Artículos para reflexionar y debatir sobre temas y cuestiones políticas, económicas, históricas y de actualidad.
Translate
domingo, 1 de julio de 2018
¿NO SE LES CAE LA CARA DE VERGÜENZA?
Los viejos hábitos de la
Restauración continúan en la política de nombramientos. Triunfa el
amiguismo, que es una corrupción disimulada. El último caso ha sido el
de RTVE
Pablo Iglesias y Pedro Sánchez en el Congreso en 2016. (EFE)
El abogado Andrés Herzog, que hizo un gran trabajo en el caso Bankia, suele decir que el problema de España no es la corrupción —que también—, sino el amiguismo. O, lo que es lo mismo, el compadreo.
Desde un punto algo más académico, se ha teorizado mucho en los últimos años sobre el llamado capitalismo de amiguetes, que es un especie de chalaneo al por mayor. El Gobierno de turno se deja influir por las grandes corporaciones a cambio de financiación para su partido. En otros casos, simplemente para que sus altos cargos tengan acceso a las célebres puertas giratorias al final del mandato. A su vez, las grandes empresas cercanas al poder, muy influyentes en algunos medios de comunicación, hablan maravillas del Ejecutivo y dicen que el presidente de turno es serio, honesto, riguroso y se deja la piel por los españoles. Despidiendo, incluso, a la dirección de un periódico si es necesario. Roma no paga traidores. Una especie de patriotismo de mesa camilla que solo perjudica a los contribuyentes.
¿El resultado? Presupuestos inflados en la obra pública, inversiones innecesarias o, lo que es peor, una economía poco competitiva por ausencia de concurrencia en ciertos sectores de actividad.
Existe una corrupción más sutil que tiene que ver con la política de nombramientos y que es más difícil de identificar
Existe, sin embargo, una corrupción mucho más sutil que tiene que ver con la política de nombramientos,
y que, como todas las corrupciones intelectuales, es más difícil de
identificar. Se produce cuando el nuevo Gobierno —sea el que sea— no
elige a los servidores públicos con los criterios constitucionales de igualdad,mérito y capacidad, como dice el Estatuto de la Función Pública, sino a la luz del amiguismo del que hablaba Herzog. Esta es, sin duda, la peor de las corrupciones porque al fin y al cabo de ella emana el resto.
Cuando alguien que no está suficientemente cualificado accede a un determinado cargo público, lo que hace es malgastar el dinero de los españoles; pero, además, su nombramiento también tiene un elevado coste de oportunidad, toda vez que la alternativa —la mejor elección para ese puesto— hubiera generado, como demostró hace un siglo Friedrich von Wieser, avances en productividad y, por lo tanto, mayores beneficios sociales.
Desigualdades
No es un asunto baladí. Pierre Bourdieu
acreditó que la educación era el canal principal por el que se
transmitía la pobreza entre generaciones. Pero el sociólogo francés
también advirtió que el acceso a los cargos públicos influye,
igualmente, de forma poderosa en la transmisión intergeneracional de las
desigualdades. Es por eso por lo que existe un cierto consenso en que
eso que se llama meritocracia es un buen sistema —ningún método es perfecto— para la asignación de recursos públicos.
Es decir, el mérito, y no el carné del partido o el conchabeo con el
poder político, debe prevalecer a la hora de diseñar una política de
nombramientos razonable en todas las administraciones.
Pedro Sánchez, nada más ser elegido presidente del Gobierno, convirtió la formación de su Ejecutivo en un 'casting' en el que había protagonistas (los que se anunciaron en primer lugar) y actores de reparto
(los últimos en llegar al plató). ¿El resultado? El Consejo de
Ministros es hoy una paleta de colores que refleja una gran
heterogeneidad, lo cual ni es bueno ni es malo. Es una decisión legítima
del presidente y así hay que entenderla.
Foto de familia del Gobierno de Pedro Sánchez. (EFE)
El problema, sin embargo, se está produciendo aguas abajo. Sánchez ha hecho suya la célebre frase de Romanones
en la que el político madrileño —48 años ininterrumpidos diputado por
Guadalajara— reclamaba para sí los reglamentos en lugar de hacer las
leyes. Como Sánchez ha creado un Gobierno en general bien recibido por
la opinión pública, los segundos niveles de la Administración pasarán
inadvertidos, habrá pensado el presidente del Gobierno.
No lo ha
conseguido en el caso de RTVE, aunque sí en otros. Desde luego, por la
inmoralidad política que supone tratar a una corporación con casi 1.000
millones de presupuesto y 6.300 trabajadores como si fuera un cortijo particular del que puede disponer libremente para pagar favores políticos a ese ministro vergonzante sin cartera que es Pablo Iglesias.
¿El resultado? Auténticos indigentes en lo audiovisual aspirando cínicamente a presidir una empresa que ya Zapatero y Fernández de la Vega —ahora premiada con el Consejo de Estado— arruinaron para favorecer a sus amigos del duopolio, siempre solícitos con el poder.
Como ocurre con la corrupción, la responsabilidad es tanto del que da como de quien toma. Estamos ante una especie de prevaricación intelectual que incumple de forma clamorosa el mandato legal de RTVE: independencia, neutralidad y objetividad,
y que, desde luego, nunca se ha cumplido en la casa desde el viejo
Estatuto de la televisión pública por la obsesión de los políticos en
mangonear los telediarios. Y que históricamente ha acabado por llenar
los fríos pasillos de Prado del Rey o de Torrespaña en espera de un
cambio en el Gobierno. Una especie de zombis de la información listos para volver a la vida cuando gobierna 'uno de los nuestros'. El viejo turnismocanovista en estado puro, pero bien entrado el siglo XXI.
Había
razones para pensar que Sánchez optaría por una política de
nombramientos al menos diferente a lo que ha sido tradición en este país
Había
razones para pensar que después de su travesía por el desierto, Sánchez
optaría por una política de nombramientos al menos diferente a lo que
ha sido tradición en este país desde la Restauración, y que Galdós retrató —ya en 1888— de forma magistral: "¿Qué ha sucedido aquí? Lo natural, lo lógico en estas sociedades corrompidas por el favoritismo",
se preguntaba el escritor canario en 'Miau'. "Al padre de familia, al
hombre probo, al funcionario de mérito, envejecido en la Administración,
al servidor leal del Estado que podría enseñar al ministro la manera de salvar la Hacienda, se le posterga, se le desatiende y se le barre de las oficinas como si fuera polvo", concluía Galdós.
España continúa teniendo un problema. Y no es otro que la utilización de la Administración como una finca privada
cada vez que un partido alcanza la Moncloa. Se entiende que el
presidente del Gobierno tenga todo el derecho a cambiar aquellos cargos
que no responden al ideario de su partido. Al fin y al cabo, la
democracia exige cambio y renovación, y sería un disparate que todo
siguiera igual después de unas elecciones. Sería como depreciar las
urnas.
Pero parece fuera de toda lógica que cientos de puestos de trabajo cubiertos se cambien de forma caprichosa
simplemente para satisfacer a las clientelas del partido. Es un
despropósito que ninguno de los partidos que han gobernado este país
desde 1977 ha querido cambiar por razones obvias.
Es curioso, sin embargo, que todos los partidos hablen de regeneración democrática,
pero cuando llegan al poder lo primero que hacen es colocar a los suyos
en puestos de escasa relevancia que debieran ser ocupados por
funcionarios, lo cual garantiza la independencia de criterio. Y utilizar
las empresas públicas como un botín de guerra para pagar favores políticos no es más que corrupción. Aunque sus beneficiarios no se lleven un euro a casa por la puerta de atrás.
No hay comentarios:
Publicar un comentario