La ministra de Educación y portavoz del Gobierno, Isabel Celaá.
EFE
El alarmante informe
presentado ayer por la Federación de Gremios de Editores de España
(FGEE) debe hacer reflexionar a la comunidad educativa sobre la
necesidad de alcanzar cuanto antes un pacto de Estado por la Educación
que ponga fin al despropósito que significa tener, de facto, 17
sistemas educativos distintos, uno por cada comunidad. No se trata de
poner en cuestión la fórmula autonómica de descentralización territorial
que fija nuestra Constitución, sino de admitir que la transferencia de
competencias en materia educativa está poniendo en riesgo el derecho de
todos los ciudadanos a recibir una educación de calidad que no esté condicionada por las presiones políticas y los caprichos ideológicos de los diferentes consejeros de educación.
Se trata también, y quizá esto sea lo más preocupante, de las presiones verbales -ya que no se atreven a ponerlo por escrito- y de los chantajes, para modificar y manipular contenidos educativos por absurdas razones partidistas, como eliminar en los libros de la Comunidad Valenciana el nombre de Fernando Lázaro Carreter porque sostenía que el valenciano era un dialecto del catalán, no hablar en los de Cataluña de los Reyes Católicos o suprimir en los textos de Canarias la referencia a los ríos, por carecer las islas de ellos. Desde el ministerio de Educación, sin embargo, se lavan las manos y se desentienden de tales atropellos al sentido común y a unas prácticas aberrantes que suponen un desprecio por la Educación y un injustificado aumento de los costes editoriales que por regla general asumen las familias.
Sea cual sea la próxima composición del Gobierno, es del todo imprescindible que, de acuerdo con la comunidad educativa y los partidos de ámbito nacional se llegue a un consenso para reconsiderar el actual sistema educativo y firmar un amplio y duradero acuerdo que comprometa a todos con una educación de calidad y que garantice, a la vez, una educación solvente que sea además una herramienta eficaz y competitiva para los trabajadores.
EDITORIAL de EL MUNDO
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