Es alarmante que PP y PSOE no hayan aún entendido la dinámica de
confrontación que con tanta eficacia utilizan los destructores de la
Nación
Pablo Iglesias ante los medios
EUROPA PRESS
Desde que Carl Schmitt,
teórico del Estado total, detractor del liberalismo y de la democracia
representativa y jurista de cabecera del nacionalsocialismo, consagrara
la contraposición amigo-enemigo como la esencia definitoria de lo
político, los analistas de comportamientos electorales han podido
entender mejor las motivaciones que inducen a una mayoría de ciudadanos a
depositar una papeleta en la urna. El llamado “hombre común” no existe
porque cada ser humano es afortunadamente único e irrepetible, pero hay
pautas de conducta que sí se reproducen en un número considerable de
personas en contextos culturales determinados y si las circunstancias
son las adecuadas. Ahora que España se encuentra amenazada por dos
graves peligros que están empeñados en liquidarla como proyecto
colectivo reconocible, el separatismo racista
y el colectivismo totalitario, es llamativo a la vez que alarmante que
los que han sido durante tres décadas los dos grandes partidos
nacionales no hayan entendido esta dinámica de confrontación que con
tanta eficacia utilizan los destructores de esa Nación que ellos en
principio deberían preservar y defender.
"Dos millones de catalanes en las últimas autonómicas y cinco millones de españoles en las generales apoyaron programas que empeorarían sus condiciones de vida"
En un mundo globalizado en el que la aceleración
del cambio tecnológico y la rapidísima difusión de la información
generan incertidumbre y angustia en miles de millones de habitantes del
planeta, los demagogos y los dogmáticos de las utopías han encontrado un
magnífico caldo de cultivo para la explotación de la irracionalidad con
el fin de obtener el poder. La fabricación de enemigos y la
movilización de las masas sobre la base del odio y el miedo se han
transformado así en mecanismos de considerable utilidad que líderes
desaprensivos emplean sin el menor escrúpulo y sin consideración alguna a
las nefastas consecuencias que acarrean. Donald Trump
ha elegido a China y a los “espaldas mojadas” latinoamericanos como
señuelos para soliviantar a los trabajadores de cuello azul, a los
granjeros y a las clases medias profesionales de la América profunda y
atraerlos a su agresiva empresa de “America first”,
sin descuidar a los europeos que abusan de la buena fe estadounidense y
no pagan lo suficiente por su defensa y al régimen teocrático de Irán, el único de todos esos supuestos males que es real y que hace muy bien en combatir sin piedad. El dictador venezolano,
que ha sumido a su país en el caos y la miseria, consigue el respaldo
multitudinario de sus empobrecidos compatriotas lanzándolos contra
Washington y sus imaginarias conspiraciones y vive como un rajá de este
rencor que le perpetúa en la presidencia y le permite enriquecerse
obscenamente. Vladimir Putin, por su parte,
ha resucitado el orgullo de la Rusia imperial, presuntamente
despreciada y lesionada en sus legítimos intereses geoestratégicos por
un Occidente prepotente y corrompido.
En nuestros lares, Pablo Iglesias
encona a sus seguidores contra la casta capitalista y explotadora y los
separatistas catalanes alimentan sin descanso la aversión a una España
invasora, depredadora y asimiladora que pone en peligro, según su
delirante visión, la identidad nacional catalana y que la expolia
implacablemente. La cuestión es excitar lo peor que anida en el corazón
humano y ahogar el análisis objetivo y el contraste de las soflamas
políticas con la verdad de los hechos a base de tañer los registros más
oscuros y las pulsiones más malignas de los estratos ancestrales de
nuestro cerebro, fácilmente inmunes a los benéficos componentes
aportados por el instinto altruista, el método científico y la
Ilustración.
Una seráfica Meritxell Batet invoca la ‘lealtad y la confianza’ de gentes cuya forma habitual de proceder consiste en mentir y en traicionar"
Esta fabricación de un enemigo inventado como
herramienta de generación de adhesiones acríticas y de arrastre de votos
es de una eficacia tan dañina como probada y sus resultados están a la
vista. Dos millones de catalanes en los últimos comicios autonómicos y
cinco millones de españoles en las últimas elecciones generales han
apoyado de forma suicida a fuerzas políticas cuyos programas, en caso de
llevarse a la práctica, empeorarían considerablemente sus condiciones
de vida, los expondrían a la inestabilidad y al desorden y les causarían
todo tipo de desgracias. Sin embargo, el deseo incontenible de combatir
a un adversario inexistente, aunque percibido como formidable y
repulsivo, la oligarquía opulenta
indiferente al sufrimiento del pueblo o el Estado español opresor,
violento y saqueador, han eliminado cualquier criterio razonable de
ponderar riesgos y beneficios o de comprobar la veracidad de muchas de
las falsedades con las que han envenenado sus mentes.
Tanto los dirigentes del PP como del PSOE,
lejos de ser conscientes de este proceso, han hecho todo lo posible por
disfrazarlo, esconderlo y minimizarlo, dejando así a sus bases sociales
inermes frente al influjo deletéreo de este encantamiento sulfúreo.
Ahora mismo, una seráfica Meritxell Batet
invoca la “lealtad y la confianza” de gentes cuya forma habitual de
proceder consiste en mentir y en traicionar, y ninguno de los candidatos a presidir el PP
pone en duda una estructura territorial e institucional que entrega a
populistas y secesionistas los recursos financieros, administrativos,
educativos y mediáticos necesarios para dinamitar los fundamentos de
nuestra democracia y nuestra convivencia.
Sin
duda el partido que advierta la relevancia de este fenómeno devastador y
proceda a neutralizarlo mediante la misma técnica, pero puesta al
servicio de la libertad, la seguridad, la legalidad y la eficiencia del
Estado, tendrá alguna oportunidad de derrotar a los que gracias a la
construcción de enemigos de ficción se han erigido en los peores
enemigos reales de nuestra tambaleante Nación.
ALEJO VIDAL-QUADRAS Vía VOZ PÓPULI
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