hábito está relacionado con nuestro tema, porque la definición clásica de virtud es: hábito operativo que permite la excelencia. Aplicado al mundo ético, virtud es el hábito que nos permite y anima a obrar bien. ¿En qué consiste la virtud de la justicia? No en saber qué es lo justo, sino en actuar justamente, decía Aristóteles.
Aplicado esto al tema de los valores cívicos, lo importante no es que nuestros alumnos los conozcan, sino que los realicen.
Esto, además, está muy de acuerdo con la idea de inteligencia que ahora
manejamos. Nos estamos liberando de la idea platónica de que la función
principal de la inteligencia es conocer, contemplar las ideas, para
defender la empirista y pragmática idea de que la función principal de
la inteligencia es dirigir la acción.
Por eso, sugiero a la ministra que en vez de defender una asignatura de 'valores cívicos', tenga el valor de proponer una asignatura de 'virtudes cívicas'. Fue el núcleo del pensamiento de los padres fundadores de EEUU: una democracia se funda en las virtudes cívicas de sus ciudadanos. Es una estupenda tradición que han prolongado incluyendo en muchos de sus programas educativos el aprendizaje servicio ('service learning'). Les recomiendo que lean el blog de Roser Batlle, una experta que lleva muchos años intentando explicar la bondades de esta iniciativa.
JOSÉ ANTONIO MARINA Vía EL CONFIDENCIAL
No voy a explicar otra vez por qué me parece falsa esa afirmación, porque quiero detenerme en otros aspectos. Hablamos con mucha frecuencia de 'educación en valores', suponiendo que en eso debe consistir la educación moral. Sin embargo, estoy seguro de que los lectores que tienen más de 50 años no recibieron esa educación. No es que crecieran en la anomia, sino que el término 'valores morales' no era de uso común. Era un concepto acuñado por una escuela de filosofía, encabezada por Max Scheler, que defendía que los valores eran esencias que se podían conocer mediante una intuición.
La
palabra 'virtud', que significaba energía, capacidad creadora, se
'añoñó'. Doña Virtudes era ejemplo caricaturesco de rigidez e impostura
Era, pues, una escuela filosófica, que pasó de moda. Ortega dedicó un brillante articulo a explicar al público español qué era eso de los valores, porque nadie lo sabía. Entonces, ¿de qué hablaba la educación moral si no hablaba de valores morales? Pues hablaba de 'virtudes'. La diferencia es notable, porque los valores son conceptos, mientras que las virtudes son hábitos que facilitan la excelencia. Una persona puede ser una experta en valores y, a la vez, ser una mala persona. De la misma manera que un profesor de filosofía del derecho o de ética puede ser un maltratador. O, en otro terreno, uno puede ser un experto en música y un pésimo músico.
La reivindicación de la virtud ha ido acompañada de un fenómeno concomitante del que nuestras facultades de Psicología parece que no se han enterado. Me refiero a la recuperación del 'hábito', es decir, el estudio de aquellas conductas que nuestro cerebro automatiza, como recurso esencial de la inteligencia. El hábito se interpreta como rutina, como opuesto a espontaneidad, como limitación de la libertad, es decir, como pecado nefando. En una especie de cántico al 'buen salvaje' olvidan que la libertad se basa en automatismos. Y que la creatividad es también un hábito.
Si yo puedo usar libremente, creativamente, el castellano, es porque tengo automatizados miles de recursos lingüísticos. Y si Nadal juega un tenis deslumbrante es porque ha adquirido potentes hábitos musculares mediante el entrenamiento. El concepto de hábito está relacionado con nuestro tema, porque la definición clásica de virtud es: hábito operativo que permite la excelencia. Aplicado al mundo ético, virtud es el hábito que nos permite y anima a obrar bien. ¿En qué consiste la virtud de la justicia? No en saber qué es lo justo, sino en actuar justamente, decía Aristóteles.
La
reivindicación de la virtud ha ido acompañada de un fenómeno
concomitante del que las facultades de Psicología parece que no se han
enterado
Por eso, sugiero a la ministra que en vez de defender una asignatura de 'valores cívicos', tenga el valor de proponer una asignatura de 'virtudes cívicas'. Fue el núcleo del pensamiento de los padres fundadores de EEUU: una democracia se funda en las virtudes cívicas de sus ciudadanos. Es una estupenda tradición que han prolongado incluyendo en muchos de sus programas educativos el aprendizaje servicio ('service learning'). Les recomiendo que lean el blog de Roser Batlle, una experta que lleva muchos años intentando explicar la bondades de esta iniciativa.
JOSÉ ANTONIO MARINA Vía EL CONFIDENCIAL
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